Gritó su nombre a todo pulmón. “Clarisleny, ¿estás ahí?”, preguntó varias veces. “Dime que estás bien, por favor”. La voz le salía con fuerza, aunque su cuerpo entero estaba soterrado bajo las paredes y las columnas de la discoteca JetSet. Con la mano izquierda, Anastacio Peguero acariciaba las piernas de su esposa y apartaba los flejes de hierro que le tenían los pies rasguñados. Con la derecha, levantaba la viga que estaba aplastando el pectoral de Víctor, un conocido que falleció sobre su muslo tras 13 horas entre los escombros. Después de llamar a su hija, de 20 años, dejó de intentarlo. “No quería que mi mujer entendiera lo que yo más me temía”, cuenta un mes después del derrumbe, con las piernas aún inflamadas y una mirada que sigue buscando a su princesita.

Todo sucedió tan rápido como un rayo. De un momento pasó de estar sentado en una de las mesas centrales escuchando a Rubby Pérez cantar Color de rosa a que todo se fundiera a negro. No dio tiempo a intuir nada. En milésimas de segundo, el techo de la mítica discoteca dominicana estaba sobre los cuerpos de unas 500 personas. Algunos lograron salir corriendo al ver cómo caía una “arenilla” y otros murieron al instante. Peguero, de 54 años, sacó el celular de su bolsillo como pudo y atinó a encender la linterna y ver los destellos de una masacre. “Se escuchaba a la gente gritar del dolor y pedir ayuda. A medida que pasaban las horas y no llegaba nadie, muchos gritaban: ‘¿Nos van a dejar morir?; ¿nos van a dejar morir?’. Fue algo espantoso”, recuerda.
Mientras narra cómo fue aquella fatídica madrugada del 8 de abril, saluda con la mano a un grupo de vecinos, familiares y amigos que aprovechan este lunes festivo para venir por turnos a acompañar a la familia. Nadie se atreve a preguntar cómo está. Lo abrazan en silencio con el cariño de quienes se conocen de toda la vida y le sonríen tristes. “Sigan, allá dentro está Sorayda [su hermana]”, le dice el ingeniero con ternura a una mujer a la que se le llenan los ojos de lágrimas al verlo.
En Haina, un municipio a media hora de la capital, el duelo es colectivo. De aquí son 25 de los 233 fallecidos en la Jetset; es la localidad que más muertes sumó en proporción poblacional. El famoso cantante de merengue, Rubby Pérez, 11 adultos mayores del club de los Haineros Dorados, la mamá de una violinista, el pelotero Tony Blanco, una maestra, un bailarín… “Nos cambió la vida para siempre”, susurra el padre. El desastre también dejó a casi 200 personas hospitalizadas, de las cuales quedan ingresadas tres en hospitales públicos. La mayoría se recupera psicológica y físicamente en sus casas.

Haina es el espejo de todo un país. Hace un mes que República Dominicana se despertaba con las imágenes del colapso y mil preguntas. ¿Cómo es posible que caiga un tejado de esas dimensiones por completo? ¿Quién es responsable? Los interrogantes crecían entre camillas que sacaban a heridos confusos y deslumbrados por el sol y bomberos que pedían silencio para escuchar las súplicas de los supervivientes. ¿Se pudo haber evitado? ¿Es culpa del dueño, Antonio Espaillat? ¿Del Estado? El peso de las preguntas se siente en cada rincón del municipio; una localidad que enmudeció. Hasta hace unos días, nadie se atrevía a hacer sonar las bocinas en ningún coche ni ningún balcón. “Nadie tenía ánimo de nada. Somos un pueblo y todos nos conocemos. En esta calle murieron cuatro, en la de abajo, 10″, lamenta una señora que pasea bajo un paraguas que la resguarda del sol. El silencio, que pocas veces asoma en los barrios del país, se rompió de pronto con las canciones de Rubby a todo volumen para convertir el desgarro en homenaje y bailar el dolor.
Si bien la normativa dominicana recoge cuatro leyes que obligan al Estado a fiscalizar las construcciones y a reparar o demoler las que “suponen un peligro inminente”, Omar Rancier, decano de la Facultad de Arquitectura y Artes de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, lamenta que no exista un ente fiscalizador como sí lo hay para la fase de construcción de cualquier edificio público. Para él, esta es una responsabilidad mutua: de la empresa por fallas técnicas en la instalación y del Estado por omisión, ya que en la discoteca, según declaraciones del dueño, no se ha realizado “ninguna inspección en 30 años”.

Hasta la fecha, la Fiscalía ha recibido al menos 25 querellas dirigidas contra los dueños, y otras demandas al Estado y al Ayuntamiento. 22 de estas ellas son híbridas, es decir que, además de la intención punitiva, buscan reparación económica para las víctimas directas e indirectas, y están siendo representadas por Félix Portes, un abogado penalista dominicano muy conocido en el país. Portes insiste en desmontar las palabras del presidente, Luis Abinader, quien en una de sus ruedas de prensa semanales dijo que existía “un vacío legal” y que, por tanto, la responsabilidad era algo resbaladiza. ”La defensa del Estado y la de Espaillat es lavarse las manos y eso es una revictimización alarmante. Existe una corresponsabilidad clarísima y nadie se está haciendo cargo de ellos”, añade.
Portes asegura que la petición de las víctimas es la misma: “Exigen justicia. Hay mucha indignación porque todos repiten: ‘¿Cómo es posible que haya ayudas en caso de un huracán y ahora no hay nada?’“. Ninguna de la veintena de vecinos y afectados entrevistados por este periódico ha recibido alguna ayuda económica del Estado para hacer frente a las medicinas, camas ortopédicas o bastones que ahora abundan en Haina. El síndico, Osvaldo Rodríguez, del partido de Gobierno, aseguró que “están en proceso”.

Desde que sucedió el colapso, Espaillat sólo ha concedido una entrevista con la periodista dominicana Edith Febles. El también dueño de 50 emisoras del país negó en la conversación cualquier posibilidad de negligencia por su parte o la de su empresa y aseguró estar en contacto con varias familias afectadas con las que está viendo “cómo se puede ayudar”. Sobre las críticas al excesivo peso que cargaba el tejado —como muestran imágenes cenitales previas y a las que también alude Rancier—, el empresario aclaró que no se agregó ningún peso adicional con los años. “Si esto pudiera haber sido evitable, lo habría tratado de evitar”, insistía.
Además, de los 23 trabajadores que estaban de turno aquella noche, seis fallecieron. “Había empleados formales y otros que llamábamos por el día”, explicó sin dar muchos detalles sobre las indemnizaciones pertinentes. El hijo de uno de ellos ha exigido que Espaillat vaya a la cárcel e indemnice a la familia con 50 millones de pesos, unos 12.000 dólares.
Espaillat tampoco quiso darle importancia a los comentarios de quienes se preocuparon —hay mensajes en las reseñas de Google de hace siete años— por una “arenilla” que caía del techo y a la que también se refieren varios de los supervivientes. Días después de la tragedia, un par de cantantes reconocieron haberse negado a volver a cantar ahí por miedo a que algo sucediera. El dueño aseguró que provenía del plafón de yeso del tejado y que era común que sucediera. El empresario declinó la solicitud de entrevista que extendió EL PAÍS.
Sus únicas declaraciones públicas despertaron nuevas dudas que alarman a un país acostumbrado a la impunidad y que se pregunta si en este caso se logrará hacer justicia ante un empresario poderoso.
“No es sólo el dolor de las familias; es el de un pueblo”
La fachada de la casa de los Peguero está ahora presidida con una foto de Clarisleny, con un vestido rosa y sonriendo a cámara. Es así como la quieren seguir recordando: alegre, presumida y estudiosa. “Su abuelo decía hace poco que era como las lucecitas del árbol de navidad”, cuenta Sorayda Peguero, su tía. “Sé que cuando alguien fallece, todo el mundo sale a decir que eran buenísimos, pero mi sobrina era la alegría de la casa. Era muy especial… Se nota el vacío”. Rafael Amador, uno de los Haineros Dorados, saca su celular para responder cómo recordará a sus amigos de toda la vida. “Los voy a pensar así”, dice mostrando el video de una de las tantas fiestas de cumpleaños que “se bailaron” en el local.

Este grupo de amigos de la tercera edad perdió a 11 de sus integrantes más activos. El golpe ha sido tremendo, por la magnitud y porque todos podrían haber terminado bajo los escombros. “Nosotros nos reuníamos a bailar y a pasarla bueno”, explica Héctor Rincón, presidente del colectivo. “Todos estábamos invitados, estaban celebrando el cumpleaños de una de nuestras compañeras. Podríamos no estar aquí ahora mismo”. El duelo de un cuñado o un viaje temprano al día siguiente. Las razones por las que muchos se quedaron en casa esa noche cobran hoy un halo milagroso. “Dios escribe el día en que está para nosotros despedirnos”, dice Rincón antes de quebrarse.
Segundo Maldonado, responsable de la casa de la cultura de Haina, no esconde su rabia frente al mutismo institucional. “Hemos tenido que responder muchas preguntas de los niños y adolescentes que tampoco entienden nada. Los políticos hablan de dar ayudas y psicólogos a los familiares. ¿Y a nosotros quién nos ayuda a procesarlo? Se piensan que el dolor sólo lo pasan las familias y no es así. Es el dolor de un pueblo entero”, explica emocionado. “Perdimos a amigos, a músicos, a gente importantísima en la estructura cultural de Haina. Estamos devastados”.
Las inmediaciones de la Jetset han estado repletas de gente desde la mañana del 8 de abril. Cientos de fotos, velas consumidas y otras recién prendidas, flores secas y frescas y letreros pidiendo justicia acordonan una discoteca custodiada día y noche por militares. Al fondo sigue intacta la valla publicitaria que anunciaba el concierto de Rubby Pérez. “Míralo ahí, papi”, le dice una señora a su padre, señalando una de las imágenes en blanco y negro ubicadas en el piso. “Máximo Peña, ahí está, mi amigo… Pobre”, dice tras un amargo suspiro.

Atrás, una mujer lleva de la mano a su nieto mientras le explica que esta tragedia se pudo evitar. Lo hace como si interpretara en alto una exposición en un museo. Y para muchos lo es. Las ruinas de este edificio son el recuerdo tangible del episodio reciente más doloroso del país, que pide justicia y memoria. “Yo sólo pido que no se nos olvide esto y que no vuelva a suceder jamás algo así”, lamenta Peguero. “Se llevaron a mi hija y todos los sueños que le quedaron por cumplir. Los de ella y los de muchos más… No nos vamos a olvidar”.
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