Es la celebración de un tipo sin artificios, nada empalagosa. La sencillez por bandera. De nombre Casper Ruud. Reunía méritos desde hace tiempo el noruego, acreedor de un premio mayor hasta que, por fin, lo encuentra ahora en el barrio de San Fermín. Después de haber perdido tres grandes finales, otra de la Copa de Maestros y dos más de Masters 1000, Miami y Montecarlo, el nórdico derrota a Jack Draper (7-5, 3-6 y 6-4, tras 2h 29m) y triunfa de una vez en un marco de envergadura. Primer Masters 1000 para él, hombre de tierra, jornalero que oposita a figura; un Ferrer de las tierra norteñas; 12 de los 13 trofeos que acumula han sido sobre arcilla. Probablemente, el tenis le debía algo.

Lo aplaude desde el palco de autoridades Stefan Edberg, el virtuoso de la volea, el estilete de los escandinavos que probaron las mieles de un mil. En fila: él, Enquist, Johansson, Norman, Pernfors, Soderling, Rune y ahora el bueno de Ruud, que venía de pasarlo mal, de la eterna persecución de las dudas, y por fin da con la recompensa. “Y nada más”, firma en la cámara. Lo hace tras una actuación muy de la casa, trabajo y más trabajo para rendir a un joven que ya luce en lo alto, quinto, y termina cediendo a la mayor inteligencia táctica del campeón. Ni uno (26 años) ni otro (23) habían entregado un solo parcial en el trazado, pero en la resolución pesa más la experiencia.

Merece seguramente Ruud mayor reconocimiento del que ha tenido hasta ahora. Tal vez sea por su personalidad, por eso de la normalidad, de no querer hacer ruido ni salirse del tiesto; no es un joven rompedor, ni un chico-anuncio ni tampoco un díscolo; no se le recuerda salida de tono alguna ni episodio reprobable. Corrección y más corrección, sin estridencias ni extravagancias. Quizá vayan por ahí los tiros, o tal vez sea por el mero hecho de que hasta ahora, cada vez que ha tenido a mano la gloria se le ha escapado. No le faltan títulos, pero cada vez que estuvo a un solo paso de la campanada, se topó con siluetas insalvables. Si no era la de Nadal fue la Alcaraz. Incluso Tsitsipas le hizo daño.

Draper, en una devolución.

El caso es que Ruud juega muy bien y casi todo lo que propone porta criterio y sentido, sin alardes pero con suma pulcritud. La suya es una carrera sostenida, nada de explosiones; la de un trabajador que no ha dejado de evolucionar nunca. Consciente de que para triunfar en estos tiempos no basta con un perfil puramente clásico y empujado por el deseo de ser algo más que un terrícola, dio un paso firme hacia adelante. Su tiro no es tan definitivo, pero sabe encontrar el mentón. Así que conforme más le aprieta Draper en esta final, con mayor decisión reacciona. 5-3 abajo, se encorajina y replica con una serie de cuatro juegos que frustran al inglés: “Fuuuuuck!”.

Táctica y físico

En una época de transición, la raqueta cortante de Draper supone otro soplo de aire fresco para un circuito que gana imprevisibilidad y alternativas, también perfiles. Puestos a comparar, si Jannik Sinner posee el desempeño robótico de Novak Djokovic y Carlos Alcaraz la magia de Roger Federer, la poderosa zurda del inglés ofrece trazos nadalianos, pesada cuando corresponde y plana cuando la voluntad es terminar directamente el punto. En carrera y en paralelo, es poco menos que imparable. Largos sonidos de asombro en la Caja Mágica, testigo estas dos semanas del ejercer de un cuchillo. Eléctrico y voltaico, el londinense ha dejado un fabuloso muestrario de estacazos.

Tiene el tenis de Draper el vértigo inherente a la actualidad, pero no falta la libreta. Aunque su juego todavía responda a impulsos, va cobrando linealidad y no le falta olfato tanto a la hora interpretar como de combinar. Si asoma por ahí la versión más agresiva de Ruud, que también la tiene, ahí que van bolas altas para quitarle ritmo al peloteo; y, a la inversa, si ve que el nórdico titubea o recula en algún instante, arremete él con todo, punzante, muy agresivo, propositivo, aguerrido también. Prefiere imponer, no acostumbra a ir a remolque. Y se le pone de cara la final, primera rotura a su favor, pero enfrente hay uno de esos tipos que tienen el empeño de crecer. Y eso es mucho decir.

Ruud, desde la línea de fondo.

A la silla y a pensar. Maldice el british, sus energías menguan. Suena con fuerza Roxanne, de Police, y también el apabullante Song 2 de Blur, cuando no Two Door Cinema Club o el Seven Nations Army de los White Stripes, si no Queen. Como si el dj quisiera tocarle la fibra, matrícula para él por la selección. Se notan sus preferencias. También quizá quiso estimularle el Daily Mail, que hace escasas fechas, cuando su tenista caía en Montecarlo, lo definía como “un pez fuera del agua sobre tierra”. No sin base. Antes de aterrizar en Madrid, el balance del inglés en la superficie era negativo, pero como por arte de magia, quizá la música, tal vez sea la spanish food, he aquí un descubrir.

Set abajo, devuelve Draper el golpe en el segundo y, de nuevo, igualado forcejeo en el tercero. De tú a tú. Dos tipos con agallas. Interesante esta final. Parecía tenerlo hecho uno en el primero y el otro en el segundo, pero hay giro en ambos y prevalece la mayor entereza del nórdico en el tercero. Lo disfruta en primera fila el gran Ronaldo, nueve entre los nueves. Y tiene algo de él, búfalo, esa forma de arremeter contra la pelota del británico. Sin embargo, ahí está la consistencia de Ruud, más entero, más progresivo, más más uniforme de inicio a fin. Mejor adaptado a la situación. A evitar esos paralelos y hacer correr al rival. Inteligente él. Por fin bingo, merecido. Y sucede en Madrid.



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