No existe ninguna norma ni del Banco de España, ni del Banco Central Europeo (BCE) ni de la Autoridad Bancaria Europea (EBA, por sus siglas en inglés) que mencione una edad máxima para la concesión o el vencimiento de un préstamo hipotecario. El departamento de riesgos de cada entidad decide, al final, la edad y la cuantía. El banco de bancos español, en su regulación 4/2017, advierte de que el criterio esencial es la capacidad de generar flujos financieros del prestatario. En ese espacio subjetivo se mueven las esperanzas de miles de personas de construir una vida mejor. CaixaBank, por ejemplo, concede los créditos a un máximo de 30 años, con una edad tope (igual o menor) de 80 años. Sencillo. Si el cliente tiene 51 años, el plazo máximo es de 29 años hasta ser octogenario. En cuanto a las cantidades concedidas se tienen en cuenta los ingresos, el volumen de dinero pedido, el valor de tasación del inmueble y el perfil laboral. “El máximo que se acostumbra a financiar es el 80% de la tasación”, apunta un portavoz de la entidad catalana.
CaixaBank suena a excepción, pues más allá de 75 años encontrar opciones se complica mucho. “Las hipotecas se personalizan bastante en función de las características del usuario”, sostienen en Banco Santander. En términos taurinos, alguien llamaría a esa frase una larga cambiada.
La dificultad de conseguir la aprobación de la entidad proviene, en gran parte, de los costes regulatorios. Un banco no puede apuntarse como ganancia una hipoteca hasta que su plazo no haya vencido y pagado. “Y si supera el 80% debe dotar una partida adicional para cubrir el riesgo”, explica Leyre López, analista de la Asociación Hipotecaria Española (AHE). “O sea, de momento, hasta que se salde, es una pérdida en el balance”. El banco se cubre con instrumentos clásicos como seguros de vida o de impago. Nada muy complejo. “En el caso de las entidades dirigidas a patrimonios medios y altos, una alternativa es utilizar de garantía fondos u otros activos financieros”, relata Roberto Scholtes, jefe de Estrategia de Singular Bank. Porque el caudal de agua que baja es casi el mismo para todos.
Bankinter no concede créditos más allá de los 75 años. Y la duración máxima —detalla una fuente de la entidad— de la hipoteca es de 30 años. En lo que va de ejercicio, el 40% de las nuevas operaciones de hipotecas corresponde a clientes de más de 46 años, dato que casa con el hecho de que Bankinter tiene un perfil de cliente con un patrimonio medio y medio-alto. El BBVA, por su parte, regresa al Banco de España: “El volumen que se da no depende de la edad, sino de la tasa de esfuerzo del solicitante”, aseguran. El plazo tope son 30 años.
Último recurso
¿Qué hacer en un laberinto sin salida? La propuesta de Esteban Sánchez, director del área de Servicios Financieros de AFI, aporta la lógica de la relación humana. “Bastantes veces es mucho mejor acercarse a una caja rural —conoce a la persona, la familia, y si, por ejemplo, tiene una empresa sabe su verdadera capacidad de endeudamiento— que a una gran institución, la cual, casi seguro, le ofrecerá opciones estándar”. Es el recurso de la amistad.
Las entidades creen que corren el riesgo de que a esas edades disminuyan los ingresos, aumenten los gastos y la salud cope gran parte del capital. Es su flujo de conciencia interior. Piensan así. Y los avales diríase que son una mala idea porque incumplen esa recomendación inicial del Banco de España. Todo esto sucede en una Europa de los Veintisiete que —acorde con el European Housing And Mortgage Markets de 2023— ha aumentado, en una década, el 34% su mercado hipotecario, hasta 6,8 billones de euros.
De vuelta a patear calles y oficinas, un profesional de la comunicación, Rafael Ríos, 49 años, ha solicitado un préstamo de 200.000 euros. Una cantidad asequible en los tiempos actuales. El destino: adquirir parte de un solar de la familia en Las Palmas de Gran Canaria. Él quería hacerse con 200 metros cuadrados procedentes de la herencia de su madre. Acudió a Banco Sabadell y le ofrecieron una hipoteca variable a 15 años. Más tarde solicitaría un crédito personal, de 30.000 euros, pensando en la reforma. Ayudó bastante, en toda la operación, que su hermano Luis, de 50 años, tuviera una importante empresa de catering, que trabaja con la entidad. El 26% de las hipotecas —según la firma— que conceden son a personas de edades entre 45 y 55 años, y el 25% de los clientes buscan una segunda casa.
Esther Criado, de 48 años, fisioterapeuta, y su marido, Miguel, de 54 años y técnico de seguridad en Repsol, han recorrido un largo viaje por múltiples estaciones. Firmaron una hipoteca inicial fija a cinco años, pero después pasó a variable, y el pago subió casi 700 euros al mes. Habían pedido ese préstamo con la Unión de Créditos Inmobiliarios (UCI). Recibieron varias ofertas de otras entidades, pero la UCI no la igualó. “Si queréis, os vais”, recuerda Criado. “Lo increíble es que si tienes dinero te dan unas condiciones, en el diferencial, estupendas, pero al revés sucede lo contrario. Deberían ayudar a quien tiene más dificultad; no a quien no lo necesita”, se queja. Les quedan 330.000 euros de hipoteca. La han financiado a 25 años (“gracias a que yo tengo 48 años”, aclara) con Abanca. Y lanza: “Nos decían que no teníamos capacidad de ahorro. ¿Cómo? Nos acabábamos de conocer, era nuestra segunda relación”, recuerda. A veces, sin embargo, nos olvidamos de que los datos más recientes (2023), del Instituto Nacional de Estadística (INE), cifra en 76.685 los divorcios y 3.380 las separaciones. Un grupo de población que también quiere rehacer su existencia.
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