Una epidemia. Encierros masivos. Políticos que se niegan a hacer lo correcto por el bien público por miedo a que afecte a sus votos. Un discurso sobre la libertad personal y el devenir controlador del Estado y el fascismo. Albert Camus publicó La peste en 1947, pero hoy, cinco años después de vivir una pandemia global, algunos de los temas de su argumento suenan a algo que hemos vivido. Nada de distopía. Por nuestra propia memoria de la cuarentena, ver este argumento en pantalla en 2025 resuena diferente.

El guionista Georges-Marc Benamou, encargado de adaptar La peste a una serie que desde el 1 de mayo está disponible bajo demanda en las operadoras telefónicas y plataformas que incluyen el canal AMC Selektcon: “La escribimos durante la covid, y sentíamos que Camus había capturado perfectamente todo lo que estaba pasando a nuestro alrededor. Debíamos pensar en qué poníamos en el centro. Entonces comenzamos a divagar sobre si situarnos de nuevo en Orán (Argelia), y si volver al fascismo tradicional narrado en el libro. Y precisamente esa fue la clave, porque el fascismo no solo estaba presente en aquellos años cuarenta con el nazismo, sino que el ascenso del totalitarismo se mantiene vivo siempre”, recuerda. “Hoy ese mensaje suena incluso más relevante que cuando lo escribimos”.

Los estados policiales son epicentro de este relato que mezcla a Camus con el thriller y que sitúan en el caluroso sur de Francia en 2030. Esta vez La peste se adapta a un mundo de corrupción, telepredicadores, una huelga de basuras, videovigilancia y violencia policial. En el centro, por suerte, sigue habiendo un doctor optimista (Frédéric Pierrot) que lucha por hacer entrar en razón al sistema sobre los problemas que pueden acarrear las muertes de civiles en una pandemia. Todo comienza con una escena playera que nos lleva a Tiburón, de Steven Spielberg. Porque, como en aquella ocasión, da igual si es por un virus o por un escualo, el verdadero villano es otra vez el poder, el de quien no quiere cerrar un lugar de vacaciones por no perder turistas, o por miedo a sus ciudadanos.

Una imagen de la serie 'La peste'.

La historia se repite. Camus, al fin y al cabo, se basó en la epidemia de cólera de Orán en 1848. “Era un visionario, tenía una gran percepción de la sociedad. Mira lo que está pasando con Elon Musk. Nosotros hablamos de videovigilancia y de gente que no puede viajar a otro lugar sin ser rastreada, y creo que es exactamente lo que va a pasar o ya está pasando”, explica el director de la serie, Antonio Garceau, en una entrevista durante la presentación del mercado de cine francés Unifrance, al que EL PAÍS acudió en enero invitado por la organización. “Esto no es ciencia ficción. Simplemente, vivimos en el futuro, en una distopía. Puede pasar no en cinco años, sino en dos”.

En realidad, la idea de revisitar este clásico venía de largo. “Es una historia curiosa, porque pensamos en adaptarla antes de la covid, y estábamos negociando con la familia de Camus y la editorial Gallimard para comprar los derechos. Entonces llegó el encierro”, recuerda Benamou, también en París. “De repente, el libro se convirtió en un best-seller global y Netflix dijo: queremos los derechos. Y tuvimos que luchar contra ellos. Pero gracias a la protección de la televisión pública francesa y a Catherine Camus [hija del escritor], que después nos acompañó en plató, eligieron nuestro proyecto. Gastaron mucho dinero, porque era importante”, recuerda aquella batalla que súbitamente se convirtió en una historia de David contra Goliath del mercado televisivo: “Su hija acabó diciéndonos: ‘A papá le habría gustado”.

Una imagen de la serie 'La peste'.

En aquel tiempo de desasosiego de 2020, el espectador quería entender lo que pasaba. La película Contagio, de Steven Soderbergh, una de las más precognitivas, se convirtió también en una de las más vistas en plataformas. Pronto series como Anatomía de Grey, This Is Us, Black-ish, The Good Doctor o The Conners se lanzaron a narrar en tiempo real la covid, época y tono que recientemente ha vuelto a recordar desde su hospital The Pitt. Y, desde entonces, el virus se ha convertido en material recurrente para obras de terror (Host, Sick), ciencia ficción (Inmune), romance (Fuego, Tiempo compartido), comedia (La burbuja), thrillers (Kim), dramas humanos (Help, Aquí) y políticos (This England) o incluso atracos a bancos (Confinados). En el próximo Cannes, el director Ari Aster dará su propia visión también a lo que sucedió en 2020 en Eddington, si bien no parece que el espectador esté tan interesado como los cineastas en revivir aquel pasado reciente.

A La peste su temática sí le ayudó, y los cuatro episodios lograron liderar las audiencias de la televisión tradicional francesa con alrededor de tres millones de espectadores de media en la pública France 2. Ayudaba que hoy no hubiera que explicar conceptos como la inmunidad de grupo o el plan darwinista que ponen en marcha los políticos de la serie. “Cuando oyes a Trump decir que hay que deshacerse de los pobres, de quien no sea fuerte, ves que todo eso sigue estando cerca. Y el futuro preocupa mucho”, explica el argelino Benamou.

Frédéric Pierrot, en primer plano, y Johan Heldenbergh, segundo por la izquierda, en una imagen de la serie 'La peste'.

Pero, pese a que el material de Camus fuera nutrido, también tuvieron que actualizar su mirada a través de voces femeninas y personajes de diversas edades en un elenco coral, así como incluyendo escenas de acción y suspense, sin divagar tanto, por su parte, en el debate filosófico sobre dios y la bondad. “Es una serie de televisión, por lo que si no están enganchados en los primeros 15 minutos, cambian de canal”, reconoce Garceau. “Además, hicimos que el virus no se transmitiera por el aire, para que actores tan buenos no tuvieran que llevar mascarilla, que es algo poco cinematográfico”. El engorro de la mascarilla también se aprendió en la covid. “Y que el fascismo real es una amenaza constante. Cuando no debates, sino que insultas por redes, nace el totalitarismo que anticipó Camus. Lo predijo muy bien”, concluye Benamou sobre ese libro que su autor consideró había sido “totalmente fallido” por el “exceso” de ambición.



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