Se nos ha ido Rafita oficialmente, aunque desde hace tiempo ya estaba muy lejos, traspasada la línea en la que la vida se convierte en agonía. Una de las terribles consecuencias que provocan ciertas enfermedades es que, si se alargan en exceso, terminas poco a poco teniendo dificultades para recordar a tu amigo sano y vital para quedarte con la imagen de los tristes encuentros más recientes, cuando la enfermedad avanza sin descanso ni piedad, haciendo cada vez más difícil reconocer al maravilloso ser humano con el que tuviste la enorme fortuna de compartir una importante parte de tu vida.

Hablemos, pues, del Rafa que deberíamos recordar y al que conocí cuando tenía 12 años. Como integrante de la selección de minibasket fuimos a jugar un triangular a Siena con Francia e Italia. Además de los minis, este torneo se disputaba en categoría juvenil (ahí andaba ya mandando el gran Corbalán) y sénior. En esta última acababa de debutar un tipo alto y delgado, aparentemente frágil y de rasgos aniñados. Tenía 19 años y todo el mundo le llamaba Rafita. No es difícil imaginar la impresión que nos daba a los renacuajos viajar o compartir hotel con estas figuras.

Rafita nos adoptó inmediatamente, pasando gran parte del tiempo libre con nosotros. En aquel torneo, Italia nos pegó una robada en el partido de minibasket. No sé si el motivo fue el arbitraje o vernos llorar como los niños que éramos, pero nunca olvidaré la imagen del habitualmente angelical Rullán teniendo que ser agarrado cuando estaba decidido a tener unas palabritas con los colegiados. En ese preciso instante, pasé inmediatamente a pertenecer a su club de fans, repleto de jugadores a los que cuidó y protegió posteriormente.

Mi buena fortuna me llevó a compartir durante más de 10 años vestuario, viajes, miles de ensaladas que aliñaba con maestría, alegrías y penas, partidos para enmarcar y hasta una pelea en un entrenamiento que terminó con Lolo Sáinz mandándonos al vestuario donde nos dimos inmediatamente un gran abrazo que cerró para siempre la disputa.

Rafa era un tipo entrañable, peculiar, cariñoso, divertido, muy ganso, a veces maduro, otras infantil, pero siempre generoso, y muchas cosas más. No puedo evitar sonreír al recordar su rutina cuando llegaba a una habitación de hotel. Bajar las persianas hasta abajo, comprobar dos o tres veces que no iba a entrar ni un rayito de luz, ponerse un antifaz y tapones en los oídos, meterse en la cama boca arriba con la manta hasta la barbilla y de allí no moverse. Y cuidadito con hacer ruido. Sí, también era un poco neuras con algunas cosas.

Su carrera deportiva fue deslumbrante. En años jugados y en títulos atesorados. Un palmarés inalcanzable en estos tiempos. En la mayoría de estos éxitos, Rafa tuvo una importancia capital. Durante su primera época, era un clínic andante en la posición de poste bajo. Sus movimientos de pies eran de bailarín y junto a su gran envergadura y muñeca privilegiada le hacían casi imparable hasta para su némesis de la época, de nombre Dino Meneghin.

Pasaron los años y las zonas cercanas al aro se llenaron de armarios de tres cuerpos. Rafa, inteligentemente, decidió emigrar a zonas menos transitadas, alrededor de la línea de tres puntos, desde donde era capaz de enchufarlas sin mayores dificultades. O sea, que ahora que lo más normal es ver a pívots tirando desde siete metros, habría que reconocer que eso ya lo hacía Rullán hace 40 años. Tirador metedor, hábil con las dos manos, buen pasador, gran competidor. Si alguno tiene dudas, le invito a ver, por ejemplo, la final de la Copa de Europa de 1980 con el Real Madrid ante el Maccabi. Rullán en estado puro, todo un estallido de talento.

Es un día triste, pero me queda la esperanza al menos de que su fallecimiento obligará a repasar su figura y palmarés. Espero entonces que mucha gente caiga en la cuenta de que estamos hablando de una figura descomunal, un talento superlativo, un adelantado a su época. Alguien que no ha sido reconocido como desde luego se merece. Aunque sea un poco tarde, es hora de subsanar este injusto error.

Y a ti Rafita, gracias por todo, que fue mucho.





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