El próximo domingo día 11 se celebrará en Madrid (Callao, 12.00) el acto central de un movimiento que protagonizan organizaciones y personalidades de la sociedad civil en defensa de Europa y de sus instituciones, un movimiento que se inició en Roma hace unas semanas y que recorre otros países de la Unión. Es la ocasión para que los ciudadanos (hay convocadas manifestaciones en otras ciudades españolas, como Barcelona, Sevilla o Zaragoza) demuestren que creen en el proyecto europeo y que están convencidos de que es necesario defenderlo y sentirse orgullosos de sus resultados. Orgullosos de pertenecer a una organización política tan peculiar y tan exitosa, pese a todos los problemas (inacción respecto a Gaza).

En el caos político y económico provocado por los cambios radicales introducidos por quien era el principal aliado de la Unión, Estados Unidos, Europa se presenta como el principal defensor del multilateralismo y de la existencia de reglas internacionales, frente a quienes quieren actuar simplemente con el poder de la fuerza. Es un papel esencial, importantísimo, capaz de introducir cierto orden y sentido en un momento de gran confusión e incertidumbre. No ceder ni renunciar a ese modelo multilateral internacional debe ser una de las principales tareas de la Unión Europea en su compromiso con el resto del mundo. Todo el respaldo ciudadano, de organizaciones civiles y de personas individuales, que se pueda ofrecer a ese modelo será imprescindible para garantizar su pervivencia. La Unión Europea es una construcción rarísima, sin equiparación con ninguna otra del mundo, capaz de mantener un núcleo de políticas comunes, en las que se comparte soberanía (mercado único, moneda única, comercio, agricultura), un poder ejecutivo (Comisión), un Parlamento común y un Tribunal de Justicia al que se someten todos los países miembros. Una construcción magnífica, original, llena de problemas, es cierto, pero extraordinariamente inteligente.

Las dos partes de la Unión, la que tiene soberanía compartida y la intergubernamental, atraviesan un momento decisivo. “Más Europa”, reclaman muchos de los convocantes de la manifestación y, sin duda, hace falta que la Europa comunitaria termine de consolidar sus avances, especialmente en lo relativo a la moneda única, carente aún de una imprescindible política fiscal común y de políticas económicas coordinadas. Pero también es fundamental proteger la parte puramente intergubernamental, amenazada por la actitud de un escaso grupo de pequeños países miembros como Hungría o Eslovaquia, con gobiernos ultraderechistas, que aprovechan la regla de la unanimidad para frenar cualquier posible profundización. La única manera de sortear esos vetos es apostar de manera decidida por la cooperación reforzada entre aquellos países miembros que quieran avanzar en proyectos comunes. Y para eso, es imprescindible que Francia y Alemania recuperen su papel impulsor y coordinado. Sin París y Berlín no se podrá avanzar, y con ellos coordinados será posible que otros países como Polonia, o la propia España, se sumen a esos nuevos proyectos.

El más inmediato es la llamada Europa de la Defensa, que es obvio que no puede desarrollarse si se exige unanimidad, pero que puede avanzar si se plantea en el plano intergubernamental. Esa vía es aún más aconsejable para poder unir a los acuerdos a países como el Reino Unido, pero también a Canadá o, incluso, a Japón o India.

El futuro de España no se puede aventurar sin saber cómo va a evolucionar la Unión Europea en los próximos años. La fórmula elegida para la construcción europea no tiene precedente en la historia de las ideas políticas. Nadie puede predecir el camino que recorrerá la Unión, pero de lo que no cabe duda es que lo conseguido hasta ahora es ya algo extraordinario. En estos 68 años, desde la firma del Tratado de Roma, ha conseguido mejorar el nivel de vida de sus ciudadanos hasta límites nunca soñados y destruir los fundamentos de varios siglos de luchas entre Francia y Alemania. Los riesgos de caer en la parálisis son ahora grandes, enfrentados a antiguos aliados, a una nueva guerra en Ucrania y a las propias presiones de países como Hungría, dispuestos a bloquear cualquier avance. Toda la ayuda que podamos aportar los ciudadanos, manifestando nuestro orgullo por lo que significa la Unión, está más que justificada. ¡A la calle, europeos!



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