Walter Wilhem Flegel, nacido en 1912 en Pagelinen, provincia de Insterburg, Prusia Oriental, trabajador temporario en un aserradero en Chile, preso por robo durante 11 años en la provincia argentina de Mendoza y finalmente empleado ejemplar en una empresa de Buenos Aires, fue entre el 23 y el 30 de septiembre de 1960 Martin Bormann, el hombre de máxima confianza de Adolf Hitler.
La historia de Flegel ocupó la atención de los argentinos cuando el mundo buscaba en todos los rincones posibles a los jerarcas nazis que habían huido de Alemania tras la caída del Tercer Reich. Un misterioso listado alertó de que ese alemán de ropas humildes no era otro que el mismísimo Bormann, desaparecido como un fantasma el 30 de abril de 1945 en el búnker del Führer y reaparecido decenas de veces en sitios tan distantes entre sí como Moscú, Ciudad del Cabo, Sídney o Bariloche, en la cordillera argentina. Bormann se ocultaba ahora en una pequeña casa de madera levantada con sus propias manos en Zárate, a 100 kilómetros de Buenos Aires, junto a su esposa y tres hijas pequeñas, a las que veía solo una vez por semana porque trabajaba como sereno en los galpones que Construcciones Claussen tenía en la capital.

Flegel fue famoso durante una semana, muy a su pesar, como atestiguan las más de 100 páginas dedicadas a su detención que obran en los archivos de la policía argentina sobre la cuestión nazi, desclasificados en 1992 y disponibles desde esta semana en internet por iniciativa del Gobierno de Javier Milei. Entre los cientos de documentos, destacan las fotos de un hombre flaco y rostro lleno de huesos, que posa con una combinación de sorpresa y estupor ante la cámara. El parte policial de aquel día describe a Flegel como un hombre que “se expresa con fluidez y sin inhibiciones, revelando una mediana cultura” y el “psiquismo de un hombre común”. “La hendidura palpebral [la abertura del ojo] es pequeña, los ojos castaños con arco senil, la nariz de dorso algo cóncava termina en punta recordando alejadamente un pico de pato, es de tamaño mediano”, escribió el perito policial. Con un poco de atención se percibe que a Flegel le falta el brazo derecho.
El hombre que fue Bormann había llegado a Chile en 1930 “como tripulante de un barco carguero de 10.000 toneladas” y se dedicó a “las tareas rurales”. “Fue en esas funciones cuando en julio de 1931 la correa de transmisión de un molino le arrancó el brazo derecho en su totalidad”, dice el parte policial. Dadas las dificultades en Chile, Flegel cruzó la cordillera de los Andes hacia Argentina, “haciéndolo a lomo de caballo”, hasta la provincia de Mendoza. “Fue allí que su situación se hizo insostenible, causa por la cual debió delinquir para subsistir. En una oportunidad, en abril de 1932, pretendió hurtar un comercio y fue descubierto por uno de los cuidadores, a quien lesionó usando el revolver”, se lee en uno de los documentos desclasificados.

Flegel estuvo preso hasta 1935 y, ya en libertad, “se robó un caballo”. “El dueño lo atacó a rebencazos y Flegel se defendió con un revolver”. Condenado a seis años de cárcel, salió en 1943. La vida de Flegel fue desde entonces la de un nómade que se ganaba la vida como vendedor ambulante hasta que, en 1944, Construcciones Claussen lo contrató como sereno. Enviado por la compañía a Corrientes, en la frontera con Brasil y Paraguay, Flegel conoció a Haydee Colinett, una adolescente de 16 años con la que se casó en 1947 tras “haber obtenido el correspondiente permiso de su padre”. En 1948, Flegel se instaló, finalmente, en Zárate, en la casa donde 12 años después sería arrestado por dos policías de civil. En su declaración, dijo a la policía que “solo se dedica al trabajo, no concurriendo a reuniones, clubes, ni tampoco frecuenta la amistad del vecindario ni con connacionales”.
La prensa argentina se hizo un festín con el falso Bormann. Hoy sabemos que el jerarca nazi llevaba 15 años muerto cuando Flegel cayó preso, pero entonces su detención puso al Gobierno democrático de Arturo Frondizi ante el ojo del mundo. Los mensajes diplomáticos enviados por Alemania a Buenos Aires son evidencia del interés que despertó el caso. El sentido común, sin embargo, obraba a favor del detenido: si bien su rostro podía dar lugar a alguna confusión, “hubiese sido fácil para la policía determinar que Flegel no era Bormann solo teniendo en cuenta que el primero tiene 48 años y el segundo 60”, escribía en un editorial el diario La Razón.
De Alemania llegaba el testimonio de una hermana, mientras que la prensa sensacionalista israelí aseguraba que no cabía la menor duda de que en Argentina habían atrapado a Bormann. El diario La Razón revelaba desde Argentina, “con base en fuentes que no dejan lugar a dudas”, que Bormann frecuentaba un bar de la calle Lavalle 545 en la ciudad de Buenos Aires. “Allí, la eminencia parda, el hombre en quien Hitler depositaba su confianza, mientras apurada su bebida predilecta, la cerveza, entablaba conversación con otros jerarcas del Tercer Reich, entre ellos Adolfo Eichmann”. El testimonio de Eichmann, quien sí vivió en Argentina, era, según la prensa, de donde había salido la pista para dar con Flegel, un dato que el Gobierno de Israel se ocupó de desmentir.
La fuente “inobjetable” resultó ser un médico italiano que había conocido a Bormann en Munich y contó a La Razón que lo había visto en varias ocasiones en el bar de la calle Lavalle, que vestía “elegante” y que “llevaba cubierta su artificial mano derecha con un guante de cuero negro”. El periódico remataba el texto lamentando que Argentina hubiese sido “refugio de nazis, amparados por poderosos personajes”.
A falta de redes sociales, los vecinos de Zárate se encargaban de dar alas a todo tipo de noticias falsas. En un recuadro titulado Dudas, un enviado especial decía que “algunos detalles oscuros” hacían pensar que Flegel, si bien no era Bormann, “bien podía ser un individuo vinculado al régimen hitleriano”. El periodista cita entonces al vecino Moisés Fridman: “La policía vino el viernes a proteger a Flegel, que estaba cercado ya por comandos israelíes. Estos conocían su paradero por la delación de Eichmann”. Un tal H. García, martillero público, contó que en 1952 la esposa de Flegel le dijo que su marido había pertenecido al acorazado Graf Spee y que “por eso tenía prohibida la entrada al país”. El acorazado nazi Graf Spee fue hundido por su capitán en el Río de la Plata el 17 de diciembre de 1939, cuando Flegel ya llevaba casi una década en Argentina.

“No se tienen todavía las fechas dactiloscópicas de Bormann [llegarían desde Alemania recién a finales de noviembre], pero puede ya establecerse de forma concreta que Walter Flegel no es Martin Bormann”, dijo el 30 de septiembre de 1960 el ministro de Interior, Alfredo Vitolo. El argumento principal fue que Flegel llevaba en Argentina desde 1931. Comenzaron entonces las repercusiones políticas. En una editorial fechada el 5 de octubre, el diario Argentiniesches Tageblatt, editado en alemán en Buenos Aires, se preguntaba “por qué se ha cometido la fanfarronada” de detener a Flegel. El periódico destacaba que la captura se había basado en “una lista de 20 nombres de criminales de guerra nazis residentes en Argentina” entregada al Gobierno. “Y Flegel fue elegido conscientemente de entre esos 20 nombres por determinadas personas que no tenían gana alguna de detener a verdaderos criminales de guerra nazis”, se queja el periódico.
El 30 de septiembre de 1960, Flegel quedó finalmente en libertad. Lo esperaban en la puerta de la central de la Policía Federal “el ingeniero Claussen”, que siempre había defendido la inocencia de su empleado, y decenas de periodistas. Aturdido por las preguntas, Flegel contó que había conocido a Hitler “durante una reunión en Allestein en 1927, pero después nada más”; que solo hablaba “de mala manera” alemán y español; y que no volvía a Alemania porque no tenía los medios para hacerlo. Al día siguiente, el diario argentino El Mundo, ya desaparecido, cerraba así su crónica de la jornada: “Ayer, Flegel, obrero modesto forjado en el trabajo, volvió a su rutina de encargado de depósito en el edificio de Alsina 465, de Claussen y Cia. Tal vez sea una rutina desesperadamente monótona, pero la tranquilidad y el anonimato son a veces dones inapreciables”.
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