Simón Elías, alpinista riojano y primer español en formar parte de la prestigiosa Compañía de Guías de Chamonix, definió hace años con precisión hilarante el oficio de guiar: “Se trata de poner a los clientes en peligro de muerte para, luego, rescatarlos”. La sorna de su definición encaja a la perfección con el tinglado que se organiza cada primavera en las laderas del Everest. Allí, especialmente en la vertiente sur (Nepal), más accesible que la cara norte o tibetana, se citan cada año un número creciente de clientes para alimentar el negocio de las grandes cimas. Ahora mismo, 450 aspirantes a la cima esperan tensos en el campo base, a los pies de la cascada del Khumbu, para salir en estampida en cuanto los partes meteorológicos lo aconsejen. Las prisas y el estrés de lo cotidiano trasladadas a la montaña.
Pese a las colas, las tragedias, las imágenes incomprensibles y los precios desorbitados para permitirse el capricho, el negocio crece como la espuma. Cada cliente dispone al menos de un sherpa que le acompañará y cuidará durante la ascensión, si bien algunos disponen de dos o tres sherpas para cubrirse las espaldas. Apenas son conscientes de que se hallan ‘en peligro de muerte’: si su sherpa falla, si una cuerda fija se rompe, si algo no va bien en su organismo, su flagrante falta de autonomía en la montaña, la ausencia de recursos físicos y técnicos, les colocará en la peor de las situaciones. Hace un par de días, el equipo de cima colocó cuerdas fijas hasta la cumbre, dando el pistoletazo de salida a las diferentes estrategias para colocar en lo más alto a un mayor número de clientes. Ahora, todo reside en analizar los datos meteorológicos para rastrear las jornadas de viento débil en altitud y salir disparado ladera arriba. Las prisas marcan el ritmo en los ochomiles.
El velocista francés Vadim Druelle (tiene los récords de ascensión al Kangchenjunga y al Nanga Parbat) aterrizó en Katmandú el pasado 24 de marzo y apenas seis días después alcanzaba el campo 3 del Annapurna, por encima de los 7.000 metros de altitud, donde pasó la noche para optimizar su aclimatación. Por la mañana recogió sus enseres e inició el descenso hacia el campo base. Su cerebro se apagó de golpe y cayó, rebotando aquí y allá para aterrizar 150 metros de desnivel más abajo en el fondo de una grieta. Tuvo la fortuna de ser rescatado por el pakistaní Sirbaz Khan, testigo de su caída, y por varios sherpas. “Gestioné muy mal mi aclimatación, apremiado por la necesidad de estar a punto para la ventana de buen tiempo que se anunciaba inminente. No pensaba que me afectaría tanto la altitud. Debí perder el conocimiento cuando rapelaba y no consigo recordar nada”, reconocería desde el hospital días después. Antes, en el campo base, tuvo la suerte de ser tratado por el médico y alpinista asturiano Jorge Egocheaga: “Su intervención seguramente me ha salvado la mano”, reconoce el francés. En Katmandú, Druelle tuvo que suplicar a los médicos para que no le amputasen sus dedos de la mano izquierda ennegrecidos por las congelaciones. Un equipo médico francés ha logrado salvárselos en Annemasse, pero ahora le espera una larga convalecencia, más de un año alejado de las montañas y el recurso a un psicólogo para encajar lo sucedido. En 2023, el también galo Benjamin Védrines estuvo cerca de la catástrofe al sufrir un apagón similar cuando trataba de firmar el récord de velocidad al K2.
Si Druelle jamás volverá a saltarse las reglas de la aclimatación, en el Everest el problema tiene que ver con la masificación, motor de otras urgencias y apremios. El Gobierno de Nepal ha vuelto a anunciar las enésimas medidas supuestamente destinadas a evitar atascos, un anuncio que quedará en agua de borrajas: son tantos los intereses económicos generados que nadie se atreve a cortar de raíz el flujo de divisas. Las autoridades locales quieren exigir experiencia previa en alta montaña obtenida en picos de hasta 7.000 metros que figuren en Nepal, lo que no es sino una forma de ampliar el negocio que en ningún caso garantizará el pedigrí de los aspirantes al Everest. La experiencia en montaña llega tras años de dedicación. El gobierno local también reclama que todos los guías sean nepaleses, pero son muy pocos los guías locales que pueden exhibir una acreditación laboral internacional. Haber nacido en Nepal no garantiza ser un guía competente, algo que pueden acreditar los clientes que hace un año fueron abandonados por sus supuestos guías locales.
Sí empiezan a mejorar, en cambio, las condiciones de trabajo del equipo sherpa conocido como Icefall Doctors que cada año equipa la cascada del Khumbu, es decir un glaciar laberíntico, complejo y sumamente peligroso donde han perdido la vida decenas de trabajadores. Una compañía opera ahora drones de gran tamaño para transportar las cargas y permitir a los sherpas una mayor velocidad y precisión en la elaboración del trazado, novedad que todos han recibido con enorme alivio.
El pasado 8 de mayo, el equipo sherpa de punta alcanzó la cima del Everest: los nervios se desataron en el campo base, donde todos esperan con ansiedad la llegada de las condiciones óptimas para buscar la preciada cima. Como cada año, no será una ascensión, sino una carrera contra todos y contra todo: la altitud extrema, la ausencia de autonomía, la concurrencia, las prisas… y la necesidad de comprar experiencias para compartirlas en las redes sociales. Una mezcla explosiva y peligrosa.
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