En el Giro no hay etapas banales, dice Franco Pellizotti, el director del Bahrein, que llora la caída de su Antonio Tiberi –muslo izquierdo desgarrado, golpe fuerte en la cadera izquierda–, el chaval que patina cuando la carrera, a 23 kilómetros de la meta, en la frontera con Eslovenia, entra una calle estrangulada, estrechamiento, curva, pavés, lluvia, y cae duro, y con Mads Pedersen, nada menos, y Giulio Ciccone, también, forma tal tapón que ocho novenas partes del pelotón se queda cortada detrás de ellos, tan delante marchaban. Entre ellos, unos cuantos solistas, Juan Ayuso, Primoz Roglic, Egan Bernal.

“¡Ay!”, grita el joven Tiberi, quinto el último Giro, la esperanza italiana. “El infortunio me ha golpeado también a mí”.

A Isaac del Toro, no. Isaac del Toro está tocado con una varita. Es único. Intocable.

Del Toro es como el puente de Solkan sobre el Isonzo caudaloso por donde pasa el ferrocarril desde los tiempos del imperio austrohúngaro, un arco de piedra poderoso y esbelto, un trazo en el aire, de 85 metros que derrumban en las guerras y reconstruyen, y ahí está, en diagonal al puente de la carretera por la que ellos cruzan, embelleciendo el paisaje e iluminando el espíritu. Y casi tanto, tan luminoso, es Kasper Asgreen, un danés duro como todos los daneses, un superviviente de la fuga que, favorecido por el caos y el frenesí a sus espaldas, vuela por el asfalto empapado como voló en su año mágico con el Quick Step para ganar el Tour de Flandes, y suma una victoria más para el EF. Entra en Gorizia, en la recta final, solo, a su derecha Italia, a su izquierda, Eslovenia, una frontera estúpida por la guerra que él rompe cuando culebrea, ahora aquí, ahora allá, y todo el pelotón doliente detrás le imita. El ciclismo es internacionalismo, y proletario.

Del Toro, tan visible su mancha rosa, ágil, a vista de helicóptero, hiperactivo, pone pie en tierra pero, nadie sabe cómo, con la bici en la mano regatea entre hierros y cuerpos caídos y antes de que nadie se dé cuenta, ya está con el pelotón de los indemnes, no más de una veintena, que el Visma de Wout van Aert y Simon Yates conduce a tutta por carreteras estrechas, curvas y repechos matadores a la caza de los tres fugados (llevan a su sprinter Olav Kooij para intentar ganar la etapa) y también para poner tierra por medio con los caídos y elevar al mayor de los Yates en la general.

Del Toro es un predestinado con el signo de los campeones en estado de gracia, aquellos que, como dicen los viejos, no se caen ni pinchan, y cuando lo hacen, no pasa nada. Juan Ayuso no es de esos, ni Roglic, ni Egan. Cuando se caen les duele y pierden tiempo, y puede que se les vaya el Giro un día tonto de una caída tonta en un embudo estúpido entrando en Eslovenia. “El circuito estaba superresbaloso”, precisa Egan. “Nos pegamos duro todos”.

Los tres se encuentran en el segundo racimo de corredores, otros 17, sin apenas ayuda de compañeros de equipo. Con Roglic marcha Pellizzari, que tira de todos desencadenado; con Ayuso, nadie, tan desperdigado queda el UAE, tan descosido, y se acopla a la rueda de Roglic; también Egan con su compañero Arensman. Los tres pierden 48s con respecto a Del Toro, Simon Yates y Carapaz, un jovencito y dos clásicos que dominan ahora la general, con Juan Ayuso (a 1m 26s de su compañero líder) incrustado tercero. Roglic, el hombre referencia, sale de su Eslovenia con un retraso de 2m 23s. A Tiberi, el más dañado entre los favoritos, no le sirve de nada ser vecino de Del Toro en San Marino: perdió 1m 44s. Ciccone, que quizás deba abandonar, más de 16.

En el altiplano de Asiago, con vistas a los Dolomitas, sus nieves, se hacen quesos y se hacen Giros a 1.000 m. Fue un puesto estratégico, y sangriento, en la Gran Guerra, y en el Giro se convierte en un punto de observación que inspira fantasías tácticas decisivas. Allí Induraín ganó uno, regalando por unos días la maglia rosa al encantador Bruno Leali, y allí Nairo perdió otro, víctima de la alianza centroeuropea que ayudó a Dumoulin en su persecución. Y allí, el domingo, Juan Ayuso, y Roglic agazapado siempre, levantará de nuevo el espíritu y, pese a caídas e infortunios, continuará peleándose con su amigo Isaac del Toro por demostrar quién es el mejor del equipo, quién se merece todas las complacencias y vasallaje de los trabajadores del UAE, tan buenos y tan confundidos.

Será el primer día de más de cinco horas de pedaleo en un Giro breve y velocísimo, 50 horas de carrera para 2.200 kilómetros: solo siete de las 14 etapas disputadas han pasado de cuatro horas, y la de Gorizia, que no era corta,195 kilómetros, lo ha hecho por los pelos, en 4h y 4m, a casi 48 de media. Comienza otro Giro, pero bajo el signo de Del Toro, siempre.



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