El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, inicia este lunes la primera gira por el exterior de su segundo mandato, que le llevará a Arabia Saudí, Qatar y Emiratos Árabes Unidos. Su objetivo es anunciar una avalancha de acuerdos, sobre todo económicos, que le permitan alardear de sus dotes de negociador. Pero el viaje se produce en un turbulento momento geopolítico, mientras Estados Unidos trata de cerrar un acuerdo nuclear con Irán, es incierto el futuro de las conversaciones sobre Gaza, y el pacto con los rebeldes hutíes en Yemen para que suspendan sus ataques en el mar Rojo está aún rodeado de interrogantes. Este domingo los negociadores de Washington y Teherán han celebrado su cuarta ronda de contactos.
Para Trump, los primeros resultados han llegado antes incluso de despegar. Altos cargos estadounidenses han informado este domingo a la cadena de televisión ABC de que el presidente planea aceptar el que posiblemente sea el regalo extranjero más caro jamás recibido por un gobierno de EE UU, y que plantea graves interrogantes éticos: un avión Boeing 747 de lujo, obsequio de la familia real catarí, que en el mercado se vende nuevo por unos 400 millones de dólares (355 millones de euros). El republicano pretende utilizarlo como su avión presidencial Air Force One.
Que el golfo Pérsico sea el escenario de esta primera gira no es casualidad. Trump mantiene excelentes relaciones con las monarquías de la región. Las ha encumbrado como mediadoras en conflictos, de Gaza a Ucrania. Los hijos del presidente cuentan con importantes negocios y proyectos en la zona. Para el republicano, esos países son socios económicos y estratégicos con los que siente más afinidad personal que incluso con los aliados tradicionales de Estados Unidos en Europa. Arabia Saudí, gran potencia económica, ya fue el primer destino de su gira de debut en su anterior mandato, en 2017, cuando se estrenaba en el cargo.
“El presidente Trump va al Golfo porque es su lugar favorito”, opina el vicepresidente del think tank CSIS en Washington, Jon Alterman. “Sus anfitriones serán generosos y hospitalarios, deseosos de firmar acuerdos. Le halagarán en vez de criticarle… y el Golfo es el sueño de un promotor inmobiliario, con marismas y dunas de arena transformadas en relucientes complejos de apartamentos, fuentes, centros comerciales, propiedad de gente con conexiones con el Gobierno. En su cabeza, es el mundo tal y como debería ser”, añade.

Esta vez, a diferencia del primer viaje, Israel no estará incluido en las paradas. Las relaciones entre Trump y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, no atraviesan su mejor momento. En el Gobierno israelí no ha sentado bien el acuerdo de Washington con los hutíes, que no obliga a los rebeldes en Yemen a cesar sus lanzamientos de misiles contra Israel. Y viceversa, en la capital estadounidense no han sido bien recibidas las señales de que su aliado puede plantearse una invasión más extensa de la franja de Gaza.
Elliott Abrams, antiguo consejero adjunto de Seguridad Nacional de George W. Bush y ahora en el laboratorio de ideas Consejo de Relaciones Exteriores (CFR), señala: “A los israelíes les preocupa que el acuerdo con los hutíes pueda servir de modelo para un acuerdo en las negociaciones con Irán, que les deje también expuestos a ellos al peligro. Y, por supuesto, les preocupa Gaza y cómo pueda evolucionar la posición estadounidense. Creo que hay cierta tensión… [Israel] sabe que Trump se va a pasar una semana en el Golfo oyendo hablar de Gaza, Gaza, Gaza, cada día. Así que no es el mejor momento en las relaciones entre EE UU e Israel, o entre Trump e Israel”.
Inteligencia artificial, semiconductores y tierras raras
La primera parada será Arabia Saudí, donde el príncipe heredero, Mohamed Bin Salmán, ya ha dado a entender su intención de invertir 600.000 millones de dólares en Estados Unidos y ampliarlos posteriormente a un billón. Qatar y Emiratos Árabes se disponen a firmar acuerdos similares. “Claramente, lo que [Trump] busca sacar de todo esto son acuerdos, el anuncio de múltiples acuerdos multimillonarios”, apunta Steve Cook, experto en Oriente Próximo del CFR. Los socios del Golfo están interesados en áreas como la inteligencia artificial, los semiconductores o las tierras raras, entre otras.
Arabia Saudí también está interesada en un acuerdo con Estados Unidos para el desarrollo de un programa nuclear civil. Durante el mandato de Joe Biden fue la zanahoria que Washington blandió para tratar de persuadir al Gobierno saudí de acceder a una aproximación a Israel; sin normalización, no habría acuerdo nuclear. Pero Riad se cierra en banda a un acercamiento al Gobierno de Netanyahu mientras la herida de Gaza siga abierta, por lo que Trump podría indicar un cambio en esa postura durante su visita.
En la gira, según han publicado medios estadounidenses, Trump también podría anunciar un paso simbólico pero una concesión de gran peso en la zona: el cambio de nombre del golfo Pérsico a “golfo de Arabia” en las declaraciones oficiales de Estados Unidos. Washington se alinearía así con la denominación que ya emplean países árabes de la región, en un paso que generaría un fuerte malestar en Teherán en momentos en los que la República Islámica y el país norteamericano tratan de cerrar un acuerdo sobre el programa nuclear iraní.
Este domingo los negociadores completaron la cuarta ronda de conversaciones, en Omán, ante la atenta mirada de los aliados árabes de Estados Unidos en el Golfo. A diferencia de la era de Barack Obama, cuando miraron con desconfianza cualquier tipo de acuerdo entre Washington y Teherán, Emiratos y Arabia Saudí ahora apoyan con cautela esas negociaciones. “En parte, porque tienen más confianza en Trump. En parte, porque el programa nuclear iraní se ha acelerado bastante rápidamente. Y temen que una acción militar pueda golpearles”, apunta Alterman.
Los gobiernos del Golfo tratarán de clarificar durante la visita de Trump cuáles son las prioridades de la Administración republicana en esas negociaciones, hasta ahora escasas en detalles.
“El gran objetivo de los Estados del Golfo será tratar de determinar cuáles son, no solo las políticas de Estados Unidos, sino sus prioridades. Hay muchos actores en la Administración, y no está claro hasta qué punto los protagonistas tradicionales, sea el Consejo de Seguridad Nacional, el Departamento de Estado o el Pentágono, tengan influencia sobre las políticas que se ponen en marcha. Ni siquiera sobre las que les afectan directamente”, puntualiza Daniel Byman, director para conflictos y terrorismo del CSIS.
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