El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha aterrizado este martes en Riad, donde ha iniciado una gira por Oriente Próximo, que lo llevará también a Qatar y a Emiratos Árabes Unidos (EAU), con un objetivo que el mandatario no se ha molestado en tratar de embellecer: conseguir contratos millonarios para su país. “Iré si ponen un billón de dólares (unos 900.000 millones de euros) para empresas americanas”, dijo Trump hace semanas. Los saudíes respondieron prometiendo inmediatamente 600.000 millones de dólares en contratos durante los próximos cuatro años. Esa cantidad ha abierto la veda de una competición regional para ver quién ofrece una cifra más alta al antiguo magnate inmobiliario. En el caso de los Emiratos, 1,4 billones de dólares en contratos para Estados Unidos en 10 años, según The New York Times. Qatar aún no ha precisado su puja por el favor de Trump, pero se espera que lo haga este miércoles, con el presidente ya en Doha.

En medio de estas ofertas estratosféricas, la convulsa situación geopolítica que vive Oriente Próximo no tiene visos de ser la prioridad en la agenda de Trump. Ello a pesar de que el pasado 5 de mayo el Gobierno de Benjamín Netanyahu anunció su intención de conquistar y retener el territorio de Gaza por la fuerza militar, lo que amenaza con inflamar aún más la región, en medio del descontento israelí por las negociaciones de Washington con Irán sobre su programa nuclear y por el pacto de no agresión de Estados Unidos con los hutíes de Yemen.

Trump ha dejado además fuera a Israel de este viaje -su primera visita oficial al extranjero, exceptuando su asistencia al funeral del papa Francisco en Roma-y de esta gira no se esperan grandes progresos en crisis como la de la Franja palestina. Ni siquiera está claro si el presidente abordará con sus interlocutores saudíes el que sigue siendo su proyecto estrella en Oriente Próximo: el establecimiento de relaciones diplomáticas entre Arabia Saudí e Israel. Esa normalización que pondría la guinda a los Acuerdos de Abraham de 2020 -por los que EAU, Marruecos y Baréin establecieron relaciones con el Estado judío- es ahora inverosímil, toda vez que Riad la vincula a una hoja de ruta para el establecimiento de un Estado palestino.

En Arabia Saudí abundan el petróleo y los príncipes ancianos con más dinero del que se puede gastar en varias vidas. El príncipe Bin Salmán, de 39 años, medró en ese contexto hasta convertirse en el heredero del reino de los Saud y en el hombre fuerte del país; sabe cómo agasajar a hombres maduros y ricos como Trump, al que este martes acudió a recibir al aeropuerto de Riad.

El cortejo al presidente anunciado desde hace semanas a golpe de ofertas millonarias, se había desplegado ya antes de que el Air Force One tomara tierra. Una escuadrilla de cazas F-15 saudíes escoltó a la aeronave presidencial por los cielos del reino durante media hora. Cuando el predecesor de Trump, Joe Biden, visitó el país árabe en 2022, el heredero de su dinastía reinante ni siquiera acudió a recibirlo.

A Trump lo esperaba luego, a pie del avión, una guardia de honor, y el heredero saudí, que lo acompañó al pabellón real, un edificio reservado para los visitantes más ilustres y donde recalan normalmente la legión de príncipes de la familia real. Como hizo en la primera visita oficial del republicano a Arabia Saudí, en 2017, Bin Salmán acompañó luego a su huésped a un salón presidido por el retrato de su padre, el anciano y públicamente desaparecido rey Salmán bin Abdulaziz, donde se celebró una ceremonia de bienvenida.

Junto al mandatario, ha aterrizado en Riad una nutrida delegación de empresarios, cuya presencia da fe del foco económico de la visita. Entre ellos, el hombre a quien se considera como una especie de valido presidencial, Elon Musk, el consejero delegado de Tesla y asesor del presidente. También acompañan a Trump el considerado zar de las criptomonedas de la Casa Blanca, David Sacks, y los directores ejecutivos de IBM, BlackRock, Citigroup, Palantir y Qualcomm, una empresa de semiconductores.

Flanqueado por esta delegación, Trump participará este martes en el Foro de Inversión Arabia Saudí-EE UU, donde, según Reuters, ofrecerá a los saudíes un paquete de venta de armas por valor de más de 100.000 millones de dólares. Entre 2020 y 2024, el reino árabe fue el primer comprador individual de armas estadounidenses (12%), según el Instituto Internacional de Estocolmo para la Investigación de la Paz (Sipri).

El presidente ha llegado a la capital saudí acompañado también de su secretario de Estado y asesor de Seguridad Nacional, Marco Rubio, y del secretario de Defensa, Pete Hegseth.

El miércoles, Trump se desplazará a Qatar, antes de viajar a Emiratos Árabes Unidos el jueves. El presidente estadounidense ha dejado abierta la posibilidad de hacer una escala ese mismo día en Turquía, según Reuters, si es que se concreta la posibilidad de que el presidente ruso, Vladímir Putin y su homólogo ucranio, Volodímir Zelenski, se vean cara a cara.

Petrodólares

La coreografía del halago que este martes está siguiendo Arabia Saudí con Trump recuerda mucho a la que desplegó en 2017, cuando un presidente estadounidense aún bisoño rompió con la tradición de su país de que el primer viaje oficial de un mandatario recién elegido fuera a Canadá o al Reino Unido. El anzuelo fueron entonces 350.000 millones de dólares (316.000 millones de euros) en acuerdos prometidos por Riad, que luego se quedaron en mucho menos.

Un Trump fascinado por los fastos, la adulación -enormes carteles con su imagen presidían la fachada del hotel Ritz-Carlton de Riad- y los oropeles instalados a su mayor gloria por Bin Salmán, firmó entonces con gran pompa un acuerdo para vender armas a los saudíes por 110.000 millones de dólares.

El republicano obtuvo ese y otros titulares plagados de cifras con muchos ceros, pero el tiempo terminó por desmentirlos. A finales de 2018, ese pacto armamentístico solo se había traducido en el desembolso por parte de los saudíes de una cantidad mucho menor a la prometida: 14.500 millones de dólares. La cumbre conjunta que congregó a decenas de líderes árabes y musulmanes terminó con un comunicado vacío, recordaba este lunes The Economist, que definía aquella visita como “más espectáculo que sustancia”.

Ese riesgo amenaza también la visita de Trump que ha comenzado en esta jornada. Varios expertos han puesto en duda que la oferta saudí de 600.000 millones de dólares -lejos de las expectativas del presidente- sea realista en un contexto de caída de los precios del petróleo −el maná del que se nutre la opulencia saudí−, con el barril de crudo que se paga a solo 60 dólares. Ese desplome ha sido provocado, de forma casi paradójica, por la guerra arancelaria desatada por el presidente de Estados Unidos. Los Estados del Golfo tampoco se han librado del gravamen general del 10% decretado por Trump y podrían asomarse a la inflación por la debilidad del dólar a la que están vinculadas sus monedas.

El mandatario inicia además su viaje en Riad bajo la sombra de un posible conflicto de intereses. El Fondo de Inversión Pública (FIP) del reino invirtió 2.000 millones de dólares en Affinity Partners, la firma del yerno de Trump, Jared Kushner, justo después de que este dejara su cargo como enviado del presidente en Oriente Próximo en 2021. Desde entonces, la relación entre Arabia Saudí y el emporio de los Trump no ha hecho sino crecer. La Organización Trump está construyendo una torre de apartamentos de lujo en la ciudad saudí de Yeda y los campos de golf de Trump han acogido varias competiciones del circuito de golf alternativo saudí LIV, además de otros acuerdos millonarios. A finales de abril, Eric Trump, uno de los hijos del mandatario y vicepresidente ejecutivo de la empresa familiar, firmó con la constructora saudí Dar Global el desarrollo de un hotel de 80 pisos en Dubái.

La sombra de lo inaceptable se cierne también sobre una oferta con la que Qatar se ha posicionado en la carrera por adular a Trump a golpe de petrodólares. La Administración estadounidense está sopesando aceptar un lujoso Boeing 747-8 por valor de 400 millones de dólares -un Jumbo– como donación de la familia real qatarí. The New York Times asegura este martes que el presidente ha pedido que se utilice para servir como Air Force One mientras espera que Boeing entregue dos aviones presidenciales encargados por la Casa Blanca desde hace mucho tiempo. “Nos están haciendo un regalo”, dijo el presidente este lunes. Y zanjó: “Sería estúpido no aceptarlo”.



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