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Luz Arcas (Málaga, 42 años) es depositaria de una danza que huye de formalismos. Ella prefiere hablar de “baile”, como declaraba hace unos años a este periódico. Y con la elección de ese término, también opta por algo primario, más salvaje y espontáneo, que se ubica en lo instintivo y hace que su lenguaje se perciba incluso antes de pasar por el pensamiento. En este sentido, y en muchos otros que pasan por un particular punto de vista sobre los temas que elige para hablar desde el cuerpo, Arcas, Premio Nacional de Danza en la modalidad de creación en 2024, es una artista enmarcada por una autenticidad palpable.

El arrojo y lo indómito de lo corporal también está presente en su último espectáculo, Tierras raras, que tuvo su estreno absoluto ayer en la Sala Verde de los Teatros del Canal, dentro del Festival Internacional Madrid en Danza. En ese sentido, la coreógrafa, también intérprete de la obra junto a otras cuatro bailarinas (La Merce, Danielle Mesquita, Javiera Paz y Raquel Sánchez) parece haber dado algunos pasos más en el despojo de requerimientos alrededor de la danza. Las cinco se muestran libres y entregadas en esa atmósfera de rito o ceremonia, tan usual en los espectáculos de Arcas. Se nota que suelen trabajar juntas bajo la compañía La Phármaco, hay complicidad y entrega total entre ellas. Pero su presencia, la pulsión corporal, no siempre resulta suficiente para sustentar la obra, y se echa en falta en demasiados momentos. Un sofisticado diseño de luces, fantástico, pero también avasallador, arrasa con casi todo lo demás que ocurre en la escena.

Un momento de 'Tierras raras', de Luz Arcas y su compañía, La Phármaco, en los Teatros del Canal de Madrid.

Casi se podría hablar de Tierras raras como un dispositivo visual-escénico, tal es la presencia y el peso de la virguería luminaria que firma Jorge Colomer y va marcando absolutamente todo lo que pasa. Junto con el diseño del espacio escénico de Victoria Aime, el resultado es apabullante. La escena se sitúa en una especie de vertedero futurista o mina apocalíptica. Un subsuelo en el que conviven cinco cuerpos desechados de cualquier emplazamiento normativo, un lugar donde bailan los muertos. El final de algo, sin duda. Luz Arcas lo sitúa en la corteza terrestre, en lo que se encuentra bajo nuestros pies. En ese pasado oscuro sobre el que se construye el futuro. Y aparecen cinco criaturas, seres entre la vida y la muerte, que durante una hora se relacionan juntas y por separado, e interactuan con elementos como una goma, un bidón o el enorme plástico negro que cubre el escenario.

Se dan un par de clímax alrededor de la danza, abrazados por el cante de Perrate, presente en la obra y remarcando lo terrenal, que son absolutamente deslumbrantes. Y coinciden con la interpretación de todas las bailarinas en una danza primaria y sofisticada al mismo tiempo, que nos recuerda el lenguaje poderoso del que es dueña Luz Arcas. Nos deja con ganas de más, se echa en falta después. Y aunque las cinco bailarinas se muestran convincentes en sus interpretaciones personales, la danza se diluye demasiadas veces en pos de lo gestual y las transiciones, algunas demasiado largas.

Tierras raras es una obra exigente, oscura, interesante también, pero lo corporal acaba perdiéndose en el artefacto visual, algo que no suele pasar en el discurso de esta creadora, donde lo coreográfico y su concepción del cuerpo lo sustentan todo.

Un momento de la representación de 'Tierras raras', de Luz Arcas y su compañía La Phármaco, en los Teatros del Canal de Madrid.

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