Cuando los cruceros atracan en Juneau, capital de Alaska, la invasión de turistas hace que la frágil señal de internet se vuelva inestable para sus vecinos. Por eso, Tessa Hulls se tuvo que enterar el lunes pasado de boca de alguien de que Alimentar a los fantasmas, su debut en la novela gráfica, acababa de convertirse en el segundo cómic de la historia en ganar un premio Pulitzer. Lo hizo en la misma categoría, la de literatura autobiográfica, que conquistó en 1992 el tebeo Maus, obra maestra de Art Spiegelman a partir de los recuerdos de su padre, superviviente del Holocausto.

Hulls estaba trabajando como cocinera en el Capitolio de Juneau. Es un empleo estacional; le dura lo que la sesión legislativa en el Parlamento estatal y le permite, dice, “alejarse de la fatiga de ser freelance y de esa sensación de estar constantemente construyendo el barco en el que navegas”. Fue un congresista quien la avisó de un premio, dotado con 15.000 dólares, que no esperaba. Apenas tuvo tiempo para asimilar la noticia: había aún muchos bocadillos que preparar.

Alimentar a los fantasmas no ha parado de acumular galardones de cómic desde que se publicó hace un año en inglés (al español se tradujo en febrero pasado), pero el pulitzer es otra cosa, porque ahí competía con autobiografías y memorias al uso, obras de un género presuntamente mayor. El jurado consideró la novela gráfica, de casi 400 páginas −llenas de densos dibujos en blanco y negro, citas y hallazgos narrativos− como “una conmovedora obra de arte literario cuyas ilustraciones dan vida a (…) la experiencia del trauma que viaja a través de las historias familiares”.

En ella, Hulls trepa por el árbol genealógico para indagar en su pasado y en la historia de China, donde nacieron su abuela y su madre. Sun Yi es la abuela, una moderna periodista de Shanghái que escapó a Hong Kong como madre soltera y publicó en 1957 una exitosa memoria sobre sus años bajo el yugo de Mao escrita de un tirón en tres meses y en un estado de febril paranoia. Después, se internó en un sanatorio. “Perdió la cabeza y ya no volvió a encontrarla”, escribe su nieta.

'The Ones We Held Along the Way' (2021), autorretrato de Tessa Hulls cedido por la autora.

La madre se llama Rose. Tras estudiar en un colegio de élite para expatriados europeos, se llevó en 1970 a la familia a Estados Unidos. En 1985, tuvo a Tessa, que creció en una diminuta localidad del norte de California con el “fantasma” siempre presente de la abuela, que moriría en 2012. “[Era] un espectro de 40 kilos”, escribe Hulls, “que pululaba por la casa con un pantalón gris del Costco”. No solo les separaba la locura, también el idioma: la nieta nunca aprendió mandarín, y de adolescente, cuenta en el cómic, eligió a gritos, como se dicen las cosas a esa edad, “ser estadounidense en lugar de china”.

Su idea al acometer el proyecto era abordar la fracturada relación entre su madre y su abuela con el siglo XX de fondo. “Pensé que bastaría con aprender un poco de historia del maoísmo”, explicó el viernes la autora en una entrevista por videoconferencia desde Juneau. Fue al dar a traducir la memoria de Sun Yi y leerla por primera vez cuando la cosa cambió. “Me di cuenta de que sería algo mucho más rico y complejo”.

Estudiar a Mao

Pasó los primeros cuatro años “investigando”. No solo hubo que aprender historia y algo de chino, también cómo se hace una novela gráfica, porque algo sí estuvo claro desde el principio: que ese sería el lenguaje que requería su historia. Al final, llegó a otra conclusión: no piensa publicar otro libro.

Cuando empezó con Alimentar a los fantasmas, Hulls ni siquiera estaba interesada en el cómic como medio. Se había dedicado primordialmente a la pintura, en la que posee un estilo colorista ausente en su novela gráfica. También, a correr las más variadas aventuras: trabajar como cocinera en la Antártida, pintar murales en Ghana o cubrir en bicicleta los 5.000 kilómetros que separan el sur de California de Maine para huir de un matrimonio inminente.

“De pequeña, me encantaban las historietas de Calvin y Hobbes, fueron las que hicieron que quisiera ser artista”, dice Hulls. Con Fun Home, inolvidable novela gráfica con la que Alison Bechdel ajustó cuentas con su padre, vio por “primera vez el potencial del formato”. “Ya había cumplido los 30 cuando devoré en solo un par de años los cómics de toda una vida para tratar de entender sus reglas”.

Plancha del cómic 'Alimentar a los fantasmas'.

Además de tebeos, Hulls leyó todos los libros de historia china que encontró, “así como todos los libros que aparecían en la bibliografía de esos libros”. También entró en contacto con expertos, historiadores y periodistas, que le ayudaron con el cómic, que incorpora notas al final como si se tratara de un ensayo.

El esfuerzo por entender se adivina: el resultado también puede leerse como una lección sobre el convulso siglo XX en China y Hong Kong. A Hulls le bastan un puñado de minuciosos dibujos para contar con eficacia el Gran Salto Adelante de Mao o la vida de la comunidad euroasiática de hace seis décadas en la colonia británica, que investigó para comprender las razones de su abuelo, diplomático suizo que abandonó a su abuela tras dejarla embarazada.

El proceso de escritura y dibujo, para el que consumió “unos 80 pinceles japoneses con punta de nailon”, le llevó otros cuatro años, y eso incluye los seis meses que pasó aislada en una cabaña en mitad de un bosque en Oregón gracias a la beca de una residencia para escritores. “Ahí encontré la estructura de la historia”, recuerda.

En ¿Eres mi madre?, el cómic que siguió al fenomenal éxito de su trabajo más conocido, Bechdel también escribió sobre su progenitora mientras esta aún vivía. “Se nota que le dio miedo alcanzar el nivel de honestidad que habría requerido ese libro para ser tan relevante como Fun Home», explica Hulls. “Su ejemplo me sirvió para saber qué es lo que no debía hacer”.

Tessa Hulls cuando era una bebé, junto a su madre, Rose (a su izquierda) y su abuela, en China en 1986, en una foto familiar.

Como aquella novela gráfica, Alimentar a los fantasmas es también (o sobre todo) la historia de una relación materno-filial, con todo su arco de culpa, reproche y reconciliación. Juntas viajaron a China y a Hong Kong como parte de la investigación de Hulls, y su madre estuvo presente, dice la hija, en todo el proceso. “Me preocupaba lastimarla, y en las sucesivas revisiones me dediqué a añadir capas de compasión. No quise enseñarle el resultado hasta que no estuviera terminado. La pena es que cuando ese momento llegó, la demencia ya se había apoderado de ella”, lamenta la autora, que en el libro se dibuja a menudo como una cowboy que, escribe, solo se debe al “apetito por la frontera”.

Ese espíritu indómito, que le ha llevado a los seis continentes y a fijar su hogar entre Seattle y Alaska, lo justifica por el hecho de haber crecido en un pequeño pueblo “en medio de la nada”, viéndolo todo a través de la lente de una de las frases favoritas de su madre: “No entiendo Estados Unidos”. Tampoco ayudó la falta de referentes y la invisibilidad de la cultura asiática en la televisión y el cine de la época. Solo recientemente la narrativa dominante ha dado cabida en este país a esa mirada distinta con productos de éxito como la oscarizada Todo a la vez en todas partes, otra historia sobre la relación entre una madre y una hija chino-estadounidenses y una de las películas favoritas de Hulls, que no puede evitar llorar, confiesa, cada vez que la ve.

Esa apertura del canon también ha traído una “reacción enorme y cruel”, especialmente desde el entorno de Donald Trump. “Son personas”, considera la dibujante “que ven como una amenaza el desmoronamiento del modelo del blanco estadounidense”. Su estudio del maoísmo, añade, le ha dado “contexto para entender a lo que está sucediendo en Estados Unidos”. “El afán [de Trump] por perseguir y prohibir ciertas palabras se parece mucho a lo que los comunistas hicieron en China cuando llegaron al poder: ignorar la realidad y tratar de imponer una narrativa”.

A la pregunta de si ganar el pulitzer le ha hecho cambiar de idea sobre su retirada, Hulls fue tajante, para desgracia de sus editores (MCD, en inglés; Reservoir Books, en español): “No volveré a publicar otro libro. Escribir este me hizo comprender la diferencia entre ser autor y artista multidisciplinar. Yo soy lo segundo”.

La artist y dibujante de cómics estadounidense Tessa Hulls.

Se conforma con que el premio lleve a Spiegelman, con el que comparte desde el lunes sitio en uno de los panteones más exclusivos de los Pulitzer, a leer Alimentar a los fantasmas, porque considera que “conversa con Maus a muchos niveles”. Su ingreso en el selecto club de unos premios primordialmente asociados con el gran periodismo estadounidense tal vez le ayude en su siguiente aventura: quiere dedicarse al reporterismo en cómic, y hacerlo desde Alaska, donde “están sucediendo muchas cosas en las complicadas intersecciones entre cambio climático, justicia ambiental, soberanía indígena y extracción de recursos naturales”.

Hasta que eso le sea posible, seguirá preparando bocadillos para los congresistas de ese Estado.



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