España redescubrió la radio convencional cuando todo lo demás fallaba. Los transistores a pilas posaron como estrellas de Instagram. No sé la cantidad de aparatos que he visto estos días en las redes. Todo el mundo les hizo una foto y aquellas reliquias parecían desconcertadas. Años acumulando polvo en vaya usted a saber qué cajón, y de pronto eran el objeto más deseado de la casa. Parecían Norma Desmond en el plano final de Sunset Boulevard.

La radio es un medio fuerte e influyente en España, y esas fotos incurrían en una paradoja. El día en que más fuerte e influyente fue, se presentaba como una cosita rústica, entrañable y simpática, el David triunfante cuando todos los Goliaths estaban K.O. Ha cundido la idea de que la gente solo la enciende como último recurso. Algo parecido decían de los libros durante la pandemia: cuando todos los demás ocios fallaban, no quedó más remedio que abrir una novelita.

Como radioadicto y señor que habla por la radio me molesta un poco esta condescendencia. Quizá sea una manía personal: no soporto los alardes de humildad que no se sostienen en los hechos. Uno puede presentarse como poquita cosa, pero la realidad es que la radio tiene un poder enorme. Si en lugar de un apagón hubiera estallado otra crisis, habría sido igualmente el medio más fiable, rápido y elegante para estar al corriente. La televisión no tiene esa cintura natural: incluso en su momento más ágil, reacciona a estos episodios con ortopedia. Las redes sociales, en cambio, aturden y desordenan todo. Solo la radio, a través de su lenguaje rico y lleno de matices, es capaz de levantar una crónica razonable y ofrecer estructura, principios, nudos y desenlaces donde parece no haberlos.

No podría hacerlo si fuera un medio de comunicación humilde y limosnero, atrapado en la nostalgia ñoña de Elena Francis. Lo hace porque tiene una tradición rica que inspira a sus profesionales, que dominan un arte que va mucho más allá de la calidez de la voz. Si la radio fuera una antigüedad que resucita cuando no queda otro remedio, no podría servir a su público de una forma tan eficaz. Lo hace porque está en el aquí y el ahora y comprende el lenguaje de su tiempo, porque nunca pierde pie con la realidad, porque siempre está alerta. Y eso la acerca más a la épica de los héroes que a la lírica de los gramófonos antiguos.



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