Todo está mal, hay que empezar de nuevo, dice el arquitecto a sus albañiles afanados, y lo repite tantas veces a lo largo de su vida el inconformista Gino Bartali, que así titula sus memorias, y así inspira quizás a Richard Carapaz, el más bartaliano de los ciclistas, una mariposa de hierro, vuela ligera y no se quiebra, que ataca en la última ascensión al monte Baldo por la carretera austriaca y con sus pedalazos, su audacia, sus chepazos a lo Pantani, manos bajas, espalda paralela a la barra, glúteos en el aire, su energía, construye en nada, ladrillo sobre ladrillo, un nuevo Giro. Primoz Roglic y Juan Ayuso, los dos más citados en Albania, ya no están cerca, Roglic en su casa, Ayuso a cuarto de hora; y el chamaco mexicano que ha enamorado al mundo sufre, resopla y levanta el pie. No le mueve un bolero de soledad deseada en la cima profundo con la voz ligera de Natalia Lafourcade, sino un mariachi de boda barata, chirriante y desafinado. Isaac del Toro mantiene la maglia rosa a duras penas: 26s de ventaja sobre el Simon Yates que siempre está ahí y 31s sobre Carapaz, favorito máximo de los apostantes.

De los demás, ya ni se habla, quizás un poco de la pareja del Astana Lorenzo Fortunato, de azul montaña desde el segundo día, y Cristian Scaroni, los dos supervivientes de la gran escapada que ganan juntos, de la mano, una etapa que se apunta, por centímetros, Scaroni.

Todo empieza de nuevo. Regreso a la primera casilla cuando quedan cinco etapas, dos de ellas tan duras, si no más, como la de este martes hasta la montaña que domina el lago de Garda en la tierra cimbria, la más larga (cinco horas y media, seis para muchos) y terrible de cuantas se han corrido ya. Cinco puertarracos, lluvia primero, y frío, y sol más tarde que aplana, y descensos por carreteras lisas y empapadas, pistas de patinaje que envían al hospital al hermoso Joshua Tarling y al jovencito Alessio Martinelli, un prodigio de reflejos y presencia que baja la cabeza lo justo para pasar por debajo de un guardarraíl. Cae por un barranco del que le rescatan con poco daño especialistas de montaña.

Aunque los campesinos advierten, tranquilos, las vacas no se han tumbado, saldrá el sol, llueve a cántaros cuando el Giro llega a Trento y, al pie del Bondone mítico, Primoz Roglic resbala y cae una vez más. La tercera caída en el Giro que no será suyo. La última. El favorito número uno llama a su coche. Se baja de la bici y se sienta junto al conductor. Quizás debería pedirle sin más que le acercara al vecino lago de Lavarone, donde pasaba largas temporadas Sigmund Freud, y tumbarse en una tumbona para inspirar psicoanálisis que le calme, si no el dolor del cuerpo, sí el del ánimo, tan bajo. Y el esloveno que cedió dos veces la maglia rosa y no la recuperó debería reservar dos hamacas más a su lado, para dos cabezas pesarosas necesitadas de mecánico.

Una, para Juan Ayuso; la otra, para Isaac del Toro.

Freud, psicoanálisis, a ver qué soñáis, y calma para los dos, por favor. Y que Ayuso lleve consigo a Trufa, su teckel amada, y Del Toro, una grabación con todos los consejos y alientos recibidos los últimos días de Tadej Pogacar, líder máximo, inalcanzable, de su UAE. Víctimas los dos de su ambición y su talento, y de la maligna mecánica de los tiempos actuales para elegir al mejor, y de la ambigüedad contemporizadora de su equipo: que se peguen, que uno ganará. O ninguno. O pierden los dos, porque Carapaz, que ya, cuando era joven derrotó de un solo golpe, camino del Mont Blanc, a los favoritos del 19 Vincenzo Nibali y Primoz Roglic, no hace prisioneros cuando da, y da duro.

“Ha sido un buen día teniendo en cuenta lo dura que era la etapa y la juventud de nuestros líderes. Del Toro ha defendido la maglia con carácter. Ayuso ha sufrido mucho el frío los primeros kilómetros. Se ha tenido que poner dos, tres chaquetas. Ha ido mal desde el principio”, resume Mauro Gianetti, el jefe del UAE, que sonríe tanto y más que Del Toro, sin mariachis en el podio, y feliz. “Es que hoy me he dado cuenta de lo que significa ser maglia rosa, de mi posición en la carrera, ha sido increíble tener a todo el equipo apoyándome, enseñándome y dándolo todo por mí. Es increíble”, dice el mexicano de Ensenada, a hora y media de coche de San Diego. “Para mí el Giro sigue bastante igual. Tengo que jugar sobre seguro, ser inteligente en cabeza e intentar, por qué no, ser ofensivo a veces, pero también defensivo”.

La esperanza española se derrite cuando sale el sol y le pega tan fuerte en la ascensión al tremendo Santa Bárbara que le derrite, rostro congestionado, sudores fríos, maillot abierto e Igor Arrieta al rescate cuando se deja caer a cámara lenta en el momento en el que la entente Ineos (Egan)-EF (Carapaz) acelera la marcha. Ritmo de desgaste. Quedan aún 45 kilómetros, un descenso escalonado y una subida final de 18 kilómetros entre Pinot Noir y Chardonnay, y seis de ellos, del -9 al -3, mortales. Es en ellos donde muestra sus flaquezas Del Toro, líder ante la etapa más dura que afronta en su carrera. Donde Simon Yates se mueve por primera vez en dos semanas, donde Carapaz, segundo ataque seco en todo el Giro, y el primero le dio una etapa en los Apeninos, vuelve a dar. Quedan siete kilómetros. Los más duros. “Fue un dolor lento, pero cada instante peor que el anterior”, explica Del Toro, que ni aguanta la rueda del regular Derek Gee ni tampoco la del espasmódico mayor de los Yates y cede 1m 36s al ecuatoriano ganador del Giro del 19, y 54s al inglés que se hundió en Le Finestre un año antes. “Estoy muy feliz y muy cansado”.



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