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El Santiago Bernabéu abrió su puerta grande para despedir a Luka Modric y Carlo Ancelotti con los honores que merecían. Menos proporcionada fue la despedida de Raúl, aquel futbolista que no se explica solo por los 741 partidos jugados y los 323 goles marcados. Raúl es leyenda porque, si bien por el club han pasado grandes jugadores que han representado el fútbol, Raúl representa al Real Madrid, y ese es otro cantar. Se va discretamente, dando otra lección.
Resultaba difícil encontrar cimientos teóricos que despejaran el viejo misterio: el estilo del Madrid. Hasta que llegó Raúl y, con él, la esencia del club. Es como si Raúl encarnara, por puro instinto, lo que el madridismo aspira a ser.
Me gustaría reavivar la memoria de los refutadores de leyendas. Raúl personaliza, con todos los rasgos relevantes, la identidad del Madrid. Como todos los cracks, se descubrió solo porque nació con el fútbol dentro. Lo demás corrió a cuenta de su inteligencia competitiva. Pero por su infalible capacidad de observación, fue integrando a su fútbol los valores del club hasta que el Madrid y Raúl fueron una misma cosa.
Fue un deportista castellano. Recio, insistente, sacrificado, serio, pragmático, competitivo… Esa capacidad para exprimir hasta la última gota de sudor la puso al servicio de un fútbol ambicioso. Su origen contribuyó a dotar a su talento de una fuerte personalidad. Creció en la colonia Marconi, en un barrio y una época en que para salir a la calle convenía ser listo. Para jugar al fútbol, además de listo, valiente.
Raúl empleaba su astucia para sacar ventaja de todo. Con la pelota y sin la pelota. Descubriendo las debilidades del rival, contagiándole ardor al público, llevando su físico hasta el límite, hablándole al oído a los árbitros… Era emocionante ver esa prodigiosa inteligencia buscándole la vuelta a los partidos para llevarlos a su terreno.
A Raúl, con 17 años, le costó cinco minutos pasar de amateur a profesional. Le bastó con tres para entender el alma del madridismo. Y necesitó uno solo para pasar de jugador a entrenador.
Como entrenador también es castellano: prefiere un toque de menos antes que uno de más porque es más amigo de lo concreto que del adorno, y prefiere un esfuerzo de más antes que uno de menos porque siempre supo que el fútbol pide sacrificio y que el Madrid se aprende desde la exigencia. También prefiere una conquista colectiva antes que una individual y esto se alinea con uno de los mandatos del madridismo: primero el club, luego el equipo y solo al final los jugadores. La conciencia de poder que tienen los futbolistas actuales no debería alterar esa escala que Raúl tiene interiorizada.
A la mayoría de nosotros suelen ocurrirnos cosas que, en el mejor de los casos, nos quedan en la cabeza como recuerdos. Raúl a esas cosas las convierte en sabiduría. Cada partido que jugó en su vida fue una lección que le incorporó enseñanzas para siempre. Esa enciclopedia hecha de vivencias está en su cabeza y se la transmitió a los jóvenes jugadores del Madrid que levantaron la Youth League (única en la historia del club) y que se fueron del Madrid dejando millones en cajas cada fin de temporada por venta a distintos clubes. Y vuelta a empezar la siguiente.
Ahora, fuera de su casa, comienza un nuevo ciclo con la misma ambición competitiva de siempre, con todo lo que trajo desde la cuna y todo lo que aprendió en el camino, con un cuerpo técnico de primer nivel y una experiencia muy rica para incorporar a su oficio. El reto es como a él le gusta: grande. La ilusión, volver un día por la puerta que merece.
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