Hay presidentes y propietarios que consideran a los entrenadores un “mal necesario” y se cuentan también los que confían en los técnicos como piedra filosofal de sus mandatos; por ejemplo Laporta. El presidente azulgrana se inspiró siempre en la obra de Cruyff y su gobierno se ha basado en las figuras de Rijkaard, Guardiola y ahora Flick. A diferencia del Madrid, el Barça siempre ha sido un club de entrenadores y el fichaje del alemán era una apuesta de Laporta a la que no paró de dar vueltas en tiempos de Koeman —aceptó su continuidad— y Xavi —se dejó aconsejar— y que se materializó con la intervención decisiva de Deco.
La elección de Flick ha sido un éxito porque el equipo ha ganado la Supercopa, La Copa y la Liga y permitirá capitalizar al club en un momento en que los acreedores empiezan a llamar a la puerta con el regreso al Camp Nou. La renovación del técnico es la mejor inversión y garantía un año antes de que se celebren las elecciones a las que se presentará Laporta. El paso siguiente es la formalización del contrato de Lamine. Asegurar la continuidad del patrimonio futbolístico es prioritaria a cualquier fichaje tras una temporada en que la ausencia de incorporaciones, a excepción de Olmo, permitió que afloraran liderazgos como el del propio Lamine y de Pedri. El proyecto futbolístico, y, por tanto, el método y la idea, llevan la firma inequívoca de Flick.
El entrenador dio rigor y profesionalidad a un equipo presa de la nostalgia y demasiado familiar, atrapado por un entorno diabólico y víctima “del no nos alcanza” de Messi. La recuperación de hábitos y rutinas como la puntualidad, la uniformidad y comportamientos que subrayaran el sentido de pertenencia a la institución y la dedicación al oficio, proyectaron la imagen de Flick como un entrenador que entrenaba y no la de un mesías culé que se sabía de memoria el estilo Barça. La identificación con el club no se produjo por un ataque de importancia ni por la vía de la queja, sino por el respeto a los empleados, a las decisiones ya tomadas en apartados como el físico, a los jugadores en nómina y a La Masia.
Tan serio como próximo, Flick se ganó a la plantilla y a los miembros del staff con una idea de juego arriesgada y novedosa con la que todos se sienten comprometidos, tan expansiva que acabó por conquistar Montjuïc. Todos los jugadores mejoraron con una propuesta transgresora que ha atrapado a la afición más joven y a la crítica entendida: “¡Qué arraigo debe tener la idea para que en los momentos difíciles sigas jugando de forma orgánica, sin desfallecer!”, afirmó Diego Latorre. Los títulos avalan a una aventura en la que solo parecían creer unos protagonistas que presumen de que nadie juega como el Barça.
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