En el cónclave que ha elegido papa a León XIV este jueves se ha repetido implacablemente el popular dicho romano: “Quien entra de papa sale de cardenal”. Alguna vez no se ha cumplido, como con Pío XII, en 1939, o con Benedicto XVI, en 2005, cuando los favoritos más claros fueron seleccionados en cónclaves muy rápidos, de tres y cuatro votaciones respectivamente. Este también lo ha sido, otros cuatro escrutinios. Pero el elegido no ha sido el más señalado, Pietro Parolin, sino el que era el gran candidato en la sombra, Robert Francis Prevost.
Lo que ocurre en el cónclave es secreto, aunque todo se acaba sabiendo, pero la hipótesis más plausible, a la que apuntan todos los analistas, es que se ha repetido una mecánica parecida a la de 2013, la elección de Francisco, cuando se daba por hecha la elección de un italiano, Angelo Scola, pero surgió la sorpresa. Resultó que no tenía tantos apoyos y se derrumbó rápidamente ante un candidato alternativo muy trabajado en la sombra, el futuro papa argentino. Bastaron cinco votaciones, una más que en esta ocasión.
Parolin llegaba, además, algo tocado. Hubo maledicencias sobre su frágil salud, desmentidas por el Vaticano; se cuestionó su gestión del caso del cardenal Angelo Becciu, cuando sacó a última hora dos documentos de Francisco que ratificaban el veto a que entrara, y el sector conservador no le perdonaba que fuera el responsable del controvertido acuerdo de la Santa Sede con China.
Es probable que la primera votación fuera fatal para Parolin, a quien desde hace días se atribuían entre 40 y 50 votos, como mínimo. Si obtuvo menos, el bajón habría tenido el mismo efecto que con Scola. Y lo más posible es que entre los muchos papables que se manejaban como alternativa, fuera Prevost el que destacara con un buen paquete de votos iniciales. En realidad, era el candidato más fuerte, el que menos pegas tenía, y con apoyos en un amplio espectro, no puramente progresista.
Lo más plausible es Prevost recibiera apoyos de Estados Unidos y toda Latinoamérica, pues aglutina en su figura todo el continente. Eso son 36 votos. Además, es previsible que lo apoyaran muchos cardenales europeos, que son 53, además de parte de la curia, de la que forma parte. Y en general, habrá sido bien visto por muchos de los purpurados del sur del mundo y todos aquellos que querían un continuador de Francisco.
En la víspera del cónclave se especulaba en Roma con una alianza de fuerzas entre Parolin y el filipino Luis Antonio Tagle, para un posterior reparto de poder en el que el cardenal filipino podría tener la secretaría de Estado. En teoría estos pactos están prohibidos, pero no es un secreto que se hacen. También se dice en Roma, abundando en el dicho popular, que muchos entran en el cónclave de papa, pero se conformarían con una secretaría de Estado. En cualquier caso, si llegó a existir una operación de este tipo, habría fracasado. También Tagle llegaba en declive al cónclave: se había criticado mucho su gestión en Cáritas Internacional, que le daba una imagen de gestor desastroso.
Lo que es seguro es que en la primera y segunda votación del jueves el cuadro quedó claro, y el momento de la comida remataría la votación con las últimas y decisivas conversaciones para convencer a los indecisos. La única incógnita es si Parolin decidió dar un paso atrás, consciente de que había llegado a su techo, para trasvasar sus votos a Prevost, o simplemente no hizo falta y ocurrió de todos modos.
El último giro en el intercambio de papeles es que fue Parolin, precisamente, como máxima autoridad del colegio cardenalicio en el cónclave, quien tuvo que preguntar a Prevost si aceptaba el nombramiento. Y dijo que sí. Luego León XIV lo tuvo a su lado al salir al balcón de San Pedro.
Campaña en 2005 para lograr un papa italiano
Esta vez, con la apuesta mayoritaria por Parolin en los días previos, se ha repetido también una tendencia que inició con fuerza en 2005, cuando tras el primer papa no italiano después de siglos, Juan Pablo II, en Italia se emprendió una abrumadora campaña para regresar a la tradición. La prensa italiana empujó por un papa de este país, con varios candidatos, sobre todo Dionigi Tettamanzi. Aunque en realidad el favorito era Ratzinger.
En el cónclave, según reconstrucciones posteriores, la verdad es que Tettamazi no tuvo nada que hacer y recibió dos votos. En cambio, a Ratzinger le surgieron dos competidores, los jesuitas Carlo Maria Martini y Jorge Mario Bergoglio, pero decidieron apartarse por el bien y la unidad de la Iglesia y no alargar el cónclave con una minoría de bloqueo. También puede haber ocurrido algo parecido esta vez, si Parolin, al constatar que no despegaba, decidió abandonar y trasvasar sus votos a su rival. La rapidez del cónclave que terminó el jueves hace posible que se haya producido una situación de este tipo, pues no parece haber surgido ninguna maniobra de bloqueo.
De hecho, en 2005, la retirada de quienes competían con Ratzinger también se debió a la conciencia de que, si le cerraban el paso sin crecer ellos mismos, en realidad todos quedarían eliminados, y luego podría abrirse la puerta a un tercer candidato, quizá peor, cuando consideraban que el cardenal alemán era, a fin de cuentas, el mejor papa posible.
Las versiones divergen sobre si Bergoglio se apartó o lo apartaron, porque algunos historiadores sostienen que fue Martini, que no tenía buena relación con el cardenal argentino, quien fue por las mesas a la hora de la comida para mover sus votos al futuro Benedicto XVI. Francisco, por su parte, ha contado luego que él pidió que no le votaran, porque sospechaba que solo le estaban utilizando para cerrar el paso a Ratzinger y que luego emergiera un candidato en la sombra.
2013, otro candidato italiano
En 2013, la prensa italiana volvió a la carga con otro compatriota, Angelo Scola, patriarca de Venecia, discípulo de Ratzinger, cercano al movimiento Comunión y Liberación. Fue un auténtico bombardeo en los medios, aunque era una burbuja muy italiana, fuera del país se veía absurdo volver a un papa italiano. Eso había quedado atrás. No obstante, la seguridad de que estaba prácticamente hecho era tal que tras la fumata blanca, la Conferencia Episcopal Italiana emitió un comunicado por error en el que ya felicitaba a Scola. En la transmisión en directo de la RAI, cuando Bergoglio salió al balcón, se hizo un silencio de un minuto, porque el guion había saltado.
Según las reconstrucciones posteriores, en la primera votación, Scola sacó solo 25 votos, frente a 12 de Bergoglio, pero es que en los días previos se había dicho por activa y por pasiva que tenía al menos 50. En ese momento se derrumbó su candidatura, se vio que se había inflado y no podía crecer más, y ya desde la segunda, Bergoglio comenzó a crecer. La hora de la comida, una vez más, fue decisiva para consagrarlo. En realidad, su nombre había sido muy trabajado en los días previos, pero en la parte baja de las quinielas.
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