Era habitual verle por las calles de la ciudad conduciendo su furgoneta, yendo él mismo a comprar comida al mercado para el resto de los diáconos. O cambiando una rueda entre el barro y el agua en uno de sus muchos viajes, de hasta 3 horas, a las comunidades profundas de los Andes, incluso en la temporada de lluvias torrenciales. También era habitual que se arremangara ante los grandes empresarios para conseguir dinero, por ejemplo, para plantas de oxígeno durante la pandemia. No alardeaba, no daba lecciones de humildad o de servicio. De hecho, no hablaba mucho. Simplemente lo hacía. El obispo Robert Prevost predicaba con el ejemplo.

En Chiclayo llamó la atención, no estaban muy acostumbrados a eso. El sacerdote estadounidense había llegado a esta ciudad del norte de Perú como jefe de la Diocesis. Más como un gestor de oficina que como el misionero que fue en sus orígenes. Y se sorprendieron todavía más cuando a los pocos meses de llegar, al inicio de 2015, el Papa Francisco lo nombró obispo. Prevost siguió hablando poco, escuchando mucho y conduciendo al supermercado, recorriendo las 50 parroquias de su diócesis -con 1.2 millones de habitantes-, convenciendo a empresarios y políticos para conseguir dinero y ayudas sociales, sin dejar tampoco de colocarse la estola en cualquier pueblo perdido para celebrar misas, confirmaciones o seguir confesando cara a cara a sus feligreses.

Sus colaboradores en la diócesis y gente de su círculo cercano lo describen durante estos años como alguien muy calmado, tranquilo, que habla lo justo. Pero que cuando toma una decisión, la ejecuta. Un líder silencioso pero eficiente y con experiencia y mano izquierda para tratar con distintos perfiles de gente.

Retratos de obispos de la Diócesis de Chiclayo, Perú, el 9 de mayo de 2025.

Janinna Sesa trabajó codo a codo con él como directora de Cáritas Chiclayo (2015-2024). “No era el obispo que se quedaba en oficina, sino aquel que se ponía las botas y el casco para llegar a los lugares más inaccesibles y entregar ayuda humanitaria. Fue ejemplo para que los demás sacerdotes también se ensuciaran los zapatos. Nunca tuvo chofer. Al principio nos daba miedo que se fuera por caminos difíciles él solo. Pero manejar le dio un conocimiento total de la región y la posibilidad de acercarse a los fieles”, cuenta en una oficina de una ONG, a unas cuadras del obispado.

Los dos hitos en la gestión directa y efectiva del obispo fueron dos emergencias: las inundaciones provocadas por El Niño y el covid-19. Ante el desborde de los ríos por las lluvias, el obispo se plantó en los pueblos más afectados con una botas de goma y el agua hasta las rodillas. Gestionó módulos de viviendas para los damnificados, toneladas de alimentos y colchones. Y en la época de la pandemia logró reunir casi 400.000 dólares en un par de semanas bajo el rótulo de “oxígeno para la esperanza”. Chiclayo se encontraba entre las ciudades con peores picos de contagio y mucha gente comenzó a morir. El oxígeno de Prevost salvó muchas vidas. “Los chiclayanos nunca nos olvidaremos de eso”, añade Sesa. Ella misma se contagió, estuvo internada a un paso de la Unidad de Cuidados Intensivos, y logró salvarse por el oxígeno del obispo.

“Quiero sacerdotes como el Papa Francisco”

Cuando fue nombrado obispo, Prevost fue visitando una a una las parroquias de la diócesis para transmitirle a su equipo qué quería y preguntar qué necesitaban. Con el párroco de Íllimo fue muy claro: “Quiero sacerdotes como el Papa Francisco”. Lo cuenta el padre Félix Fiestas, al frente de este pequeño pueblo -3.000 habitantes- al norte de la capital, famoso por sus terribles inundaciones. “Nos decía que teníamos que acompañar a la gente en sus dolores y ayudarla con lo que pudiéramos. Fue un obispo muy humano, se ponía en los zapatos de la gente. Aquí vino muchas veces ayudarnos con el agua”, cuenta Fiestas frente a un grupo de vecinos del pueblo preparados para marchar por las calles para celebrar el nombramiento de Prevost.

Félix Fiestas, sacerdote Parroquia de Illimoo.

La última vez que visitó Íllimo fue en la primavera de 2023, pocos meses antes de su marcha a Roma, tras el paso del ciclón Yaku, que destrozó más de 500 casas y dejó al pueblo dos semanas sin luz ni agua potable. Todo empezó a las 7 de la mañana y apenas dos horas después del obispo ya estaba allí. Otra vez, él solo. Sin seguridad, sin equipo. Los vecinos le recuerdan con las botas de goma y repartiendo unas bolsas rojas con víveres.

La actitud de Prevost no solo era poco habitual para un alto cargo de la iglesia. En Chiclayo rompía con una tradición de décadas de obispos del Opus Dei. Sus tres antecesores eran de la institución ultraconservadora, muy alejada de los principios de este misionero agustino marcado por los votos de pobreza de su orden, volcada en la vida espiritual, el estudio y la vocación al prójimo. No en vano, Prevost es licenciado en matemáticas, filosofía, teología y doctor en Derecho Canónico. El reverendo Fidel Purisaca Vigil es uno de los veteranos de la Diocesis. Está aquí desde 1987 y reconoce que “representó un cambio. Ha sido uno obispo muy equilibrado, respetuoso y eficiente, sabía cómo y con quién tratar cuando había que hacer algo”.

Su estilo dialogante, conciliador sin dejar de marcar su propia línea doctrinal dentro de las divisiones de la Iglesia, está siendo también la pauta durante sus primeros días como Papa y Jefe de Estado del Vaticano. Su decisión de asumir el nombre de León XIV es otra pista en esa misma dirección. José Luis Pérez Guadalupe, teólogo y exministro del Interior, recuerda que “León XIII es quien inició formalmente la Doctrina Social de la Iglesia con la encíclica Rerum Novarum. Le llamaban el papa obrero porque salió en defensa de los trabajadores durante la revolución industrial. Fue un gran papa en épocas de cambio. Que Prevost haya tomado su nombre dice mucho sobre los tiempos convulsos que corren. Su talante conciliador y su mensaje de paz son vitales en medio de amenazas de una guerra total en el mundo”.

Fieles festejan el nombramiento de Robert Prevost.

La herida abierta de los miles de casos de abusos sexuales dentro de la Iglesia también ha sido uno de los irremediables temas de la agenda de Prevost. Al final de su mandato como obispo en Chiclayo saltaron denuncias de abuso por tres novicias menores de edad por parte de un sacerdote de la Diócesis. Según varias fuentes dentro y fuera la Iglesia, Prevost tomó medidas y apartó parcialmente al cura denunciado. Elevó el caso a Roma, y tras varios intercambios de información, el dicasterio de Doctrina de la Fe cerró la investigación. Apenas unas semanas después, el Papa Francisco mandó a Prevost de regreso a Roma con un cargo muy poderoso, el jefe de todos los obispos.

El caso volvió a tomar temperatura hace unos meses, cuando la salud de Francisco empezaba a anunciar la campaña por su sucesión. Desde distintos medios vinculados con el Sodalicio, una influyente congregación de ultraderecha creada en Perú en los 70 y disuelta el año pasado por Francisco, comenzaron a airear acusaciones de encubrimiento. Las acusaciones han sido negadas por el Vaticano y por el obispo de Chiclayo. Monseñor Edison Farfán no ha negado que las tres denunciantes fueran víctimas, pero sí sostuvo que Prevost cumplió diligentemente con el proceso. “Pero hay que entender que la Iglesia tiene sus procesos. La verdad siempre prevalecerá sobre el mal”, dijo esta semana en una rueda de prensa.

Para Paola Ugaz, una de las periodistas que destaparon la cloacas del Sodalicio -abusos a menores, corrupción, fraude- en 2015 con su libro Mitad monjes, mitad soldados, se trata de una campaña de intoxicación y acoso contra Prevost en un momento en que su candidatura tenía opciones de llegar al poder. “Tienen despachos de abogados enfocados en crear estas guerras de enlodamiento, buscan atacar y destruir a sus adversarios”, cuenta Ugaz por teléfono desde Roma. Ella misma ha sido víctima de esa persecución. Elevó el asunto hasta el Papa Francisco. Y Prevost fue uno de los sólo 5 miembros de la diócesis que le mostraron su apoyo. “Su liderazgo fue clave en el cierre del grupo. Conjuga tres elementos muy importantes: su experiencia política en la curia romana, su vocación por los pobres y su condición de estadounidense”.

Fieles de Illimo rinden homenaje a nuevo papa

Aunque Prevost también tiene la nacionalidad peruana. Una decisión mitad voluntaria, mitad obligatoria por temas burocráticos para acceder al puesto de obispo en el país. Esas dos almas culturales estaban muy presentes en su día a día en Chiclayo y en ocasiones se unían en un particular sincretismo. Los trabajadores del obispado le recuerdan por ejemplo celebrando el día de la Independencia o Halloween en la azotea del edificio. Había banderas de Estados Unidos, calabazas con forma de calavera. Pero también música criolla peruana y, para comer, seco de cabrito o cebiche con tortitas de choclo. Magaly Castillo, la cocinera del obispado los últimos cinco años, recuerda que “incluso había veces que cocinaba y me enseñaba recetas”. Algunas mañanas, el obispo gringo de Chiclayo se despertaba con ganas de pancakes y bajaba hasta la cocina para hacerse él mismo unas tortitas para desayunar.



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