Lo enemistaron con su padre, destruyendo las cartas que le enviaba desde Venezuela; su matrimonio se quebró por las presiones de la investigación, separándose después de 19 años; lo enjuiciaron, sometiéndolo al desgaste de los tribunales; allanaron su casa con un escuadrón policial, traumatizando a su hija menor; y le diagnosticaron síndrome de estrés postraumático, como a los veteranos de guerra. Nadie podrá decir que el periodista Pedro Salinas (Lima, 1963) no ha dejado la piel para desentrañar al Sodalicio, el grupo religioso, fundado en el Perú en 1971, suprimido recientemente por el papa Francisco tras revelarse casos de pederastia cometidos por su plana mayor y una violación sistemática de los derechos humanos en contra de sus miembros, en su mayoría menores de edad.

Delante de un biombo que se asemeja a un confesionario, Salinas conversa virtualmente con EL PAÍS desde su casa en Mala, un balneario al sur de Lima. Es viernes santo, una fecha que no es significativa para su agnosticismo, pero que lo traslada a mediados de los ochenta, cuando era un jovencito que participaba activamente de los retiros de silencio del Sodalicio. Pasaron años para que reparara en la cultura de abusos que se vivía al interior de la secta constituida por el laico consagrado Luis Fernando Figari. Su condición de exsodálite le permitió acercarse a decenas de víctimas, escuchar el horror y plasmar sus denuncias. La verdad nos hizo libres (Debate) es el quinto libro que le dedica al Sodalicio. “Será el último. Hasta aquí llegué”, asegura. Tres noches después de esta entrevista, el papa Francisco, su gran aliado, falleció.

Pregunta. ¿Qué supuso para usted colocarle el punto final a la bitácora de esta larguísima pelea por exponer las verdades ocultas del Sodalicio?

Respuesta. Ha sido sumamente desgastante. Es una historia en la que he perdido absolutamente todo. He ido vendiendo mi patrimonio para solventar sobre todo los últimos cinco años de investigación. Y sí que me ha impactado en todos los ámbitos de la vida. No ha habido un solo lugar que haya quedado a salvo. Hubo un montón de momentos en los que estuve a punto de tirar la toalla, porque más que una investigación periodística, esto ha sido una guerra desigual. Eso sí, no fui el único. Los periodistas Paola Ugaz, José Enrique Escardó y varios exsodálites como Martín Scheuch y Óscar Osterling o la exfraterna Elise Allen del portal Crux se compraron el pleito. Por suerte, en este contexto histórico hubo gente con ganas de enmendar las cosas en el ámbito de la Curia vaticana y la Iglesia local. En Perú no fueron más de cinco obispos luego de décadas de indolencia.

P. En algún pasaje describe que el “problema del Sodalicio no era de manzanas podridas, sino que el barril entero estaba podrido”. ¿Lo más difícil de demostrar fue que los abusos no se trataban de casos aislados?

R. Ya desde Mitad monjes, mitad soldados (2015) se puede concluir que el Sodalicio es una organización sectaria de características mafiosas, con una etiqueta de institución oficial de la Iglesia que claramente se aprovecha se este ropaje católico para perpetrar fechorías, crímenes y abusos de todo tipo.

P. Si Bergoglio no hubiese sido el papa, ¿el Sodalicio habría sido disuelto?

R. Por supuesto que no. Si Bergoglio no hubiese sido el papa, nada hubiese ocurrido. La disolución no habría ocurrido con Karol Wojtyła ni tampoco con Ratzinger. Tampoco si no fuera por el papel de Sor Simona Brambilla en el Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y Sociedades de Vida Apostólica. Todo el tiempo que el Dicasterio estuvo en manos del español José Rodríguez Carballo, actualmente arzobispo de Mérida-Badajoz, hubo maniobras para aparentar que estaban tomando acción. Y antes fue el arzobispo Joseph Tobin quien perdió en el Dicasterio una de las denuncias más graves en contra del fundador del Sodalicio, Luis Fernando Figari. Hubo una curia que jugó a favor del Sodalicio.

P. En La verdad nos hizo libres (Debate) sostiene que en un inicio vio con recelo el nombramiento del papa Francisco porque era cercano al Sodalicio.

R. Él les abre la puerta en Argentina y los invita a fundar una congregación. Era un mal síntoma. El papa recién da un giro en su aproximación al fenómeno de los abusos con sus visitas a Chile y Perú en el 2018. Es recién cuando el cardenal Fernando Chomali en una cosa inédita le llama la atención al papa públicamente por haber maltratado a las víctimas de Karadima y luego las invita a su casa para escucharlos. Sus testimonios son los que mueven la aguja. Francisco procesa, reflexiona y concluye que los abusos sexuales son consecuencia de una cultura de poder.

P. Quienes durante todos estos años han intentado deslegitimar las denuncias han repetido constantemente que las víctimas en cuestión eran adolescentes adinerados que podían defenderse.

R. En parte creo que no les falta razón porque son los casos que más han llamado la atención de la opinión pública respecto a aquellos que suceden en lugares remotos y usualmente son silenciados. Pero sobre todo estamos hablando de un cáncer que hizo metástasis dentro de la Iglesia y a ese tumor se le dejó crecer durante siglos.

P. ¿Observa nuevos aires en la lucha contra la pederastia y los abusos sexuales dentro del seno de la Iglesia?

R. Parte del legado que deja este Papa es que sí se pueden hacer cambios. Es un tema de voluntad el concientizar que el clericalismo no puede ir más, que la transparencia tiene que ser un acto de rendición de cuentas y que a los periodistas no se nos debe ver como enemigos. El papa se dio cuenta que en los periodistas podía encontrar aliados en esta búsqueda de la verdad para identificar a los pederastas. Al papa Francisco los peruanos debemos agradecerle que amputó un miembro enfermo de la Iglesia católica.

P. ¿Le provocó suspicacias la demora del Sodalicio en firmar su supresión, en semanas en los que el papa Francisco estuvo grave?

R. Era de esperarse. No me sorprendería que el Sodalicio y otras organizaciones similares hayan estado rezando para que el papa se vaya a descansar a la Casa del Padre. Y luego asuma un papa ultraconservador como los que precedieron a Francisco para volver a la normalidad. Pero eso no ocurrió para mala suerte de ellos. Ya firmaron su supresión y han dado cuenta de ello en un comunicado donde reconocen maltratos pero no los crímenes. El hackeo de las comunicaciones, la servidumbre moderna, las irregularidades en las finanzas, las lesiones graves, los secuestros mentales, y el comportamiento de secta y de mafia. Nada de eso ha sido mencionado.

P. ¿No le pareció un perdón sincero?

R. Para nada. Nunca cambiaron. No hay una sola mención de agradecimiento a la misión Scicluna-Bertomeu. Más bien José Antonio Eguren, el arzobispo defenestrado de Piura y Tumbes, y Alejandro Bermúdez, el periodista católico expulsado y otros más están intentando desacreditar la impecable trayectoria de Jordi Bertomeu quien ha sido elegido como comisario apostólico para encargarse de las tareas relacionadas a la supresión.

P. El Sodalicio asegura que ha llevado a cabo 98 procesos de reparación de índole terapéutico, académico y económico.

R. No he seguido el rastro de todos esos casos, pero sí detecté unas cartas mordaza que les hacían firmar a las víctimas que iban a ser reparadas para silenciarlas. Al firmar se comprometían a no enjuiciar ni procesar a ningún sodálite. Algo absolutamente irregular e inconstitucional. Eso está consignado en este libro.

P. ¿Qué pasará con el patrimonio del Sodalicio?

R. Ese ya es un problema de la Iglesia. El cura Jordi Bertomeu ha declarado que apelará a la justicia norteamericana para que intervenga en el caso de las irregularidades financieras, porque al parecer todos los caminos conducen a Denver, donde el Sodalicio tiene una comunidad, maneja una parroquia y una de las offshores más importantes aparentemente estaría allí.

P. A pesar de la disolución, ¿la justicia civil sigue siendo inalcanzable para las víctimas?

R. Nos pasamos nueve años litigando para que la justicia nos tire un portazo en la cara a los seis denunciantes. El caso se archivó hace algunos meses después de pasar por varios fiscales. Nunca pasó de la etapa inicial de la investigación preliminar a diferencia de la celeridad que han tenido los procesos judiciales en contra de quienes les hemos seguido los pasos al Sodalicio como los periodistas Paola Ugaz, Daniel Yovera y yo. Gracias a la operación Valkiria confirmamos que el Sodalicio tenía operadores y sicarios en los pasadizos fiscales y judiciales que frenaban las demandas en su contra y aceleraban las que habían gatillado a través de terceros. Como en mi caso que se me acusa de negociación incompatible y colusión agravada. Una demanda calumniosa por el que podrían darme siete años de prisión efectiva. El 30 de abril sabré si el caso de archivará o seguirá adelante.

P. ¿Cómo será recordado el Sodalicio?

R. Yo espero que no sea recordado en algún momento. Que sea simplemente una secta que surgió en un país como el Perú debido a que las instituciones en nuestro país son precarias y susceptibles de corrupción, donde la injerencia, el poder económico y político de una condición de clase social llega a torcer las cosas para que la realidad se acomode a grupos poderosos como el Sodalicio.

P. ¿Qué viene ahora para Pedro Salinas luego de 25 años enfrascado en el caso?

R. [Silencio] Esa es la pregunta más difícil. No lo sé. Todavía no me he sentado a procesar, calibrar, y dimensionar lo que ha ocurrido. ¿Por qué? Porque aunque no sea perceptible, la ofensiva se ha retomado. Ya no a través de supuestas personas ajenas al Sodalicio. Ahora son los propios sodálites con las caretas caídas que han asumido la ofensiva, en este caso concentrados contra Bertomeu y de refilón nos atacan a Paola Ugaz y a mí. Para nosotros la guerra todavía no ha culminado. Ya no voy a escribir más libros sobre el caso Sodalicio, pero si me atacan voy a responder. Y así será hasta que acepten que ya no existen y no van a existir más aun cuando fallezca el papa Francisco. Ya fueron suprimidos, liquidados, disueltos. Ahora mismo están en fase de negación.



Source link