Se marcha el Giro de Albania, rumbo a la península itálica y en las maletas de Mads Pedersen se lleva dos maglias rosas y tres de color malva, el ciclamino de la regularidad. En Vlore, después de aventuras varias, entre ellas las de Pello Bilbao, el pelotón impuso la ley de la lógica y la dictadura del pinganillo para aplastar las revueltas, para que los llegadores, que no son tantos, tuvieran su segunda oportunidad. Y entre ellos, Pedersen es quien más en forma aparece. Aunque arrancó pronto, y los últimos metros se le hicieron eternos, nadie pudo alcanzarlo.
La aventura albana, un país al que Italia tuvo por costumbre invadir en la primera mitad del siglo XX, se salda con la superioridad de Pedersen en las llegadas, con la jerarquía de Roglic, que ya está ahí colocado aunque cedió el rosa, posiblemente sin ninguna objeción, y también con la desgracia de Mikel Landa, que inmovilizado boca abajo en la cama del hospital de Tirana, no ve el momento en que pueda ser trasladado a casa para seguir su recuperación, que será larga según avanzan los médicos.
El periplo por Albania ha dejado claro también que las carreteras del país mediterráneo no han sido la prioridad de sus autoridades desde que comenzaron a darle un aire moderno al país. Lo dejaron, por lo que se ve, para el final. Atacaron las rutas de la crono, que se corrió en terreno urbano, entre edificios modernos, y olvidaron las demás. No es difícil, como sucedió durante la etapa, que se cuele una cabra por medio del pelotón, que también ha sucedido, con vacas, en el Tour o con caballos en la Vuelta, pero el problema es un asfalto cuarteado a veces, gastado otras, en el que los ciclistas tuvieron que circular con mucho tino. No evitaron, eso sí, que los pinchazos se multiplicaran.
Gajes del oficio.
Fue un domingo tranquilo, aunque Pello Bilbao, que está en el Giro para asesorar a Tiberi, aprovechó el puerto de segunda, la única dificultad seria de la jornada, para, junto a Fortunato, intentar una aventura arriesgada, porque restaban más de 50 kilómetros a la meta. Alcanzaron a los que circulaban por delante, compactos al principio, deshaciéndose con el paso de los kilómetros y la fatiga acumulada en las piernas, y se fueron solos hacia la cima. En una ascensión tendida, abierta, pero dura para los menos dotados, Pello acarició la esperanza de poder llegar a la meta, con los 52 segundos de ventaja con los que llegó a la cota más alta del puerto, pero el equipo de Pedersen, el Lidl, no estaba dispuesto a desperdiciar una ocasión de ganar, así que solo, y a veces en compañía de otros interesados, fue deshaciendo la diferencia. Cuando restaban 15 kilómetros, la aventura ya estaba finiquitada.
Era el momento de Pedersen. “Conseguir dos victorias y volver a lucir la camiseta rosa era justo lo que queríamos hoy. Ese era el plan esta mañana”, confesaba el líder. En el autobús, donde se dirimen estas cuestiones, lo tenían claro y obraron en consecuencia. El danés ganó la etapa, se vistió con la maglia de líder y metió los maillots nuevecitos en su maleta para viajar a Italia.
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