“Ni muerta me verán en un supermercado”, cuentan que dijo Dolores del Río, constelación latina de Hollywood, mexicana ella, quien vivió un tórrido romance cinematográfico en los mares del Sur, dirigida por King Vidor en Ave del paraíso, inmejorable título para pájara tan singular. Y es que Dolores del Río era una diva a la antigua. Natalia Lafourcade, también de México, también constelación latina, es una diva del siglo XXI. Es decir: canta con la singularidad de “mujer divina” que escribió Agustín Lara, pero no hay en ella un ápice de afectación. Puede que tampoco vaya al supermercado, pero se mete hasta la raíz en lo más hermoso de lo popular, reformulado unas veces, crudo en otras. Lafourcade es una artista para tiempos de reinvención, una fantástica reconstructora de cancioneros.
Tal vez por eso haya titulado Cancionera su nuevo y reciente disco, espléndida continuación, que no copia, de De todas las flores, su álbum de 2022, que abrió una senda y marcó una ruptura. Adán Jodorowsky, también conocido como Adanowsky, geniecillo criado dentro de un torbellino de estímulos culturales, firmó entonces y firma ahora la producción; al alimón con Natalia, pero es imposible no percatarse de sus brillantes juegos musicales.
¿Un homenaje a las canciones? Probablemente de eso trata este disco. Porque sus temas contienen vivencias, aventuras, amores y lo contrario, traiciones, esperanzas y desengaños, gozos y sombras… La vida, vaya.
‘Apertura cancionera’, el inicio del álbum, un instrumental, es la banda sonora que anticipa una narración repleta de grandes escenas musicales. En la pieza que titula el álbum la voz reclama la magia de quien dice las canciones, en un regocijante encuentro de folclore, pianos, interludios y cuerdas. ‘Cocos en la playa’ es una fiesta en la que resuenan las trompetas y sopla aire de cumbia. ‘Cómo quisiera quererte’, en solfa de suave ranchera, la une con su compatriota David Aguilar. Y en el bolerazo ‘Amor clandestino’ dialogan con alma la artista y un contenido (en lo flamenco) Israel Fernández. ‘Mascaritas de cristal’ es un tango marcado con suavidad, que abre un elocuente violín. Y ‘El coconito’, un alegre huapango escrito hace años por Lorenzo Barcelata.
El son con destellos de pregón y rumba ‘El palomo y la negra’ arrebata. ‘Cariñito de Acapulco’ también suena a bolero; tiene arreglos jugosos y un final de jazz con trompeta con sordina. A ‘Luna creciente’, Hermanos Gutiérrez le dibujan una atmósfera inquietante. Y ‘Lágrimas cancioneras’ enlaza con el instrumental del comienzo del disco. Lógico: lo que sigue es la propina: una revisión doliente, ahora más flamenca, con Diego del Morao a la guitarra, de ‘Amor clandestino’, y una excelente y desnuda mirada acústica a la canción principal. Por cierto: músicos excelentes, arreglos exquisitos y la participación del Soundwalk Collective, dúo de arte sonoro que aporta texturas y matices.
En Cancionera, Lafourcade recoge con su voz el eco del tiempo para trazar en el presente las huellas de las canciones. Nada menos.
Cancionera. Natalia Laforucade. Sony
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