Héctor de Mauleón es un perioidista con toda la barba (que no usa sobre el rostro) y en el oleaje de su melena (que ha tiempo ha caído en calvicie). Lo recuerdo como ciudadano distinguido de la república libre y soberana del salón 22; es decir, alumno del tercer año de preparatoria en aquella entrañable utopía donde 62 alumnos decidimos en delirante democracia declarar la independencia del aula y convertir nuestro último año de inocencia pre-universitaria en el feliz ejercicio de nuestra propia constitución mental y académica. Ha tiempo que prometí publicar la novela de ese año mágico (que es además homenaje a Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco), pero basten para estos párrafos mi solidaridad y admiración por Mauleón, tal y como lo recuerdo desde 1980.
Se recorta sobre el pizarrón negro (que se llenaba de gis en verso libre) una melena rizada del joven inquieto e inteligente que ha florecido en periodista incisivo y cronista minucioso, paseante en prosa de las diferentes ciudades de México que caben en la multiplicación de la memoria colectiva y en el recuerdo íntimo de quien anduvo aquel último año de preparatoria entre el apuntalamiento grupal como lectores insaciables y la personal formación de variadas prosas (casi todos hoy autores publicados). Mauleón añadía a las virtudes de las materias obligatorias tendientes a las ciencias sociales y los variados oficios del arte, su personalísima suscripción al oficio de detective de la prestigiosa agencia Pinkerton de Detectives, matrícula que Mauleón suscribió desde la última página de un cómic (casi al mismo tiempo en que otros compañeros se suscribieron al curso autodidacto de dibujo… intentando clonar un perfil del Pato Donald). Confieso que yo mismo pedí por correspondencia el curso de Tensión Dinámica del inmortal Charles Atlas (fisicoculturista con lonjas de aquella época en blanco y negro) aunque yo no fui “un alfeñique de 40 kilos”.
En los varios libros que ha publicado, y en cada uno de los artículos y columnas periodísticas que publica, Héctor de Mauleón ha detectado con lupa los entresijos de la constante injusticia y las huellas dactilares de la incurable corrupción mexicana que parece multiplicarse y diversificarse en cada ronda de las generaciones y ciclos del poder y sus poderosos. Como Sherlock, Mauleón afina la lupa del gambusino investigador y un telescopio de los tiempos para recorrer la historia no con la tediosa prosa cuadriculada de los obsesionados con la mnemotecnia, sino con la sabrosa crónica sazonada de verbos en gerundio funcional.
Me concentro entonces en la valentía con la que Mauelón -así como incontables periodistas que honran al oficio- se ha concentrado en narrar los hechos sin necesidad de sesgar los datos con opinión leve o ideología sustantiva. Es de los periodistas que ponen sobre la mesa los hechos y su crudeza, las tragedias tal cual son y los nombres de los presuntos, de los culpables y de los sospechosos de malfario. Por lo mismo, este homenaje a mi compañero de antaño debe leerse también como un intento más con el que intento deslindar que los periodistas de verdad son los que se juegan la vida. Literalmente les va la vida en el verbo y una vez más hemos de levantar la voz en defensa de las reporteras asesinadas, los columnista acosados, los entrevistadores expuestos, los editores en la mira, los charcos de sangre, los desaparecidos al pie de la redacción.
En días pasados una exconsejera jurídica de un gobierno estatal (a la sazón, cuñada de un funcionario denunciado por corrupción y demás desmanes) y a su vez soñadora candidata para presidir el otrora Supremo Tribunal de Justicia del estado de Tamaulipas ha realizado como denuncia oficial en contra del diario mexicano El Universal y en contra de Héctor de Mauleón como columnista en lo personal no menos que amenazas nada veladas como innegable afán de censura y otro ejemplo descarado en contra de la libertad de expresión. Aquí me uno a la condena en contra de un guiño más del autoritarismo empoderado y el desmadre desquiciado en el que se ha caído este país donde el payaso mayor del Senado de la República obliga a un ciudadano a expresar una disculpa pública en pleno pleno del Senado como si resucitara la gris época de los comisarios estalinistas o el tropicalísimo mea culpa habanero.
Que admiro a Mauleón y los periodistas de su ánimo y empeño. Que reniego de la instalación de la mentira y el imperio inefable de la cerrazón y represión descarnada y que sirvan estas palabras que claman de manera directa que a los que escriben con el corazón en la mano, la verdad como mira y el oficio como obligación no se les debe tocar ni un solo pelo.
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