Sirva un dato demoledor, el reflejo de un día torcido. Sobre la central romana, dos de los jugadores más talentosos y exquisitos del circuito, secuestrados esta vez por la paradoja del tenis: 86 errores no forzados (42/44) y 28 golpes ganadores entre ambos. Es decir, una tarde poco vistosa. De ahí el valor de la victoria, que abraza Carlos Alcaraz con sudor, mesura y ganas porque a sus 22 años, sortear los episodios feos como este vale por dos y, en esta ocasión, por su primera final en el Foro Itálico. Tras el 6-2 y 7-6(4), registrado en 2h 02m, se expresa hoy un chico pragmático: “Era un día complicado por el viento, así que he tenido que jugar de un modo más inteligente, esperar mis opciones y estar fuerte cuando las cosas no salían”.

Y así es, chisteras en el armario. Nada de brillos. Dos estetas anestesiados. En cualquier caso, otra final para Alcaraz, que ya recuenta 25 en la élite, ocho en los Masters 1000 y cuatro esta temporada. Son 100 partidos en el territorio de los miles, donde continúa haciéndose fuerte. Con 77 triunfos y 23 derrotas, iguala a Stefan Edberg en la frontera centenaria, superados únicamente por Rafael Nadal (83-17). Y queda a la espera, convertido ya en el decimotercer español que llega tan lejos en Roma: ¿Sinner o Tommy Paul en el desenlace? “Todos vimos el partido de Jannik contra Ruud [6-0 y 6-1, en 64 minutos]. Ese es su nivel. Estaré listo para cualquier batalla, será un domingo interesante”.

No entra Musetti con buen pie al partido, piernas y brazos como flanes y una expresión de encogimiento tan evidente que, a estas alturas de la película, supone demasiadas pistas para el de enfrente. Vantaggio Alcaraz. Con poquito, premio para abrir boca. Ahí hay un pozo de petróleo. Detecta ese agarrotamiento de inmediato el murciano, bayoneta al brazo, mordiendo en cada resto y maquinando el primer empellón anímico de la tarde, que se confirma por medio de la doble rotura (4-1) que sitúa al italiano rápidamente entre la espada y la pared. Ese revés todavía está de siesta, se clava de piernas y no mete un primero, así que hay que ir a por todas; con cabeza, pero a por todas.

Musetti se lamenta durante el partido.

“¡Está tensito, ponte duro hasta que la tengas para tirar!”, vocifera desde la esquina Juan Carlos Ferrero, confiando en que su chico no deje pasar ese tren. No debería. Vale oro. Y vete a saber tú. Tenis. El Musetti esplendoroso de los días previos —ningún set concedido de camino al duelo— se ha empantanado en el ensimismamiento, como si tuviera un monstruo delante, pensando en exceso, con todo lo que ello supone. El local pierde la naturalidad y se encasquilla. Si no mide mal las distancias y el toque se le queda corto, tira ingenuamente la dejada o replica demasiado estático. Así, de esa forma, imposible para él. Si algo ha demostrado últimamente Alcaraz es que, sin la necesidad de forzarse, extrae tesoros.

Madurez y desaires

Son dos gestos completamente contrarios. La paz de uno y la angustia interminable del otro. Continúa Musetti dando vueltas y más vueltas por el laberinto, librando una cruda batalla consigo mismo y refunfuñando sin parar. No hay salida para él. Ni rastro del tenista armónico, de dulce y eléctrico de la gira, de ese tenis de escuadra y cartabón. Algunos errores son clamorosos. El drive, el revés, la volea y el saque; cortados o liftados; estadística, porcentajes y pizarra, sí. Pero al tenis se compite con la cabeza. Sin necesidad de lucimientos y jugando más bien al trantrán, más allá de un par de caricias deliciosas en la red, Alcaraz ya se ha hecho con el primer set. Por instantes le ha contagiado lo errático del rival, muy feo el pulso, pero remacha.

No es buen síntoma, en cualquier caso, que un adversario tan enredado como el italiano le haya birlado una vez el servicio en esa fase de confusión, ni que repita Musetti al inicio del segundo parcial, cuando ya ha reventado una raqueta contra la arena y ha soltado algo de lastre. Poquito, en realidad; la zozobra continúa. La grada por fin se anima, pero lo grisáceo, la monotonía y los fallos persisten. Demasiada inestabilidad. Dos artistas en un charco desconocido. A nada que se endurece el punto cae del lado del español, pero Alcaraz se enreda solito. “El viento”, argumenta el ir a coger la toalla. “Desde este lado es más difícil”. Tres juegos y tres breaks, cadena de errores por ambas partes. Más y más desorden, descoordinación. Poco criterio.

Panorámica de la pista central de Roma.

Extraño eso de ver a estos dos tenistas excelentes enfangase así, tan imprecisos, tan trabados. Mucho descontrol. E increíble pero cierto: ¿Musetti por delante? Sí, Musetti por delante. 3-1, 4-2. Y eso que sus tiros no hacen daño. Ahora bien, tiene la misma mala cara, resoplidos y más resoplidos. Tensísimo. De seguir así, ese cuerpo va a estallar. Qué tortura. La presión de jugar ante los suyos le está matando porque son unas semifinales de un Masters 1000 y en Roma, en su país, en casa, tan cerquita lo bueno, así que está pesándole demasiado. Caza Alcaraz un revesazo al resto y rompe para equilibrar, 4-4, y toda esa rabia se transforma en un pelotazo que le cuesta otro warning.

Pese a no estar fino, Alcaraz lo gestiona mejor, con más madurez. Al otro lado hay un chico desesperado que se pierde una y otra vez entre la negatividad. Todo le molesta al italiano, obcecado, en bucle: si no es el sol y sombra son las ráfagas, y si no el bote cuando no la bola. Absolutamente todo. Desaires y desánimo constantes. El tenis son golpes, pero también actitud. Y pese a lo deslucido del día ni a llegar a dar con el buen ritmo en todo el partido, torcido este episodio, el de El Palmar propone todo el temple y la entereza que faltan al otro lado de la red. Y eso, ya se sabe, vale un mundo. Tanto como otra alegría, otra final. La primera en el Foro Itálico. A falta de tino, oficio y más oficio.



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