“¡Por qué, por qué!”, lamenta Coco Gauff, que está ahí durante un buen rato, muy cerquita, a un palmo. Pero no hay nada que hacer. Jasmine Paolini, triunfadora, es un muro que no cede y que todo lo hace bien, astuta como pocas. Hace y deja hacer. Va viniéndose abajo la estadounidense, que se rompe y cae. Así que se corona ella (6-4 y 6-2, tras 1h 29m) y lo festeja Italia, donde por fin, 40 años después, se encuentra quien recoja el testigo de Raffaella Reggi, la última campeona nacional en Roma. Sacudida en el Foro Itálico. Resuelto el fascículo femenino, la hinchada local celebra y confía, cruza los dedos. Por qué no. ¿Por qué no un doblete? ¿Por qué no también Jannik Sinner?

De momento, uno de uno para un país que, desde hace tiempo, viene haciendo las cosas muy bien. Trabajo de fondo, cabeza e inversión. Buena materia prima y formación. La de Paolini ha sido una explosión tardía, con 28 años, hoy 29, pero firme y progresiva. Se asomó por el primer plano la pasada primavera, cuando alcanzó las finales de Roland Garros y Wimbledon, y a partir de ahí ha ido manteniendo mantenido un crecimiento sostenido que le ha otorgado un espacio de privilegio entre la élite. Brilla entre las cinco más fuertes —asciende al cuarto puesto, en detrimento de la polaca Iga Swiatek— y se hace notar otra vez a las puertas de París, no vaya a ser que allí todo se abra y, quién sabe, pueda sacarse la espinita del curso pasado.

Suena con fuerza el Hay que venir al Sur, de Raffaella Carrà, y va abriéndose paso el decidido tenis de Paolini, una jugadora que se prodiga y crece a base de buen hacer, temple y astucia, mucha astucia. Hasta donde no alcanzan las virtudes propias, explótense los defectos de la de enfrente. Esto es tierra, lavoro y paciencia. No hay demasiados misterios. O sí, el mundo de los giros. No esta vez. Una receta simple con una ejecución siempre compleja. Baila y brinca la italiana después de un partido prácticamente inmaculado e inteligente, pilotado a la perfección, dominado de inicio a fin. Una rotura tempranera que vale oro y obliga a remar demasiado a Gauff, exhausta.

A contracorriente, su mente y su ánimo van diluyéndose, y la final se parte en dos: un primer set debatido, otro sin color. Prevalece en el primero la sangre fría y la mayor determinación en los golpes, la codiciada consistencia, y en el segundo se tuerce sin remedio la estadounidense: son siete dobles faltas y hasta 55 errores no forzados. Impropio de una número dos. Ante ese desaguisado, los 20 de la campeona, que se funde en un abrazo con su técnico, el catalán Marc López, y apenas puede pronunciarse en el arranque de su parlamento: “Es increíble tener este trofeo entre las manos. Estoy emocionadísima. Ni en mis mejores sueños pensaba que ganaría este torneo”.

Logra Paolini aquello que se le negó a Sara Errani, superada en 2014 por Serena Williams. E Italia canta, es sábado y merece la pena: Del “¡Ja-nniiiiik, Ja-nniiiiik!” al “¡Jas-mineeeee, Jas-mineeeee!”. Tiene al número uno y ahora otra baza femenina, triunfadora el curso pasado en Dubái y ahora en casa. Lo de esta vez es superior. Nada comparable, dice la protagonista, que este domingo también disputará la final de dobles junto a Errani y que se interpone entre Sabalenka y Andreeva, ganadoras de los cuatro primeros miles de la temporada, dos por cabeza; Miami y Madrid para la bielorrusa, e Indian Wells y Dubái para la joven rusa. Esta vez, la gloria pertenecía a la anfitriona.



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