La obra de Lope de Vega, que toma el nombre de una provincia cordobesa, parte de un singular hecho histórico: un asesinato colectivo. El pueblo entero —Fuenteovejuna—, harto de los abusos de su comendador, decide matarlo. Un comunal ajuste de cuentas. Cuando los reyes católicos buscan culpables, no encuentran uno. Fueron todos.
—¿Quién mató al comendador?
—Fuenteovejuna, señor.
Hace unos días se supo: el Departamento de Estado revocó las visas de la joven gobernadora de Baja California —Marina del Pilar— y de su esposo, Carlos Torres Torres.
Ella —al frente del Estado desde el 2021— ha sido diputada federal, alcaldesa de Mexicali y señalada por el exgobernador del mismo partido por presuntos vínculos con el crimen organizado. Los bomberos, las pisadas y las mangueras.
Él —expanista expulsado del partido en 2019— fue diputado federal, local, funcionario en el gobierno de Calderón y, más cerca en el tiempo, coordinador de Proyectos de Regeneración de Espacios Públicos en el gobierno de su esposa. Plop. Hay onomatopeyas providenciales.
El río que más agua arrastra en la revocación de los documentos de viaje huele a petróleo y dinero sucio. La corriente más fuerte apunta a una operación silenciosa de la Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro contra el contrabando de combustible.
Lo que se roban aquí, lo queman allá.
Una operación financiera que engorda al crimen organizado mientras desangra nuestra petrolera estatal. Ganar-ganar o perder-perder, según se le vea.
En medio del cauce, el Cartel Jalisco Nueva Generación. Y en las orillas —con los pies bien mojados y las mangas arremangadas— políticos de ambos lados del Bravo.
Las causas de la revocación de las visas se sabrán —tarde o temprano—. Pero ahí no está el escándalo. Vaya usted dimensionando.
La verdadera provocación fue el reflejo corporativo de Morena —el partido— ante semejante deshonra. La réplica automática que la manada guinda echó a andar para envolver a Marina en la bandera del respaldo institucional. Siempre firmes, nunca culpables.
Fuenteovejuna.
Que el gobierno de Donald Trump debió notificar a México la medida y explicar sus razones, claro que debió. De ahí a gritar que la soberanía ha sido herida por la revocación de un documento de viaje a un ciudadano mexicano —un mero acto administrativo— hay un tramo largo. Más largo que el bravo. Una mera ficción de agravio.
Una acusación personal no debería convertirse en causa partidista, y mucho menos en asunto de Estado.
Morena —el partido— y, sobre todo, la presidenta, harían bien en empezar a tomar distancia de sus peones diablos. No hacerlo terminará por erosionar al proyecto político por entero. El todo terminará pagando el precio de sus partes.
Un peón no vale un alfil.
Marina no vale Fuenteovejuna.
Además, fuentes advierten que ella es solo el comienzo. Dicen que el gobierno norteamericano va por más. Suenan Adán Augusto, Clara Luz Flores, Rubén Rocha Moya, Américo Villareal. Un grupo extenso como para alegar rutina diplomática.
Los tiempos de la carta de Sheinbaum al partido —aquellos 10 mandamientos lanzados como tablas al pie del Sinaí— parecen de otra era. El noveno, para resaltar la ironía, decía: No pactarás con la delincuencia, ni la organizada ni la de cuello blanco.
No era un chiste, y tampoco era involuntario. Tenía nombre y apellido.
¿Marina era el nombre, Ávila el apellido?
No reconocer los propios pecados —además de erosionar un proyecto político que se dice mejor— dejará que la infección se disperse y se convierta en gangrena. Lo que hoy es compañerismo, mañana será crisis institucional. Lo que hoy es reflejo, mañana será epidemia.
—¿Quién dejó que la corrupción echara raíces en Morena?
—Fuenteovejuna, señor.
Sin culpables individuales, el cuerpo entero es el que paga.
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