¿Es el presidente francés un hombre maltratado? ¿Demuestra la bofetada recibida por el impopular Macron que este ha perdido todo tipo de autoridad, incluso en la esfera privada? ¿Por qué los servicios del Elíseo negaron en primera instancia la veracidad del vídeo? ¿Qué querían ocultar? La bofetada parecía dirigida a su nariz, ¿notó su mujer algo que la exasperó? Estas son algunas de las preguntas con las que la extrema derecha, alimentada por la desinformación rusa, lleva días intoxicando las redes sociales francesas después de que una cámara de Associated Press grabara a Brigitte Macron dando un manotazo en el rostro del mandatario justo cuando se abrían las puertas del avión presidencial a su llegada a Vietnam, el pasado domingo. La secuencia, que se hizo viral poco después de ser difundida por el medio ruso Russia Today (RT), ha dado lugar a todo un falso debate mediático made in Kremlin, cuyo carácter grotesco podría incluso hacernos reír si no fuera porque Francia se ha convertido en unas de las principales dianas de la desinformación rusa desde el inicio de la guerra en Ucrania. Y que el próximo objetivo son las presidenciales de 2027.

A solo dos años de unas elecciones en las que el Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen aparece como el favorito de las encuestas, la amenaza de una injerencia rusa en Francia nunca había estado tan presente. En los últimos años, las operaciones rusas destinadas a desestabilizar la democracia gala se han multiplicado, creando falsos debates o difundiendo fake news, a cual más delirante, como remarcó el propio Macron esta semana aludiendo al video que sugería que compartía cocaína con Merz y Starmer en un tren, o a su pretendido mano a mano con Erdogan. En su propósito de debilitar al oponente y sembrar el caos, la imaginación rusa no parece tener límites.

Hay veces que estas operaciones han tratado de alimentar el antisemitismo: ocurrió con el caso de las estrellas de David azules pintadas en los muros de París, en noviembre de 2023, o con las decenas de manos rojas pintadas en el Muro de los Justos frente al Memorial de la Shoah, en mayo de 2024, obra de militantes neonazis venidos de Bulgaria a sueldo del Kremlin. Otras, se han creado vídeos ad hoc o usando el deep fake para difundir testimonios que demostrarían que Macron es homosexual o que su mujer Brigitte es una abusadora de niños y hasta una mujer trans. Incluso circuló una grabación en la que unos falsos yihadistas con acento ruso amenazaban con quemar Notre Dame. Una burda pero eficaz puesta en circulación de bulos que pueden llegar a conseguir hasta 50 millones de visualizaciones en muy poco tiempo, según contaba el periodista Martin Weill en el reportaje Francia: ¿a qué juega Putin?, emitido este martes en la televisión gala. Una guerra low cost cuyo propósito no es imponer un relato, sino cambiar la relación de los ciudadanos con la realidad, y que nadie ya sepa qué pensar o creer.

Las redes y la IA han permitido industrializar la creación y propagación de la desinformación rusa a un coste muy bajo, pero además el Kremlin cuenta en Francia con una serie de políticos afines que operan como altavoces de la desinformación. Florian Philippot, exRN, y presidente del micropartido Los Patriotas, o Thierry Mariani, exministro de Nicolas Sarkozy, son de los más activos y visibles en los medios y en las redes. El periodista Weill, que recordó que el RN estaba hasta hace nada financiado en parte por un banco ruso que le prestó en 2014 seis millones de euros, contaba en su reportaje cómo algunos agentes rusos diseñaron en el marco de las últimas elecciones europeas de 2024 una lista de los nuevos diputados RN susceptibles de ser captados para su causa y surgió el nombre de Jordan Bardella, delfín de Le Pen, que todavía no ha secundado ninguna campaña de desinformación. Otros políticos de la órbita ultra son incluso invitados regularmente a entrar en directo en el programa televisivo ruso Anti Fake que, con todo el morro del mundo, dice combatir… la desinformación occidental.

Por si fuera poco, la amenaza de la injerencia rusa tiene lugar en un contexto de profunda división y desorientación de la sociedad francesa, con un Gobierno débil, de discutible legitimidad, liderado por el pasivo e inoperante François Bayrou; con una derecha tradicional que ha abandonado la herencia gaullista en su discurso para abrazar el lepenismo; con los macronistas intentando sobrevivir como pueden a la caída en desgracia de su líder en la opinión pública, y con una izquierda incapaz de mantenerse unida fuera de las citas electorales. Una serie de elementos que convierten a Francia en una presa fácil dentro de la estrategia de desestabilización de las democracias occidentales llevada a cabo por el Kremlin.





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