No ha sido un terremoto, pero la sacudida es igual de palpable. La renovada agenda arancelaria de la administración Trump amenaza con repercutir directamente en los países más pobres y en las clases trabajadoras, en un mundo que apenas comienza a recuperar el aliento tras una sucesión de crisis globales: una pandemia, una guerra prolongada en Europa y una inflación que se ha resistido a ceder. Ahora, tras años de inestabilidad, vuelve el magnate republicano al escenario con una política comercial que, más que un plan estructurado, parece una fuente inagotable de incertidumbre. El último giro de guion ha sido la amenaza de este viernes a la Unión Europea con aranceles del 50% desde el 1 de junio. Con este nuevo acto de intimidación, Trump pone fin a la tregua arancelaria de 90 días que había concedido a todos los países en la aplicación de los llamados aranceles “recíprocos”.

La amenaza a Bruselas, formulada en los términos agresivos tan populares del magnate, ha provocado un desplome en las Bolsas del continente y ha sembrado nuevas dudas entre los inversores. Los analistas ya lo advertían, el tono conciliador de Washington adoptado en las últimas semanas no era ninguna garantía. Por el contrario, incluso si Trump se abrió a “bajar sustancialmente” los aranceles, todo a punta a que la guerra comercial se mantendrá enquistada debido a su negativa de levantar por completo las medidas unilaterales que busca imponer. “El comercio internacional nunca volverá a ser el mismo”, ha llegado a sentenciar este viernes la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, aunque ha querido rebajar la tensión asegurando que “habrá más negociaciones [sobre los aranceles]”.

Así, bajo el paraguas del nacionalismo económico, los productos afectados abarcan desde electrodomésticos hasta automóviles, textiles y alimentos básicos. Con independencia del porcentaje arancelario, es innegable que la economía global ha entrado en una nueva era, según ha reconocido el propio Fondo Monetario Internacional (FMI) en sus últimas previsiones en las que ha vaticinado menos crecimiento, más inflación, incertidumbre general y volatilidad en los mercados. El impacto va más allá de las estadísticas macroeconómicas: el efecto más inmediato será una erosión del poder adquisitivo para millones de familias. Un coste que, advierten los analistas, no será compartido por igual: cuanto más bajo sea el ingreso de las personas, más profundas serán las consecuencias. Y aunque no se trata de un juego de suma cero, todo indica que entre los más perjudicados estarán los propios estadounidenses, precisamente aquellos a quienes Trump ha prometido devolver la grandeza nacional.

Los aranceles funcionan como un boomerang económico: lo que comienza como una presión al exterior termina volviendo con fuerza al interior. “En Estados Unidos, los aranceles generan un shock de estanflación: reducen el crecimiento económico e impulsan la inflación”, explica Robert Sockin, economista global sénior en Citi. China también se está viendo afectada porque ha elevado los aranceles sobre productos estadounidenses a pesar de la tregua pactada entre ambos de 90 días (Washington aceptó reducir las tarifas comerciales sobre los productos chinos del 145% al 30% y Pekín del 125% al 10%). En cualquier caso, el riesgo más latente es que ambas partes retomen la escalada si no consiguen sellar un pacto que se prolongue más allá de los 90 días.

Louis Kuijs, economista jefe para Asia-Pacífico en S&P Global Ratings, advierte que estas tarifas podrían elevar los precios en el mercado chino y erosionar el ingreso real de los hogares. “Estos obstáculos llegan en un mal momento, ya que la economía nacional, el mercado laboral y la confianza siguen estando debilitados en medio de la crisis inmobiliaria y la frágil confianza en China”, precisa. Sin embargo, ese impacto será mucho más limitado que el daño que supone para Pekín la caída de sus exportaciones o la presión inflacionaria que enfrentan los consumidores estadounidenses. La razón: el volumen de bienes que el gigante asiático importa desde EE UU es apenas un tercio del total que Washington adquiere de este país.

Trabajadores trabajan en una línea de producción de disyuntores en la ciudad de Fuyang, provincia de Anhui, China, el 15 de abril de 2025.

En un análisis previo a la tregua arancelaria, el centro de investigación Yale Budget Lab había estimado que los hogares con menores ingresos en EE UU podrían ver reducido su ingreso disponible hasta en un 5,1%. En contraste, para las familias con mayores recursos, la caída sería 2,5 veces menor. A primera vista, puede parecer una paradoja: quienes más gastan —las rentas altas—son quienes, en términos absolutos, asumen una mayor carga arancelaria. Pero en proporción a los ingresos, el efecto es claramente regresivo. “Los ricos tienen más ingresos, por lo que, en términos relativos, el impacto de los aranceles y su traslado a los precios finales afecta más a los hogares pobres”, explica Uri Dadush, investigador en el centro de estudios Bruegel.

“A este efecto se suma un patrón de consumo desigual. Las familias de ingresos altos destinan una menor proporción de su gasto a bienes como alimentos, ropa o electrodomésticos —los productos más golpeados por las nuevas tarifas— y un mayor porcentaje a servicios, que quedan al margen de estas políticas”, añade el analista. Es una ecuación sencilla que confirma que los aranceles son reversibles, al menos en el corto plazo. Y eso, incluso en el mejor de los escenarios. Aunque la tregua de 90 días se extendiera de forma indefinida, los aranceles vigentes hasta la fecha ya elevan la tasa arancelaria promedio en Estados Unidos a casi el 28%, la más alta desde inicios del siglo XX, según el Yale Budget Lab. El resultado: un alza estimada en torno al 2% en los precios al consumidor, siempre que no haya respuesta por parte de la Reserva Federal. En términos reales, esto representa una pérdida promedio de poder adquisitivo de casi 3.000 dólares por hogar.

Detrás de estos datos se esconde una realidad cotidiana. “El hogar estadounidense promedio enfrentará una situación económica más precaria. Y si hablamos del 20% de las familias con menores ingresos, estamos hablando de 35 millones de trabajadores”, advierte Adam Posen, presidente del Peterson Institute for International Economics.

Represalias en cadena

Aunque el impacto inmediato no se reproduzca con la misma intensidad fuera de EE UU—siempre que no haya represalias en cadena—, el resto de economías no están a salvo. “Es posible que haya una desaceleración económica que conlleve despidos. Y ante estos desafíos, los hogares con ingresos medios-bajos tienen menos margen de maniobra que otras con ingresos altos, por lo que creo que sentirán los efectos con más fuerza”, advierte Sockin. El golpe no llega únicamente por el alza en los precios de bienes esenciales o una desaceleración del PIB. El verdadero impacto se extiende a la inversión y el empleo. En muchos países, las redes de protección social son débiles y los colchones financieros se agotaron durante la pandemia. Hoy, esos hogares están mucho menos preparados para soportar un nuevo embate. En ese sentido, Posen insiste en que “el argumento para no tomar represalias contra EE UU no es que Trump contraataque, sino el impacto en los ciudadanos”. En su opinión, “hay que encontrar el equilibrio entre las razones de política exterior y el coste adicional que esto supone para la población”.

La amenaza no es solo teórica. La propia Organización Mundial del Comercio (OMC) ha alertado de un escenario posible —y preocupante— si la escalada arancelaria entre las dos principales economías del mundo, Estados Unidos y China, se intensifica o se prolonga en el tiempo. “Existe el riesgo de que los aumentos arancelarios recíprocos entre las dos mayores economías del mundo se extiendan. Las simulaciones de las repercusiones a largo plazo sugieren que los costos económicos de una división en dos bloques serían sustanciales”, señala el último informe de Perspectivas y Estadísticas del Comercio Mundial publicado hace un mes. Según los modelos de la OMC, un aumento del 100% en las tasas arancelarias entre dos bloques geoeconómicos hipotéticos, combinado con una mayor incertidumbre en materia de política comercial y barreras no arancelarias, podría reducir el PIB real global en casi un 7% hacia 2040. En el medio plazo la sacudida también es mayúscula. El último pronóstico del FMI redujo el crecimiento del PIB mundial para este año del 3,3% al 2,8%. Ninguna economía se salva, salvo España, que se ha librado por el momento de las rebajas de previsiones del organismo.

Los aranceles de Washington generan lo que los economistas describen como un shock negativo de demanda: se desacelera el crecimiento económico, aunque se podría registrar cierta moderación en las presiones inflacionarias. Si otros países optan por responder con sus propias tarifas, el panorama se oscurece porque se suma un shock negativo de oferta al de demanda. En este caso los precios también suben en otras economías y el crecimiento sería aún peor tanto para Estados Unidos como para el resto del mundo. La OMC ha insistido en que una intensificación de las tensiones comerciales podría hacer descarrilar el proceso de desinflación del último año y con ello, la mejora del poder adquisitivo real de las familias. Según la organización, las represalias comerciales sobre materiales difíciles de sustituir o bienes intermedios, podrían elevar la inflación estructural o, como mínimo, alterar las expectativas. “Los modelos suelen prever que el impacto de los aranceles se traduzca en un aumento puntual de precios, pero los efectos sobre los costos y precios pueden volverse permanentes”.

Buques de carga descargan contenedores de comercio exterior en el puerto de Qingdao, provincia de Shandong, China, el 15 de abril de 2025.

Mientras tanto, en Europa, hay dos amenazas latentes. La primera, el batacazo que supondría en el medio plazo el despligue de los aranceles del 50% recien anunciados. Y la posibilidad de que en un futuro Washington bloquee los productos chinos y estos se redirijan al Viejo Contiente. Esto implicaría una ola desinflacionista que, aunque positiva para el consumo privado, podría poner en riesgo el tejido industrial local. La capacidad de respuesta industrial de Europa podría verse comprometida si las empresas locales no pueden competir con esos bienes más baratos. “Este es uno de los miedos que los europeos tienen en caso de que la guerra comercial entre China y EE UU se amplíe”, señala Fabio Balboni, economista jefe para la zona euro de HSBC. En caso de que esto ocurriera, la política monetaria del Banco Central Europeo sería la de bajar los tipos y, en paralelo, “se requerirá de una respuesta fiscal muy importante porque habrá sectores que pierdan mucho, empresas que podrían quebrar y trabajadores que van a perder su empleo”, advierte el analista. De ahí que varios gobiernos ya estén diseñando paquetes de estímulo similares a los que se desplegaron en la pandemia y que contrastan con las políticas de austeridad de la crisis de 2012.

España ya se anticipó. El plan de ayudas anunciado por el Gobierno a inicios de abril sigue la lógica de las intervenciones pospandemia, enfocadas en proteger a las empresas más expuestas, según Miguel Cardoso, economista jefe para España en BBVA Research. “Está diseñado para garantizar liquidez a través de avales públicos y facilitar ajustes temporales de jornada que mitiguen el impacto en la producción y el empleo”, explica. A corto plazo, añade, el esquema parece suficiente si las tarifas se mantienen en torno al 10%, pero advierte que, si el conflicto se intensifica, “habrá que expandir el plan y redirigir aún más recursos europeos hacia los sectores más golpeados”.

En este punto surge una diferencia de enfoque fiscal entre ambos lados del Atlántico que no es menor. Europa parece dispuesta a desplegar escudos sociales para amortiguar el golpe económico, mientras que en Estados Unidos esa opción ni siquiera está sobre la mesa. “A menos que se esté atravesando una recesión importante, como la que se vivió con la covid-19, en EE UU no se suelen implantar programas con transferencias directas”, detalla Satyam Panday, economista senior del grupo de economía global de S&P Global Ratings. “Es posible que intenten hacer algo por el sector agrícola, como lo que ocurrió durante la anterior guerra arancelaria en 2018-2019, cuando la administración Trump aprobó subsidios puntuales para compensar pérdidas, pero no hablamos de apoyar a los consumidores en general”, añade.

La factura para las economías más vulnerables

Más allá de Occidente y los países ricos, los llamados aranceles “recíprocos” impuestos por la administración Trump recaen de forma desmesurada sobre los países más pobres. Madagascar, con una tasa de pobreza que ronda el 75%, enfrenta gravámenes del 47% sobre sus exportaciones. En Myanmar, donde el golpe militar de febrero de 2021 redujo a la mitad el tamaño de la clase media, según estimaciones de la ONU, las tarifas alcanzan el 44%. Camboya, reconocida por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés) como uno de los países menos desarrollados del mundo, se ve afectada por aranceles del 49%. En total, más de medio centenar de países vulnerables permanecen en vilo, a la espera de saber qué sucederá una vez termine la pausa de 90 días establecida por el republicano con estos aranceles. Según datos del propio organismo de Naciones Unidas, su contribución al déficit comercial de Estados Unidos es mínimo, pese a ser la principal razón esgrimida por la Casa Blanca para justificar la medida.

Un niño llena un bidón de agua en Saint-Louis, Senegal, el 8 de enero de 2025.

Los analistas advierten de que si bien el giro proteccionista de la Casa Blanca puede tener efectos perjudiciales para la Unión Europea, China y Estados Unidos, estos países se recuperarán. Sin embargo, para las economías más frágiles, las consecuencias son peores en términos de pobreza y desempleo porque “tienen menos margen de ajuste, son más vulnerables y el efecto de las crisis es mayor”, insiste Dadush. Prueba de ello son los shocks económicos derivados de la pandemia. La pérdida de ingresos en ese periodo provocó que, un año después, la tasa mundial de pobreza aumentara del 7,8% al 9,1%, de acuerdo con el Banco Mundial. La mayoría de las personas que engrosaron la estadística provenían de África Subsahariana, América Latina y el Caribe. Si se analiza por nivel de renta, el organismo revela que los hogares ubicados en la parte inferior de la distribución mundial del ingreso perdieron entre 2020 y 2021 el 5% de su renta.

La OMC comparte la preocupación. Sus últimas estimaciones apuntan a que las economías de ingresos bajos —que dependen del comercio internacional para sostener su desarrollo— serán las más afectadas, con una caída de su PIB superior al 9% en el largo plazo. En el corto plazo, las previsiones tampoco son halagüeñas. África, que al comienzo del año parecía encaminada a un modesto crecimiento del 1,8% en sus exportaciones de servicios para 2025, verá en cambio una contracción del 1,6%, según las nuevas estimaciones. La historia no es muy distinta en América del Sur, Central y el Caribe, donde las señales de debilitamiento económico también comienzan a hacerse notar. La región, que tenía previsto un crecimiento del 2,7% en sus exportaciones de servicios para 2025, ahora se enfrenta a una caída estimada del 1,1%. El FMI, por su parte, ha restado este año cuatro décimas de PIB a sus previsiones para África subsahariana y cinco a las de América Latina y el Caribe.

Los aranceles llegan además en un momento especialmente difícil para África. El continente lidia con una deuda externa que supera los 1,1 billones de dólares, por lo que muchos países dedican más dinero en el pago de sus préstamos que en educación o en sanidad. Y antes de que la Administración republicana decidiera encasillar a estos Estados como parte de “los gorrones del mundo”, Trump canceló miles de millones de dólares en ayuda para el continente.



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