Raúl Belinchón, como otros muchos valencianos, se fue a ayudar a un amigo del colegio que vive en Paiporta. La dana acababa de arrasar la población y parte de la provincia de Valencia, causando 228 muertos. Se quedó impactado por el “escenario distópico de destrucción” que vio, pero también por la generosidad de miles y miles de voluntarios que cruzaban diariamente el llamado “puente de la solidaridad”, que une la ciudad de Valencia con las poblaciones afectadas de l’Horta Sud, para meterse en el barro y echar una mano en lo que fuera.
Fotógrafo profesional, Raúl empezó a hacer fotos con el móvil del “caos”, del desastre y sus consecuencias a vista de todos. Pero pronto decidió buscar un enfoque diferente, que aportara. además, un poco de luz en medio de la trágica oscuridad teñida de fango de las riadas del 29 de octubre. “Cuando vi a tanta gente joven, vitalista, llegar todos los días solo para ayudar de manera desinteresada, se me encendió una bombilla para hacer algo más reflexivo y descontextualizado“, explica el fotógrafo.
Reutilizó un gran fondo blanco que tenía de otros trabajos, lo instaló en la alquería de Sedajazz, una escuela de jazz y sede del grupo musical muy dañada por las riadas en la pedanía de La Torre, junto al citado puente, invitó a los chavales y chavalas a detenerse unos minutos, tras todo el día quitando fango, y los fotografió.
Esta serie de retratos, titulada Los ángeles de barro, se publicó a los dos meses de la dana en EL PAÍS SEMANAL, revista en la que colabora habitualmente, y el pasado abril ganó el segundo premio del certamen internacional Sony World en la categoría de retratos. La distinción comportó también una exposición de sus fotografías en Londres hasta principios de este mes. Desde su publicación, no ha dejado de recibir propuestas interesándose por las imágenes.
“Necesitaba descomprimir como los submarinistas. Venías de Valencia, de mi barrio de Russafa, con toda la gente en las terrazas, haciendo vida normal y te sumergías a unos pocos kilómetros en el infierno. Monté el fondo blanco, neutro, en una pared de Sedajazz, donde me dejaron guardalo, y empecé a abordar a la gente, a hablar con ellos que venían de ayudar, llenos de fango y a retratarlos. Y a pesar de que volvían agotados, la mayoría se mostró abierta a ser retratada sobre un fondo neutro, descontextualizado de la zona cero, con sus expresiones de cansancio y de fuerza vital al mismo tiempo, con el barro que impregnaba sus ropas, sus botas, su cara. Algunos en grupos, como habían quedado, otros en parejas o individualmente, cargados con sus escobones o con el carromato llenos de utensilios. La verdad es que todo el mundo participó: estudiantes, curritos, gente muy diferente y algunos muy jóvenes”, explica Belinchón, de 49 años, fotógrafo que estuvo varios años entrando en la prisión de Picassent para ganarse la confianza de los presos y retratarlos.

Llamó a la serie Los ángeles de barro. Era una manera también de aludir a un precedente por muchos desconocido de lo que sucedió en Valencia con el alud de jóvenes voluntarios. En 1966, Florencia sufrió la peor inundación de su historia desde el siglo XVI. Los aguas desbordadas del río Arno se llevaron la vida de un centenar de personas y dañaron miles de obras de arte. Hubo una ola de solidaridad nacional e internacional, precursora del movimiento de los mochileros o backpacker. Y muchos de los voluntarios eran jóvenes, a los que llamaron Angeli del Fango, ángeles del barro, como los que cruzaban a diario el puente valenciano.
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