Hace 25 años la Liga se ganó con 69 puntos, un tope que en las últimas cinco temporadas no valió para acabar cuarto y entrar en Champions. Las cosas eran diferentes. Hace un cuarto de siglo tres equipos llegaron tal día como hoy con opciones de ser campeones, dos de ellos, Deportivo y Zaragoza están ahora en la retaguardia de la tabla en Segunda División. El Barcelona era el tercero. Ganaron los coruñeses y a muchos les pareció que se hizo justicia poética cuando Donato, y después Makaay, marcaron en la misma portería en la que seis años y cinco días antes Djukic no fue capaz de batir a González en un penalti eterno. Nadie olvida la desdicha, pero tampoco la gloria. Estos días lucen en una explanada del puerto de A Coruña unas esculturas que quieren recoger el escorzo que trazó Donato para marcar el gol que encarriló el título en la última jornada ante el Espanyol. Allí acudió el jugador la pasada semana para rejuvenecer a todos los presentes y enseñar a los jóvenes una historia que en realidad es un catecismo en la ciudad. No hay quien la desconozca, pero a veces los detalles ayudan a entender mejor qué ocurrió.
“La clave del éxito fue que se reconstruyó la plantilla tras venir de unos años complicados con vestuarios conflictivos. Y formamos una familia”, explica Fran, el capitán del equipo que inició el curso convaleciente de una operación, pero mediado el campeonato sacó lustre a su zurda, por más que él piense que el mejor Fran se había visto antes. “Yo en los noventa sentía que volaba. En el 2000 ya era otro futbolista más maduro, con experiencia y conocimiento del juego”. Fran casó como pocos con Djalminha, su socio dentro y fuera del campo. “Un jugadorazo”, refiere. Pero también Jeckyll y Hyde, uno de los azotes de Javier Irureta, el técnico que lideró la reconstrucción mano a mano con el presidente Augusto César Lendoiro: con futbolistas nacionales o con experiencia en la Liga. Aunque el entrenador no entendía muchas veces porque el dirigente se empeñaba en llenarle el vestuario de jugadores. “Hubo épocas en las que llegamos a tener cuarenta”, refiere José Ángel Franganillo, preparador físico del equipo y mano izquierda de Irureta. La derecha era Paco Melo, un excompañero de Jabo cuando jugaban en el Atlético.
La relación entre Irureta y el vestuario marcó la temporada. “Había que tener mucha mano izquierda como tenía él para manejar una plantilla con tantos egos”, explica Lendoiro, que pondera la labor de Jabo, afincado durante siete años en la habitación 514 del Hotel María Pita, con vistas a la bahía del Orzán. “Fue un gran entrenador y encajaba perfectamente en la idiosincrasia del Deportivo, un equipo humilde, pero orgulloso al mismo tiempo. Era exigente y con la ilusión de ser ganador, pero también discreto”.
Con ese perfil, Irureta navegó entre la marejada que se sucedía en un combo en el que siempre pasaba algo. Porque el repaso de acontecimientos confiere a todo lo sucedido un aire extraordinario. Por un lado ningún equipo se alzó antes o después con la Liga tras perder tantos partidos como el Deportivo (11), que además solo ganó un partido fuera de casa (al Sevilla) en toda la segunda vuelta. Sumó, eso sí, en ese tramo de campeonato 28 de 30 puntos en Riazor. Por otro, no hubo quien pasase por tantas vicisitudes para acabar triunfante. Durante la concentración del verano Nourredin Naybet, el mejor central del equipo, anunció su salida. Se iba al Real Madrid. Pero el traspaso no se cerró. Jugó el primer partido de Liga y sus competidores por el puesto, Schürrer y Donato, alzaron la voz contra la decisión del entrenador. Naybet no repitió en la alineación al siguiente partido porque estaba en Old Trafford pasando reconocimiento médico para fichar por el campeón de Europa. Tampoco hubo acuerdo. “Vuelve más centrado”, advirtió Lendoiro, que ese verano acabó su periplo como presidente de la Diputación coruñesa y líder de la oposición municipal. “No se puede estar en un teatro viendo la ópera y al tiempo negociar fichajes de mil millones de pesetas como me ha ocurrido”, explicaba.

Era un tiempo en el que las selecciones se llevaban a los futbolistas con absoluto derecho de pernada, de manera que Naybet, Flavio Conceiçao y Scaloni, que estaba con la sub23 argentina, se perdieron citas decisivas con el equipo. Y suerte tuvo Irureta de que Brasil se olvidó de Mauro Silva y Djalminha, dos de los mejores futbolistas del campeonato. Fue el curso en el que aprendimos qué eran las rotaciones, que no era sino una estratagema de Irureta para dosificar esfuerzos, pero sobre todo culebrear entre esos egos a los que alude Lendoiro.
El manejo de Irureta fue esencial. Convenció, mal que bien, a Makaay y a Turu Flores para que se fuesen reciclando como jugadores de banda. Aplicó el trivote, un ingenio que consistía en agrupar tres mediocentros (Mauro, Flavio y Jokanovic) para convertir al equipo en determinados partidos en impermeable. Lidió con Djalminha, que impactó en Highbury, en un duelo de Copa de la UEFA contra el Arsenal, con cinco minutos alucinantes en los que embocó un penalti a lo Panenka y vio dos tarjetas amarillas para decantar el partido en favor de los ingleses. Irrefrenable, el genio brasileño volvió a mostrar su doble cara cuando se quitó la camiseta tras un golazo que dejaba la Liga medio ganada a tres jornadas del final. Volvió a ver una segunda amarilla y propició un nuevo fiasco.
Nada fue normal en aquellos albores del milenio. “Vivimos una de las grandes fiestas de la historia de A Coruña”, recuerda Lendoiro, el habitante de las noches interminables. Todavía hoy está convencido de que el Espanyol había llegado primado a Riazor aquel 19 de mayo. El día anterior, Víctor Sánchez del Amo y Donato se habían quedado a ensayar un córner tras el entrenamiento en Riazor. Un balón al primer palo, una carrera desde atrás y un escorzo para dirigir la pelota. Todo eso ahora ya es arte. Ya lo dice siempre el gran Lucas Pérez, uno de los niños que creció entre tanta leyenda. “Somos uno de nueve [clubes campeones], que nadie lo olvide”.
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