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Después de haber trabajado 16 años como psicóloga en México, un día de 2010, Lorena Kourousias, estaba viviendo en el sótano de una enorme casa en las afueras de la ciudad de Nueva York, a la que no sabía cómo llegar ni cómo salir. En esa mansión, donde le pagaban 400 dólares semanales por limpiar, se dio cuenta de la vulnerabilidad de las mujeres que, como ella, dejan su país para buscar una vida mejor en otro lugar.

El cuarto del sótano de la mansión donde Kourousias trabajaba como interna no tenía puerta a la calle, solo una ventana. Esa mañana, uno de los dos hijos adultos de la familia que la contrató, bajó en ropa interior y abrió el refrigerador donde le dejaban un vaso de leche para desayunar. “Sentí temor y me pregunté para qué bajaba. Si ahí solo estaba mi comida”, dice. “Creo que trabajé limpiando casas poco más de un año, porque trabajas adentro y comes cuando ellos tienen hambre, duermes cuando ellos tienen sueño. O sea, hay una cuestión muy abusiva”.

Afortunadamente, para esta mujer risueña de cabello corto y canoso que hoy tiene 39 años, aquellos días en los que se sintió tan vulnerable, poco después de llegar a Estados Unidos, hoy son solo un recuerdo. Ahora, quince años después, lo cuenta sentada frente a las dos pantallas de su computadora, en donde se puede ver su ajetreada agenda como directora ejecutiva de Mixteca, una organización sin fines de lucro en Brooklyn que brinda apoyo terapéutico a familias inmigrantes en Nueva York, y que, entre otros objetivos, busca acabar con los abusos de las mujeres migrantes.

En medio de la campaña emprendida por la Administración de Donald Trump que ha sembrado el temor en la población inmigrante con la amenaza de deportaciones masivas, Kourousias pone especial empeño en acompañar a mujeres y madres inmigrantes solteras que cruzaron la frontera en los últimos años y que son parte de las 35.640 familias que permanecen en los refugios de la ciudad, según datos de la oficina del contralor municipal.

Desde 2022, cuando el Gobierno de Texas empezó a enviar autobuses con migrantes que acababan de cruzar la frontera al Estado de Nueva York, muchas mujeres y madres solteras llegaron a Mixteca para pedir pruebas de embarazo, pañales o leche, entre otros objetos de primera necesidad. Hoy, algunas asisten a sesiones de terapias alternativas, pues sufrieron violencia sexual en el viaje desde sus países, e incluso dentro de los refugios, una vez en Nueva York. Según Aldonza Balbuena, de 26 años, coordinadora de Salud Mental de Mixteca, la violencia en esta población está muy presente, así como los altos niveles de estrés por el inestable clima político.

Lorena Kourousias

En México, Lorena Kourousias había construido una carrera como psicóloga de mujeres sobrevivientes de violencia de género después de estudiar una licenciatura y dos maestrías en la Universidad Autónoma de México (UNAM). Pero decidió mudarse para obtener seguridad financiera y personal. Como psicóloga, solo ganaba 300 dólares mensuales por su trabajo, y en las calles el acoso callejero siempre estaba presente. “Creo que todos los que migramos tenemos una migración forzada”, dice. “Aunque no sea tan violenta o tan difícil, si los recursos económicos se concentran en un solo país, hay un poco de forzado en nuestra decisión de migrar”.

Violencias invisibles

Pese a ser una profesional altamente cualificada, a su llegada a Estados Unidos la psicóloga cuenta que sólo encontraba trabajos cama adentro para limpiar casas extremadamente sucias. A raíz de varias experiencias que la hicieron sentirse vulnerable por su condición de mujer migrante, Kourousias gestó un proyecto como acompañante de sobrevivientes de violencia en el Bronx para documentar las distintas formas de violencias que las mujeres sufrían al buscar trabajo en Estados Unidos.

Para ella, la condición de las madres inmigrantes que han llegado en los últimos años es todavía más preocupante que la que ella conoció a su llegada, especialmente entre aquellas que están en los refugios ofrecidos por la ciudad de Nueva York, donde comparten espacio con otras personas. “Mujeres jóvenes que siguen viviendo en refugios nos han dicho que intentan abrir las puertas cuando se están bañando o que se sienten desprotegidas por las cámaras controladas por agentes de seguridad”, mencionó. “Hay una niña de 3 años que siempre viene a Mixteca para sus clases de pintura. Ella vive en un refugio. El otro día dijo que estaba triste. Las cosas que viven ahí, en realidad, no las sabemos”.

Lorena Kourousias, de 54 años y nacionalidad mexicana, migró a la ciudad de Nueva York en 2009 y empezó trabajando como limpiadora de casas y cuidadora de niños. Hoy es la directora de Mixteca, organización sin fines de lucro que acompaña a mujeres sobrevivientes de violencia de género.

Además, en los últimos años, muchas mujeres han migrado con sus hijos a un país donde no tenían redes de apoyo para alojarlas o ayudarlas a conseguir un trabajo, y ahora lidian con el cierre de los refugios, después de que el alcalde, Eric Adams, anunciara la clausura de 54 de ellos hasta junio. “No hay alguien de mi pueblo, alguien que me diga” ‘Vente para acá, yo le voy a preguntar a la señora a la que le limpio la casa a ver si tiene otra y te la dan’. No tienen ese lazo. Esa es otra complicación para que puedan encontrar trabajo y, a pesar de que algunas de ellas tienen autorización de empleo, no pueden encontrarlo”, asegura Kourousias.

Cuidado con identidad

El 85% de personas que acceden a servicios de terapias psicológicas que provee Mixteca —donde trabaja una veintena de personas— son mujeres inmigrantes que reciben consejería individual, talleres para sanar traumas, prevenir la violencia doméstica, y herramientas para la crianza de sus hijos. “También es un espacio en el que podemos hablar de violencia, pero no solo desde quien suele ser la víctima, sino también desde la parte masculina”, dice Balbuena.

En los talleres de sanación del trauma, los maestros se enfocan en actividades creativas, como la preparación de tortillas o la siembra de maíz. “Así, bajan las defensas y no resulta tan amenazante hablar de temas de salud mental porque sí hay un estigma enorme que impide que nuestra comunidad acceda a sus servicios”, agrega la coordinadora.

Lorena Kourousias, de 54 años y nacionalidad mexicana, migró a la ciudad de Nueva York en 2009 y empezó trabajando como limpiadora de casas y cuidadora de niños. Hoy es la directora de Mixteca, organización sin fines de lucro que acompaña a mujeres sobrevivientes de violencia de género.

Después de haber trabajado dos años en Mixteca, la joven psicóloga dice que las propuestas de terapia alternativas de Kourousias y su equipo siempre buscan abrazar lo latinoamericano. Romero-Méndez, quien también es coordinadora en Mixteca, asegura que las mujeres ya traen herramientas terapéuticas que heredaron de sus madres y abuelas, que son parte de su experiencia de sanación. “¿Por qué si hablo de usar palo santo o prender copal, eso no es salud mental?”, se pregunta. “Por ejemplo, tenemos un grupo de mujeres liderado por una chamana, donde se entrelazan elementos culturales con la salud mental y genera espacios que genuinamente les llama la atención y permite que resuene esta parte de identidad”.

Ese apoyo emocional es especialmente relevante en estos momentos. Kourousias es consciente de que las mujeres que tocan las puertas de Mixteca se encuentran en una posición muy difícil porque deben seguir trabajando para sostener a sus hijos, a pesar de que en las calles corren el riesgo de ser deportadas a los países de origen de los que, en muchos casos, huyeron. Por eso, su organización tiene las puertas abiertas con un mensaje claro: “Aquí también podemos luchar”.



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