La elección del cardenal Robert Francis Prevost, el papa León XIV, rompió este jueves unas cuantas reglas no escritas de la Iglesia Católica. Es el primer sumo pontífice nacido en Estados Unidos, país en el que la noticia de su nombramiento fue recibida con enorme sorpresa tanto por católicos como por no católicos. Puede que hubiera ascendido en las quinielas en los últimos días, pero pocos aquí conocían de la existencia de un religioso que ha pasado la mayor parte de su carrera entre Perú y Roma.
Tampoco muchos esperaban ver a un cardenal de Chicago sentarse en la silla de San Pedro, sobre todo, porque el sentido común dice (o solía decir) que, para no trastocar los equilibrios de poder, mejor no nombrar como jefe de Estado del Vaticano a un ciudadano de la primera potencia mundial, aunque, como es el caso, también tenga la nacionalidad peruana.
Claro que, puestos a romper reglas no escritas, está Donald Trump, que se lleva por delante cada día unas cuantas de las que han regido la vida en la Casa Blanca y las relaciones internacionales. Y tal vez por eso entre las razones que llevaron a 133 cardenales a optar por Prevost en la cuarta ronda de votaciones figure la idea de que, para contrarrestar al impredecible presidente de Estados Unidos, convenía escoger a alguien que no solo hable su mismo idioma, sino que sea capaz de, como escribe Peggy Noonan en The Wall Street Journal, introducir “el estilo de gestión estadounidense en un Vaticano en crisis”.
“No hay que olvidar que él, como sacerdote u obispo, tampoco ha dejado demasiada huella en Estados Unidos”, advierte en una conversación telefónica desde Ciudad del Vaticano el escritor católico Michael Heinlein, autor de una biografía sobre el influyente cardenal de Chicago Francis E. George, O.M.I. “Prevost vivió 12 años en Roma, donde estudió, así que le sobra experiencia en la ciudad eterna. Da la impresión de que eso pesó en la elección. Sus dos décadas latinoamericanas aportan algo también deseado; cierta creatividad misionera en un momento en el que la Iglesia se enfrenta, al menos en Europa y en partes de Norteamérica, a un verdadero declive. León XIV ofrece una mezcla bastante única en ese contexto”, considera Heinlein.
Ese declive tiene que ver en Estados Unidos con las heridas aún abiertas tras décadas de abusos sexuales cometidos o encubiertos por cardenales, obispos, sacerdotes, misioneros o monjas. Esos escándalos, profundamente arraigados en el clero, comenzaron mucho antes de las revelaciones sobre la archidiócesis de Boston, la gran ciudad católica del país, por parte del equipo de investigación del diario Boston Globe (trabajo periodístico que se convertiría en la oscarizada película Spotlight). Pero aquel caso sí marcó el principio del fin de una impunidad de décadas.
De Connecticut a Nueva Jersey, y de Oregón a California, diócesis por todo el país se han visto desde entonces envueltas en procesos de expiación colectiva y en juicios que han acabado en condenas de cárcel y en desembolsos millonarios para resarcir a las víctimas. Más de 7.000 religiosos han sido acusados de abusos en Estados Unidos, según cálculos de la organización independiente BishopAccountability.org.
El nuevo Papa ha recibido críticas en Chicago porque su orden, según una investigación del Sun-Times, permitió en 2000 a un sacerdote pedófilo vivir cerca de una escuela católica, a la que no avisaron. Entonces, Prevost era prior provincial de los Agustinos del Medio Oeste. En estos días también han resurgido acusaciones de sus tiempos de obispo en la diócesis peruana de Chiclayo (cargo que ocupó entre 2015 y 2023), porque presuntamente no hizo suficiente para escuchar a tres víctimas, tres mujeres. El Dicasterio de la Doctrina de la Fe estudió a fondo las denuncias y las descartó categóricamente.
Los escándalos de la Iglesia estadounidense han dañado su reputación en una sociedad que vive un inevitable proceso de secularización. En torno al 20% de la población, según los diferentes indicadores, se identifica como católica, lo que convierte esa fe en la segunda más extendida, tras la protestante, y a Estados Unidos en el cuarto país con más católicos del mundo, tras México, Brasil y Filipinas (ninguno de los cuales puede presumir de haber entronizado a un papa). Se trata un porcentaje que se ha mantenido más o menos estable en la última década, según el Pew Research Center, pese al avance de los evangélicos.
Famosos conversos
Esa estabilidad se debe en parte a la creciente población hispana, y también, aunque es imposible cuantificar su efecto exacto, al hecho de que destacadas personalidades de la vida pública se han convertido en los últimos años. Ahí están, por ejemplo, el magnate de Silicon Valley Peter Thiel o el vicepresidente estadounidense, J. D. Vance.
Si el escritor Thomas Merton, monje trapense y tal vez el converso más famoso del siglo XX en este país, marcó el camino de una fe progresista, Thiel y Vance representan una corriente ultraconservadora, que goza de gran fuerza en la Iglesia católica estadounidense, cuyo historial de enfrentamientos con el papa Francisco fue largo.
Vance es una de las últimas personas que vio con vida en Roma a Bergoglio antes de morir. Prevost, que figura en los registros públicos como votante republicano, se enfrentó al vicepresidente cuando este aseguró en X que la fe católica es compatible con la deportación de inmigrantes. El nuevo Papa le respondió rebotando un artículo que contradecía esa teoría con la advertencia de que su interpretación del amor cristianismo, en concreto, del concepto ordo amoris, era “errónea”.

Trump es protestante (y en eso sí sigue la norma: Joe Biden, su antecesor, fue el primer presidente católico desde John F. Kennedy). Una tercera parte de los miembros de su gabinete son católicos, al igual que un 27% de los de la Cámara de Representantes y seis de los nueve de los magistrados del Tribunal Supremo (que además son los seis conservadores del lote). Esos tres porcentajes están lejos de reflejar fielmente la tarta general de las creencias de un país al que, especialmente desde el Supremo, moldean con sus decisiones. La supermayoría conservadora del alto tribunal ha dado en estos años y en asuntos como el aborto o el avance del laicismo grandes alegrías a la variante local más tradicional del catolicismo.
“Aún tiene que hablar por sí mismo, y creo que nos confundiríamos si pensáramos que va a ser una mera fotocopia de Francisco”, opina Heinlein. El experto considera, con todo, “obvio“ que los mayores puntos de fricción con la Administración de Trump ”vendrán por el tema de la inmigración”.
Entre tanto, la versión más extrema del movimiento MAGA (Make America Great Again) ya ha puesto a afilar los cuchillos. “Él es anti-Trump, anti-MAGA, pro-fronteras abiertas y un marxista total como el Papa Francisco. Los católicos no pueden esperar nada bueno”, escribió la influencer ultra Laura Loomer en su cuenta de X, mientras algunos de los boletines oficiales de ese universo reaccionario empezaron, superada la sorpresa inicial, a dar por buena la sospecha de que el primer papa estadounidense no será necesariamente bueno para la creencia de “Estados Unidos primero” (America First).
Steve Bannon, ideólogo del trumpismo, calificó la elección de León XIV como la “peor opción para los católicos MAGA”, dado que lo considera el “papa anti-Trump”. Curiosamente, Bannon había dicho en abril, cuando muy pocos pensaban en eso, que se temía que Prevost saliera victorioso del cónclave.
Más allá de la tribu de los agitadores, movidos por razones más políticas que religiosas, los católicos de Estados Unidos están estos días de celebración, y atiborran las iglesias por todo el país. Su esperanza es que la figura de Prevost contribuya a unir a su Iglesia y la ayude a superar a superar la crisis. Cómo manejará León XIV las relaciones tanto con sus líderes, de posturas más conservadoras que las suyas, como con la derecha católica en ascenso en Washington es otra de las grandes incógnitas que abrieron el jueves la colosal sorpresa de su nombramiento y todas esas reglas no escritas hechas añicos.
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