Sin miedo para seguir avanzando. Del largo saludo del papa León XIV desde el balcón en que se ha presentado al mundo como obispo de Roma y nuevo pontífice de la Iglesia católica, cabe sacar varias conclusiones, pero las resumo en el titular de este análisis. En primer lugar, el nombre, León XIV. Su predecesor con ese nombre fue el papa de la Rerum Novarum, que definió la doctrina social de la Iglesia romana cuando ya había perdido a los intelectuales y llevaba camino de enajenarse a los obreros. No ha sido nunca una doctrina revolucionaria (de hecho, nace contra el sindicalismo de clase, contra el socialismo, contra el marxismo), pero abrió camino a una iglesia abierta a ese mundo después de las sicópatas cerrazones de Pío IX, con su Syllabus y la lista de las ideas y los libros prohibidos. El papa Prevost deja constancia, eligiendo ese nombre, de sus orígenes misioneros, que son siempre un vivir entre los pobres y para los pobres.

En segundo lugar, los cardenales se han puesto de acuerdo en elegir un bergogliano. Lo ha dejado claro León XIV en su discurso, dedicando párrafos muy cariñosos al fallecido pontífice argentino. Se dice que a rey muerto, rey puesto. En este caso, sucederá de una manera pacífica. Prevost no es argentino ni jesuita y, por tanto, como agustino, hablará poco, medirá sus discursos, no improvisará. Pero en el mando, en la gestión, no va a dar marcha atrás. Lo ha dicho con claridad en el comienzo de su discurso: “Sin miedo para seguir avanzando”.

Nota tercera. León XIV es agustino. A un jesuita le sucede un agustino. Se me ocurre afirmar, aun a riesgo de equivocarme, que se han acabado las complacencias de Juan Pablo II y Benedicto XVI con los llamados Nuevos Movimientos, que han campado en las últimas décadas para disgusto de la curia y de Francisco (sus enfrentamientos con el Opus Dei fueron sonados, y también puso firmes a los Kikos, obligó a humillarse a los Legionarios de Cristo y no permitió que otros novísimos con poder en Roma se le subieran a las barbas). En definitiva, es la vuelta a las congregaciones clásicas, que tanta gloria han dado a la Iglesia romana (apuntemos de paso que las congregaciones sumaban una treintena de votos en el cónclave porque Francisco fue generoso eligiéndolos).

Pastor y gestor. El papa Prevost es políglota (con siete idiomas, incluido el latín, cosa excepcional), pero sobre todo hispanohablante porque ha vivido décadas en Perú como misionero. Pero es también muy italiano, con años de gestión en la curia del Vaticano. Decir curia es decir gobierno. León XIV ha sido ministro de Francisco como prefecto del Dicasterio de los Obispos, desde donde ha decidido con el papa fallecido muchos cientos de nombramientos y sembró de buenas relaciones su suave manera (agustiniana) de relacionarse.

El hecho de que León XIV haya sido curial habrá tranquilizado, sin duda, al sector conservador del colegio de cardenales, pues, si algo reprochaba a Francisco, es que iba por libre y hacía poco caso a su gobierno. De hecho, prometió reformar la curia nombrando de partida un famoso G-9, con grandes prelados, pero se le fueron cayendo uno tras otro: el australiano George Pell porque fue procesado y encarcelado por un feo asunto de abusos sexuales a menores (finalmente fue absuelto por el Tribunal Supremo de ese país), y también abandonó el cardenal alemán Reinhard Marx, por, según él, no haber sido diligente en atajar a los pederastas en su país.

Post Data. Al mando de los agustinos durante años, el nuevo Papa es matemático y filósofo, dos profesiones que le valdrán para guiarse en un mundo que estrena época, o eso nos tememos, con conflictos geopolíticos muy alarmantes, y la irrupción de la inteligencia artificial y una iglesia que se dice acosada por redes sociales tantas veces convertidas en redes fecales.



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