La imagen de León XIV, el nuevo Papa, se va configurando con las horas. Y, aunque todavía son escasas, ya se pueden ir advirtiendo los rasgos sobresalientes del retrato.

Como suele suceder, el primer trazo está en el nombre que eligió. El último León que gobernó la Iglesia fue León XIII. Fue el autor de la encíclica Rerum Novarum, que fundó lo que se denomina la Doctrina Social de la Iglesia. Una condena simultánea a la radicalización capitalista y a la radicalización colectivista, que podría ser vista como una versión, en clave religiosa, de lo que ha sido la socialdemocracia. O el socialcristianismo. Quiere decir que Robert Prevost, al pedir que lo llamen León, está adoptando una definición política en favor de un equilibrio que hoy parece muy accidentado, pasado de moda.

Esta toma de posición hace juego con otra peculiaridad del nuevo jefe de la Iglesia. Su proximidad con Francisco, el Papa que lo creó cardenal. Jorge Bergoglio convocó a Prevost a Roma para confiarle dos misiones estratégicas. La primera fue la pastoral de América Latina, la región de la que provenía el propio Bergoglio. La segunda, nada menos que la conducción del Dicasterio para los Obispos, donde se designan a los responsables del gobierno territorial de la Iglesia. Quiere decir que el sucesor de Francisco había sido una pieza fundamental de su pontificado. La continuidad, entonces, va más allá del estilo personal y radica en la orientación general del gobierno de la institución.

Hay que mirar otra nota llamativa de la personalidad de León XIV: su nacionalidad. Para eso hay que hacer un ejercicio de “desambiguación”. Él es estadounidense, nacido en Chicago. Pero por su tarea sacerdotal y episcopal en Chiclayo, terminó convirtiéndose en peruano, hasta el punto de adoptar esa ciudadanía. De modo que, así como en Bergoglio había un argentino envuelto en un italiano, en Prevost hay un estadounidense revestido de un peruano. Igual también que su antecesor, pertenece a una familia de inmigrantes.

La condición de estadounidense tiene un significado muy particular en esta coyuntura histórica. El sucesor de Francisco proviene de la comunidad en la que las reformas de Francisco encontraron las principales resistencias. La Iglesia de Estados Unidos coqueteó con un cisma todos estos años. Hay tiempo para ver cómo se define el nuevo líder respecto de tres cuestiones que fueron las mayores innovaciones de Bergoglio: el permiso para que los divorciados que se volvieron a casar comulguen, la autorización para bendecir parejas homosexuales y la definición acerca de que el Dios del catolicismo no es el único Dios verdadero.

Hubo, sin embargo, un detalle al que los expertos en liturgia prestaron atención. El nuevo Papa apareció en el balcón de San Pedro ataviado con la clásica muceta roja y la estola bordada en oro que habían usado sus predecesores durante años y años. Salvo Bergoglio, que prefirió aparecer vestido de blanco. ¿Un retorno a la tradición? Se verá.

¿El encumbramiento de Prevost es un homenaje o un desafío para la Iglesia norteamericana? Acaso las dos cosas. Porque no hay que perder de vista que en ese país el catolicismo se está expandiendo, de la mano de la inmigración hispana, hasta alcanzar más de 68 millones de feligreses. Cuando, intercalado con el italiano, León XIV eligió el español para su saludo inaugural, le estaba hablando a esa masa de latinoamericanos.

Desde el punto de vista de la política profana, también la selección de Prevost cobija un mensaje para los Estados Unidos. Donald Trump reaccionó con orgullo nacional y dijo que estaba ansioso por conocer al nuevo Papa. Habría que ver si conserva esa ansiedad después de enterarse sobre algunos pronunciamientos de Prevost sobre asuntos característicos de su presidencia. Por ejemplo, la condena al maltrato a los migrantes.

La continuidad entre Francisco y León se expresa en características más personales. Los dos provienen de congregaciones religiosas. Bergoglio era jesuita. León, agustino. Ninguno de los dos se ha desplegado como teólogo. Su prédica y sus escritos se inclinan más por la espiritualidad que por la teoría. Son pastores antes que maestros. Las personas de fe están seguras de que el Papa es elegido por el Espíritu Santo. Si se prescindiera de esa creencia, se podría caer en la tentación de imaginar que León fue la última jugada de Francisco.



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