A las 5.00 del lunes 6 de septiembre de 1971, seis mujeres corrieron hasta el muro exterior de la cárcel de Punta Carretas, en Montevideo, y gritaron con fuerza: “Se escaparon los tupamaros, se escaparon los tupamaros, estuvimos secuestradas más de diez horas”. Los guardias que las miraban desde arriba les respondieron con sorna “vayan a dormir, mamadas”, una forma poco elegante de decirles que estaban ebrias y no era de buen gusto molestarlos con tonterías a esas horas de la madrugada.

 Entre esas mujeres estaba Serrana Auliso, que con 42 años vivía entonces junto a su madre en una casa ubicada frente al penal. Hoy tiene 96 y recuerda con lucidez que debajo de ese sillón donde habla con EL PAÍS, los tupamaros abrieron el final del túnel que durante un mes habían cavado desde dentro de la cárcel. Por ese agujero minúsculo en medio de su salón salieron 106 guerrilleros del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, entre ellos José Pepe Mujica, fallecido el pasado lunes a los 89 años, y cinco presos comunes que aprovecharon la ocasión. Llamaron al operativo El abuso, por exagerado: aún hoy el escape de presos más numeroso jamás registrado.

“Soy la última sobreviviente del último tramo del túnel. Desde acá atravesaron toda la casa hasta los vecinos del fondo y salieron por la otra calle”, cuenta Auliso. “Ellos tenían el túnel hecho hasta la pared, pero no tuvieron en cuenta que la casa estaba más alta. Llegaron hasta ahí y no encontraban la forma de salir. Uno de los que ocupó mi casa, que era un vecino, venía con otro joven con un estetoscopio. Yo pensé que auscultaría a los compañeros a medida que salían para ver su estado de salud, pero resultó que era para escuchar los ruidos en el piso y ver en qué momento cavar para arriba y levantar las baldosas”.

La sala de Auliso apenas cambió desde aquella tarde de domingo de 1971. Los mismos muebles —tres sillones, una mesa de comedor con cuatro sillas, una biblioteca, alfombras y algunos adornos —, ubicados en los mismos sitios de un ambiente no demasiado amplio de paredes blancas. El espacio luce impecable, ordenado, limpio. Auliso recuerda que los tupamaros amontonaron todo en una esquina y comenzaron a abrir un agujero en el suelo. Hoy se ve perfectamente la salida del túnel, marcada con nueve baldosas algo más oscuras que el resto.

Serrana Auliso muestra en el salón de su casa el sitio por donde escaparon en 1971 los 106 tupamaros presos en del penal de Punta Carretas.

La mujer recuerda cada detalle: “Con mi madre teníamos un apartamento en el fondo, porque este terreno tiene 40 metros de largo, que alquilábamos a una profesora divorciada con tres hijos, uno de ellos de 20 años, llamado Billy. Un día, viene Billy con una persona que yo no conocía y me dice ‘mirá, estos muchachos son tupamaros y necesitan la casa para un trabajo’. Y nos llevaron a una pieza en ese apartamento del fondo. Ahí quedamos desde las siete de la tarde hasta las cinco de la mañana, vigiladas por una persona armada. No sabíamos ni para qué ni por qué. Más tarde vinieron otras dos vecinas que venían temporalmente a dormir a casa. Acá aparecieron con sus bolsas de agua caliente. Y encerraron también a la madre y a la novia de Billy”, recuerda.

Con el avance de las horas, Serrana Auliso supo que el plan de los tupamaros incluía la quema de coches y buses en La Teja, un barrio popular alejado del penal, porque su carcelero escuchaba en todo momento la radio policial. Y que la banda de música que tocaba a todo volumen en el salón de la iglesia lindante tenía como objetivo tapar los martillazos de los huidos. “Vivíamos justo enfrente del celdario, que era un edificio de cuatro niveles y dos cuadras de largo. Mi casa era el camino más recto y más corto hacia la salida”, dice medio siglo después.

En 1971, toda la cúpula y decenas de combatientes de los Tupamaros estaban presos en Punta Carretas, un penal de máxima seguridad construido en 1915. Tras dos intentos fallidos, los guerrilleros trabajaron durante un mes en la construcción de un túnel que desde las celdas pasase por debajo del muro perimetral, cruzase la calle Solano García y terminase en el salón de los Auliso. Serrana entendió finalmente lo que estaba pasando cuando la sacaron de su encierro para que atendiese una llamada telefónica que debía responder con una palabra clave. Vio allí el boquete en el suelo, sus muebles amontonados, la tierra desparramada en su piso de baldosas blancas y el ir y venir de personas que trabajaban silenciosas en la oscuridad. “Ahí me di cuenta de que era una fuga”, dice.

“El que dirigía el operativo, el que venía con el estetoscopio”, recuerda, “se comunicaba con la compañera que estaba en la casa del escribano Joaquín Núñez, que daba a la calle de atrás. Le decía ‘tenés todo pronto, mirá que van 15’. Y nosotros sentíamos la gente que pasaba por delante de nuestra habitación. ‘Mirá que van 18, van 22’, y así. Finalmente, vino un hombre todo embarrado, con botas, y nos dice ‘salgan a la calle dentro de media hora y avisen a la policía’. Los policías no tenían idea de nada, se enteran por mi llamado. No entendían que con toda la convulsión que había alguien hiciera un operativo semejante”, relata Serrana Auliso.

Serrana Auliso muestra una foto del boquete que los tupamaros abrieron en el salón de su casa.

Los golpes de los tupas eran osados y buscaban como efecto secundario humillar a sus enemigos. “Cuando entraron acá, un milico [militar] dijo ‘pero mirá esto, yo no salgo más a la calle, nos están tomando el pelo”. Y realmente fue un abuso, por eso le pusieron a ese operativo El abuso”. Madre e hija tuvieron el boquete abierto durante más de 20 días “por dejadez”. “Mi mamá fue dos veces con el director de la cárcel para pedirle por favor que nos taparan el pozo, porque teníamos miedo que apareciera algún preso”. Allí quedaron las nueve baldosas apenas más oscuras como recuerdo.

La fuga fue la noticia del año. Le costó el puesto al director del penal y estuvo en las primeras planas de los diarios uruguayos durante semanas. “Fue un infierno de periodistas”, recuerda Auliso.

Los años pasaron para ella. Soltera y sin hijos, se jubiló como secretaria de una empresa y cuidó de sus padres. Cuando tenía 88 años se le activó una epilepsia que desconocía. Consideró entonces que era momento de visitar a aquel joven del estetoscopio, que desde su exilio en Suecia se había convertido en un neurocientífico de fama mundial. Casi 50 años después, Serrana llamó a Henry Engler para una consulta. “En su centro médico me daban vueltas. Yo les decía que era la mujer de la calle Solano García 2535 de Punta Carretas. Hasta que un día me llamó él y me dijo que tenía una deuda conmigo”, dice.

Gracias a su encuentro con Engler, Serrana Auliso pudo cobrar otra deuda, la de José Pepe Mujica. “Yo le había dicho a Engler que el Pepe nunca había sido capaz de venir a pedir disculpas o dar las gracias. Entonces me invitó a un homenaje en la Casa de Gobierno. El Pepe me recibió con los brazos abiertos y me dio un abrazo. No me dijo ni una palabra, un abrazo fue suficiente” recuerda. El operativo Abuso nunca le trajo problemas judiciales. Tampoco evitó que votase siempre al izquierdista Frente Amplio y a Mujica cada vez que fue candidato.

Todos los fugados de Punta Carretas fueron recapturados. Y Mujica y Engler formaron parte de “los nueve rehenes”, como se llamó a los cabecillas tupamaros que los militares mantuvieron con vida en condiciones infrahumanas a cambio de que no hubiese atentados. En Punta Carretas funciona desde 1994 el mayor centro comercial de Montevideo, pero el muro del viejo penal está todavía intacto frente a la casa de Serrana Auliso. “Aquel escape”, dice, “fue muy importante porque fue también un mensaje: ‘Acá estamos, y si queremos podemos”.



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