La respuesta de Vika, militar ucrania de 27 años originaria de Kiev, a si se ha cumplido la tregua de tres días decretada de forma unilateral por Rusia con motivo del 80º aniversario del fin de la II Guerra Mundial es una carcajada a boca abierta. Esta joven, portera de la selección nacional de hockey sobre hielo y paramédica en la línea del frente, relata este sábado casos de lanzamientos de artillería y llegada de drones en el entorno de la línea que separa las regiones de Járkov y Lugansk (noreste). “Lo de la tregua es una mierda”, zanja. Su testimonio coincide con el de otros militares consultados este sábado como ella en una cafetería próxima al hospital de Izium, localidad hoy en la retaguardia que permaneció varios meses en manos rusas durante 2022. También otro grupo, entrevistado durante un entrenamiento en un campo de tiro, considera que el cese de hostilidades ha sido un espejismo.
En general, tanto los soldados de a pie como los mandos, han percibido una menor actividad tanto de la infantería enemiga como de la artillería o los drones. Por primera vez en días, las alarmas han callado en Kiev, la capital, y no ha habido bombardeos ninguna de las tres noches. Pero ese descenso en la intensidad de la ofensiva rusa no puede considerarse como una tregua, coinciden. Rusia ha seguido atacando con “todo tipo de drones, artillería, misiles e infantería” y Ucrania se ha seguido defendiendo durante los tres días, reconoce un responsable militar de la región de Járkov, Pavlo Shamshyn. La zona de Vovchansk, cerca de la frontera que separa los dos países, ha sufrido especialmente, agrega.

Algunos uniformados llegan a Izium apoyados sobre muletas o bastón a ser revisados por los sanitarios tras haber sido víctimas en los últimos días de ataques llevados a cabo por aparatos no tripulados, cada vez más protagonistas en la contienda. “La intensidad del fuego ha descendido, pero los ataques han continuado”, añade Alex, de 34 años y originario de Mikolaiv (como el resto no ofrece su apellido). Lado, de 38, apostilla: “Las treguas solo están sobre el papel, sobre el terreno no ha cambiado nada”. Algunos reproducen el gesto de la jugadora de hockey al ser preguntados por el alto el fuego y se ríen. El desfile de militares, muchos de ellos en días de descanso, es ajeno a la reunión de alto nivel que a la vez mantiene en Kiev al presidente Volodímir Zelenski con los principales mandatarios de Francia, el Reino Unido, Alemania y Polonia para tratar de avanzar en la senda de la paz.
Unos kilómetros al este de Izium, un grupo de militares de la 3ª Brigada de Asalto llevan a cabo prácticas para derribar drones con rifles, coincidiendo con el tercer y último día de tregua unilateral de Rusia. “Hemos notado cierto descenso en el número de heridos y de munición que nos llegaba, aunque se ha mantenido el número de drones. No podemos decir que haya habido calma absoluta”, explica Akusher (da su apodo de guerra, como sus compañeros), de 34 años y originario de la región de Odesa, mientras se dispone a escuchar al maestro de ceremonias. Chris, de 27 años y originario de Montana (Estados Unidos), lleva dos años como instructor en la guerra de Ucrania. “No he notado muchos cambios (en estos tres días de alto el fuego). Creo que se trata de una gran mentira, de una maniobra de distracción (de las tropas rusas) para ganar tiempo, mover tropas hacia adelante y rearmarse. Ya teníamos la experiencia de lo ocurrido durante la tregua de Pascua”, también incumplida hace pocas semanas, comenta por su parte Fox, de 26 años, que combate en su propia región, Járkov.

Zelenski rechazó desde el primer momento esos tres días de tregua (8, 9 y 10 de mayo) porque lo consideraba una estratagema para salvar con tranquilidad los fastos del Día de la Victoria, celebrado en Moscú con un gran desfile militar y la asistencia de algunos líderes internacionales, entre ellos los presidentes de China, Xi Jinping, y Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva. Las autoridades ucranias insisten en que sean, al menos 30 los días de cese de hostilidades, algo a lo que el presidente ruso, Vladímir Putin, se niega.
El militar Pavlo Shamshyn recuerda el largo recorrido de los incumplimientos de treguas protagonizado por Rusia desde que comenzó el actual conflicto en 2014, con los enfrentamientos en la región de Donbás. Por eso, añade, no ha de sorprender que tampoco haya respetado la de este mes de mayo y la que anunció en abril, coincidiendo con la Pascua ortodoxa. “Lo único que esperamos es que Occidente dicte sanciones más duras contra la industria energética rusa, que frene la maquinaria financiera con la que mantiene la guerra y, al mismo tiempo, que entregue más armamento a Ucrania”, reflexiona al ser preguntado por la cumbre celebrada este sábado en Kiev.
Sobre el terreno, los soldados mantienen su actividad ajenos a lo que ocurre en las altas esferas diplomáticas. El entrenamiento para que mejoren su capacidad para derribar drones es algo rutinario por lo que deben pasar, explica un portavoz de la 3ª Brigada de Asalto. Una vez que el formador estadounidense les ha explicado los fundamentos básicos de dos fusiles de fabricación turca, comienzan las prácticas, que no son más que tiro al plato con munición de postas similar a la que se usa para cazar. Antes de ponerse ellos a disparar, observan la destreza de Chris, que les muestra cómo seguir durante unos instantes el objetivo por la mirilla antes de apretar el gatillo.

El joven militar de EE UU incide en que se trata de adaptarse a las nuevas exigencias de la guerra moderna en la que estos aparatos han ido ganando protagonismo y causan cada vez un mayor número de víctimas. “Los drones son más peligrosos que la mayoría de los vehículos desplegados en el campo de batalla porque son precisos y económicos, lo que permite desplegar muchos”, remarca. En los últimos meses, sin embargo, un nuevo armamento ha multiplicado las ya muchas preocupaciones de las tropas ucranias. Se trata de los drones con cable de fibra óptica, que son indetectables a los aparatos tradicionales y, por tanto, inmunes a la guerra electrónica. En ese caso, es especialmente importante estar preparados para derribarlos a tiros, argumenta Chris.
Uno a uno, media docena de soldados van pasando y, como el que se afana en matar a un pichón o una perdiz, proceden a la cacería del disco naranja que salta por los aires haciendo las veces de dron. Cuando la cruda realidad de la guerra les obligue a enfrentarse a uno de esos aparatos y no consigan derribarlos, el instructor les pide que traten de disparar amparados, por ejemplo, por un árbol o un muro. En campo abierto, la cosa pinta peor. ¿Nos tiramos al suelo y nos quedamos quietos?, pregunta uno de los presentes. “Ante todo, trata de no convertirte en un objetivo fácil”, responde el estadounidense mientras se acaricia el bigote.
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