Es uno de los acontecimientos editoriales del año. Resulta que hasta ahora solo conocíamos un tercio de la obra del periodista Manuel Chaves Nogales (Sevilla, 1897-Londres, 1944). Tras un exhaustivo trabajo de investigación, la editorial El Paseo expande la obra del sevillano 1.200 páginas más, escritas en sus años de exilio en Francia y el Reino Unido. Son los Diarios de la Segunda Guerra Mundial. Iné­ditos, 1939-1944. Divididos en tres volúmenes Desde París, En Londres y Últimas crónicas, compilan más de 500 artículos desconocidos, una obra de largo aliento que transmite el vértigo del inicio y desarrollo de la contienda como si la viviéramos en directo. Y, por su calidad, transforman al periodista sevillano en uno de los cronistas más importantes de la contienda internacional.

“Chaves sabe relatar la verdad de la Historia. Nunca pierde el gran angular, la imagen de la evolución de la Historia de la que él mismo es parte”, reflexiona Frank Henseleit, especialista en la obra del sevillano en Alemania.

El reportero huyó de la guerra civil española en noviembre de 1936 y a los 39 años se instaló con su familia en París. Estos artículos desconocidos recogen su labor periodística en las agencias francesas Cooperation y Havas (precursora de France Presse), y en las británicas Reuters y AFI desde la invasión alemana de Polonia en septiembre de 1939 hasta su muerte. Chaves falleció por complicaciones de una peritonitis el 8 de mayo de 1944, apenas unas semanas antes del desembarco de Normandía, una acción bélica ultrasecreta y un bombazo informativo que él conocía bien: como parte de los servicios de información británicos, el sevillano tenía conocimiento de los preparativos y visitó la playa galesa de Tenby, donde se desarrolló el ensayo general del desembarco.

Manuel Chaves Nogales con un grupo de soldados norteamericanos en algún punto de Reino Unido, durante maniobras previas al desembarco de Normandía. Imagen cedida por la editorial El Paseo.

Durante los cinco años que recogen los Diarios desarrolló una actividad particularmente intensa: “Escribía sin descanso artículos que, por el propio funcionamiento de la prensa en el periodo de guerra, podían aparecer en distintas versiones y en varios medios”, relata Yolanda Morató, profesora de Filología Inglesa de la Universidad de Sevilla, traductora, poeta y artífice de esta recuperación junto con David González, al frente de El Paseo.

La labor de Morató, investigadora académica de tintes sherlockianos —­lleva 15 años siguiendo el reguero de pistas que el sevillano fue dejando por el mundo—, revela que Chaves es uno de los periodistas españoles más internacionales: publicó 1.500 veces en diferentes medios, como El Sol de Buenos Aires, Jornal do Brasil, Bohemia de Cuba o The Ontario ntelligencer, de Canadá. Y también es probablemente uno de los más grafómanos, porque hubo días en los que firmó tres piezas para un mismo medio. Las que entonces publicó en los cubanos Diario de la Marina y Bohemia o en El Tiempo de Bogotá, por cierto, ya estaban incluidos en el V volumen de las obras completas que Libros del Asteroide publicó hace cinco años.

En el primero de los tres nuevos volúmenes, Desde París, encontramos noticias ligeras, reflexiones y relatos de acontecimientos históricos de primer orden. Así, hay artículos que narran cómo los talladores y tapiceros de Saint Antoine dejaron de fabricar muebles estilo Luis XV para construir hélices de avión y paracaídas, o particularidades sobre la atropellada salida de la joven Unity Mitford, una posh British muy hitleriana, de la Alemania nazi. Otras piezas relatan el acuerdo Molotov-Rib­bentrop y su papel en el corrosivo envenenamiento de la atmósfera política en Francia, o el gradual ensombrecimiento del mapa de Europa con las sucesivas caídas y rendiciones ante los nazis.

Eléctrica lucidez

En los Diarios encontramos un Chaves en plena madurez, un hombre refugiado en la máquina de escribir, entregado por completo al reporterismo, y es prácticamente el mismo de siempre. Sus artículos mantienen su rápido trazo y esa eléctrica lucidez a la hora de distinguir lo importante de lo urgente, también en momentos tan confusos como los inicios de una guerra. En el artículo ‘Supera la crueldad nazi a los bárbaros’, publicado el 6 de febrero de 1940, ya avisa sobre las cotas de barbarie nacionalsocialista, alertando de que en Polonia se está dando “el aniquilamiento total del adversario y su extirpación radical merced al progreso mecánico moderno para suprimir a masas enormes de humanidad”.

Manuel Chaves Nogales, con su esposa, Ana Pérez Ruiz, en París, en una imagen cedida por la editorial El Paseo.

El periodista conocía de primera mano a los nazis. En 1933, durante su estancia en Berlín, entendió el camino que iba a recorrer la Alemania de Hitler. Lo contó en su serie de reportajes para la revista Ahora y que tituló ‘Bajo el signo de la esvástica’. “Chaves vio que estaban produciendo armas como locos, que estaban preparando la venganza (respecto a la Primera Guerra Mundial). Se preguntó ¿pero esto qué es? Comprendió claramente que iban a la guerra”, destaca Henseleit. Y prosigue: “No fue el único, pero fueron muy pocos los que entendieron eso. También lo vio Leland Stowe, un periodista americano que en 1933 publicó el libro Nazi Germany Means War. Casi ninguno más”, dice.

Ante la inminencia de una nueva y brutal guerra europea, hiela la sangre leer párrafos como “ya todo está dispuesto. Entre Estrasburgo y Kehl, separados exactamente por doscientos ochenta metros, están los dos ejércitos más formidables del mundo perfectamente preparados y entrenados. Francia, que ha sufrido en el curso de los siglos veintinueve invasiones germánicas, espera tranquilamente el asalto número treinta”.

Ahora, desde este lado del tiempo, rodeados de dirigentes políticos tan oscuros en países como Israel, Rusia o Estados Unidos, impacta leer frases y párrafos como “es objetivo militar todo lugar en el que caigan bombas”, “el Reich emplea el crimen por sistema. Asombra y entristece pensar hasta dónde puede llegar una mentalidad de delincuente que dispone de todos los recursos de un Estado fuerte y organizado”, o reflexiones sobre el shock que supone ir a una contienda “cien veces más dura y más terrible que todas las demás” para una generación que tras el espanto de la Gran Guerra se nutrió de una cultura fundamentalmente antibélica.

El sevillano mantiene su frescura literaria y su endiablado ojo para el detalle. De su mano aprendemos que durante las alarmas París “era como una de esas ciudades muertas hace siglos, Bourges, Toledo, donde los pasos de los transeúntes resuenan de manera extraña en las aceras, donde una voz humana tiene resonancias de teatro clásico”. Y que como los sótanos de las grandes casas tenían que estar abiertos para aceptar democráticamente a los transeúntes, “hay quienes aprovechan las alarmas de los aviones para frecuentar refugios distinguidos y hacerse de buenas relaciones”. O que, ante la urgente necesidad de comida, la radio transmitía cursos de horticultura y que algunos no se resignaban “a la idea de ver los jardines de las Tullerías sembrados de patatas”.

El reportero constituye, además, una rareza para su época —y también para las siguientes— al incorporar habitualmente a las mujeres en sus escritos. “Hizo un ejercicio de escritura visionaria al abrir un movimiento de normalización de la presencia de la otra mitad de la sociedad en las narrativas periodísticas”, explica David González, director de la editorial El Paseo.

Por ejemplo, destaca que el 30% de la mano de obra inglesa y francesa para la fabricación de aviones es femenina, que muchos jefes de talleres con rango de oficial eran mujeres, y que no era raro tropezarte “con un taxista haciendo tricot pacientemente, mientras espera a sus clientes en la parada, mientras unas señoritas rubias y finas conducen por los caminos del frente los pesados camiones y las ambulancias sanitarias”.

Red de mentiras

Chaves sabía que en Mein Kampf Hitler propone cargar sobre el enemigo las responsabilidades de la guerra aunque no sea verdad. Por eso desde los inicios del conflicto alerta repetidamente del peligro de las fake news y la propaganda. Escribe: “Es indudable que en la conducción de la guerra hitleriana intervienen más el doctor Goebbels y sus servicios de propaganda que el mismo Estado Mayor alemán. Es una guerra conducida por el régisseur de una revista de gran espectáculo, o por el agente de publicidad de una marca de dentífrico”.

Manuel Chaves Nogales, a la derecha, en una agencia de noticias en Fleet Street, en Londres, hacia 1943. Imagen cedida por la eidtorial El Paseo.

Paso a paso, a lo largo de estos Diarios asistimos a los vaivenes de una guerra “extraña” y “podrida”, diferente a todas, formulada a partir de un juego sucio de proporciones sistémicas. Una contienda que se distingue por “la incorporación de las masas al espionaje, por la utilización en masa de agentes de descomposición, infiltrados por centenares, por millares, en la retaguardia del país que se quiere atacar”, escribe en un artículo titulado ‘El nuevo caballo de Troya’.

Leyendo a Chaves recordamos que somos viajeros en el tiempo, y también comprendemos la importancia de proteger el sistema democrático. “De la obra de Chaves llama la atención su magnífica escritura y su honestidad, su perfil demócrata y liberal en el sentido estricto de la palabra, siempre dentro del campo de las reglas democráticas”, opina el hispanista británico William Chislett, experto en otro periodista republicano exiliado en Londres, Arturo Barea, al que Chaves ofreció trabajo.

“Francia tiene unas fronteras que defender y estas fronteras son las de la democracia y la libertad”, advierte el sevillano el 9 de mayo de 1940. Frente al simplismo terrorífico del “ordeno y mando” del Reichstag, varios artículos de los Diarios alaban la difícil labor de los Parlamentos francés y británico a la hora de hacer política (debatir, decidir y legislar) mientras navegan en las sulfurosas aguas de la guerra.

Havas y Reuters eran agencias bajo los designios gubernamentales, por lo que parte de la obra desarrollada por Chaves en París y Londres formó parte del engranaje informativo de los aliados. Y eso se nota en muchos de los escritos, de carácter casi propagandístico. “Son tiempos de guerra, y Chaves está alineado con lo que transmite la agencia, en el sentido de que se lucha por un mundo que se teme perder. Hace un ejercicio de voluntarismo, de wishful thinking”, concede González.

Son artículos en los que se masca el temor a perder la república y la libertad. “Chaves casi traiciona su propia lucidez para mantener las espadas en alto, para seguir luchando por lo que cree”, según el editor de El Paseo.

Luz y tinieblas

Desde París se puede leer como una larga y alentadora crónica que sabemos que desembocará después en un gran desengaño. Chaves lleva a cabo un esfuerzo por mantener la fe en la solidez y el vigor del republicanismo galo frente a los embates del fascismo. Pero no pudo ser, y Francia sucumbió.

Esa decepción llevó a Chaves a escribir el extraordinario La agonía de Francia (Libros del Asteroide, 2010), publicado originalmente en 1941, en Montevideo. En ese libro, el reportero —como también hizo Marc Bloch, catedrático de Historia de La Sorbona, en su ensayo La extraña derrota, publicado en 1940, cuatro años antes de ser torturado y ejecutado por la Gestapo— detalla cómo su confianza en Francia se derrumbó al ver tantos políticos, militares y ciudadanos galos abandonar la defensa de la democracia.

Manuel Chaves Nogales en un retrato tomado en París en 1939. Imagen cedida por la editorial El Paseo.

En el último artículo del primer tomo, fechado el 13 de junio de 1940, Chaves escribe que los habitantes de la banlieue al norte de la capital “hasta ayer mismo han estado labrando sus tierras; todavía hoy mismo he visto a alguno inclinado sobre el surco, pero apenas la presencia del enemigo se considera inminente, lo abandonan todo. Este solo hecho dice más elocuentemente que nada lo que es la guerra”. Un día después, los nazis entraron en París, la ciudad de la libertad, y su luz ennegreció.

Sabiéndose fichado por el espionaje alemán —no le perdonaron la entrevista que le hizo a Goebbels, describiéndolo como un ser “grotesco” y con “la misma capacidad de sugestión y de dominio que en todos los grandes iluminados, en todos esos tipos nazarenoides de una sola idea encarnizada”—, abandonó París. Como en un tenebroso juego de espejos, viviendo un exilio de su primer exilio, fue evacuado con parte del equipo de la agencia Havas a Burdeos hasta instalarse en Londres, en las dependencias de Reuters en la calle Fleet, bajo la tutela del Gobierno de Churchill.

Antes, había dado instrucciones a su familia para que quemara todos los documentos en casa. Pocos días después, Pepe, el hijo pequeño de Chaves, iba en triciclo hasta que chocó con las botas de un oficial de la Wehrmacht. Por suerte, no encontraron nada sospechoso.

En La agonía de Europa, escrito en el verano de 1940 y publicado en 1945, María Zambrano advertía de que la conciencia europea pasó sin tránsito de la ingenuidad optimista al terror. La Segunda Guerra Mundial mató a 60 millones de personas, la mayoría civiles, y destrozó la vida a muchos más. Esa guerra, tan salvaje, llevaba en su interior un veneno tan enloquecedor que en la década de los setenta en Japón aún había algunos soldados que se resistían a la rendición ordenada por Hirohito después del apocalipsis nuclear de Hiroshima y Nagasaki, explica el historiador Gerhard L. Weinberg en su libro La Segunda Guerra Mundial (Crítica, 2016).

Chaves no vivió lo suficiente para ver una Europa libre de fascismos, pero nunca perdió la esperanza. “Resistió, de ahí su tono lúcido, vital. Su voz permanece joven, como la de los grandes escritores. Hay que leerlo. Eso es lo verdaderamente importante aquí”, concluye Morató.



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