Sara Alonso sube poseída las escaleras de Kobe rumbo a la segunda victoria de su vida en las Golden Trail World Series sin olvidar la tarde en la que no podía subir siquiera al segundo piso del ambulatorio a poco más de un día de su cita con el destino en la Zegama-Aizkorri, la maratón de montaña más importante del mundo. A sus 26 años, recién cumplidos el 17 de abril, la donostiarra ha superado obstáculos como aquella neumonía bilateral y está en su mejor versión, producto de su madurez competitiva y de una efectiva pretemporada por el asfalto. Por eso sale del doblete asiático, el pistoletazo de salida al circuito en 2025, como la primera de la general, sumando los puntos de su cuarto puesto en la Gran Muralla China. Este fin de semana le espera la prueba de Il Golfo dell’Isola, en Noli, Italia, donde defenderá el liderato.
Tras erigirse en 2022 en una de las promesas del trail con su bronce en Zegama y la victoria en la Marathon du Mont Blanc, su primera victoria en las Golden, la donostiarra toca madera para disfrutar de una temporada sin los percances de 2023, una fractura por estrés en la cadera que la tuvo sin competir hasta agosto. Ni sustos como el de Zegama del año pasado, que truncó un panorama abierto, sin favoritas. “Puede pasarte como en 2022, aunque haga la carrera de mi vida te viene una Nienke [Brinkman] y no puedo ganar. Pero el año pasado podía”.

De un plumazo se rompieron los planes, una neumonía que no vio venir. “Me dicen que tengo el umbral del dolor muy alto”. Lo sintió el viernes de Zegama después de comer y empezó a buscar explicaciones. “Sé gestionar los nervios de competición, todavía quedan dos días”. Fue a la farmacia a por un termómetro: 39,5, el récord de su vida. Huyó al ambulatorio de Beasain, pero no bajaba la fiebre. “No quería que me pincharan nada, a ver si luego iba a dar positivo en el antidoping”. Y se fue a casa con un par de ibuprofenos buscando que el tiempo curase el susto, pero no pudo correr ni dos minutos en el tradicional entrenamiento suave del sábado.
Por la tarde estaba en la UCI. “Tenía una neumonía bilateral enorme. Fliparon que no me hubiese dado cuenta hasta el día anterior. A mi padre le dijeron que había un 5% de posibilidades de que no saliera”. Diez días en el hospital, otros diez más sin correr, así que tocó replantear objetivos y salvó con nota la temporada con dos cuartos de postín en la OCC, la carrera de 54 kilómetros del Ultra Trail del Mont Blanc, y en la final de las Golden en Locarno. “También te digo, suerte que me enteré dos días antes; igual si llego a competir, con la adrenalina a tope, igual me hubiese reventado los pulmones”.
Con el susto en el retrovisor, habla de una mejora global: más potencia, ya sea en llano o en subida. Empezó su pretemporada invernal con el objetivo de correr la media maratón de Barcelona a un ritmo de 3:30 minutos por kilómetro a hacerlo en 3:24, seis segundos que suponen un abismo. “En principio no iba a hacer asfalto, pero corrí la San Silvestre, hice un tiempazo y ya me apetecía. Y es que hay que correr cada vez más rápido en estas carreras. Y para mejorar subiendo, también. Mira Madalina, que no entrena desnivel y sube como una loca”. Habla de Florea, la rumana que tiene detrás en la general tras ser segunda en Japón y tercera en China. Algo extrapolable a las kenianas que hicieron doblete en la Gran Muralla.
Ese tiempo de 1:11:46 en Barcelona, sin una preparación específica, fue un chute de confianza. “Para mí, la temporada ha empezado ahora. El resto ha sido, me mantengo y meto series de calidad, pero estás corriendo menos tiempo que en verano”. Los números no mienten, pues en 2024 corrió un 10.000 a un ritmo más lento (3:31) de los 21 kilómetros de este año. Lo sabía, hasta el punto de clavar en la víspera de Kobe el tiempo que valió su segundo puesto el año pasado. “Cinco minutos menos”. En un contexto marcado por el calor en el que la mayoría hizo registros más lentos. Porque no hay nada para medir el estado de forma que quitar el desnivel de la ecuación. “Cuando quiero hacer confianza, me hago un entreno guapo de asfalto”. O la subida de al lado de casa, unos 7 kilómetros con 1.200 metros positivos: de hacerlos en una hora a bajar de 55 minutos. Y la experiencia. “Han pasado años; al final, en 2022 tenía 22 años y llevaba dos años compitiendo en trail”. La receta para una temporada con tres platos fuertes: Zegama (25 de mayo), la OCC en el Mont Blanc (29 de agosto) y el Mundial de Canfranc, a finales de septiembre. ¿Qué es más importante? “Es que no sé”, sonríe. “Las tres”.
De momento, vuela a casa con Kobe en el bolsillo. Una prueba de personalidad, desde la salida: del “que se vayan las primeras” en 2024 al “voy a estar en el grupo de cabeza” en 2025. La confianza de esos tiempos que no mienten. “El año pasado fui segunda, pero no porque mereciese el puesto, sino porque muchas petaron”. Un terreno de subidas y bajadas con pendientes por encima del 30% que jugaba, para su sorpresa, a su favor. “Yo creo que soy mejor respecto a otras en subidas de andar. Aunque no me gustan. Tengo mucho cuádriceps, será eso”, sonríe. Cuando coincidió con Joyce Njeru, la ganadora de la general de 2024 y líder de la carrera hasta que se perdió en un cruce, lo sentía por ella, pero estaba feliz por ganar. “Yo creo que hubiese ganado igual”. Su victoria, concluye, no tiene asterisco. “Todo el mundo es responsable de mirar el reloj en una carrera, Madalina y yo estuvimos 20 segundos paradas preguntando”.
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