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Alzó los brazos y pidió disculpas, Achraf Hakimi, que jugó una temporada en el Inter, ganó la Liga y se consagró como uno de los mejores laterales derechos del planeta. Aquella experiencia en el curso 2020-21 le marcó. Fue su primer destino tras desligarse del Real Madrid, que le había cedido durante dos campañas al Borussia Dortmund. “Siempre seré interista. Es un equipo que se queda en mi corazón”, dijo ya en París. El PSG pagó 68 millones de euros por un marroquí nacido en Madrid, criado entre el Puente de Vallecas y Getafe. Achraf le marcó al Inter y abrió el camino del triunfo de un equipo abrazado a la coralidad. El chico que recibió la llamada de Luis de la Fuente, entonces seleccionador sub19, y decidió que Las Rozas no era su casa, es un ídolo en Marruecos. “No todos toman decisiones tan contundentes. Entonces los jóvenes igual esperaban a ver si se hacían un sitio en selecciones europeas. Achraf lo tuvo claro y por eso en Marruecos es un ídolo”, rememora Herve Renard, el técnico que le hizo debutar con la selección mayor. Le criticaron. Entonces Achraf jugaba en Segunda B con el Castilla.

Este sábado, en el centro del césped del Allianz Arena, ya campeón de Europa, y goleador en la final única, el destino aprobaba su elección. “Hemos hecho historia. Hemos escrito nuestro nombre en esta ciudad, en el fútbol. Lo merecíamos”, dice Achraf, el futbolista que abandera la multiculturalidad del PSG, donde se manifiesta el talento surgido desde los más diversos confines. “Estoy contento de esta familia que hemos creado. Luis Enrique es el hombre que ha cambiado al PSG. Un fuera de serie, un hombre leal, de los que no quedan en este mundo”.

El intrépido Kvaratskhelia creció en Tsalenjikha, un enclave en las montañas del Cáucaso; el novel central Willian Pacho se crió en Esmeraldas, en la costa que marca la linde entre Ecuador y Colombia. La sala de máquinas la manejan dos portugueses, Vitinha y Neves, y allí se muestra la excelente zurda de Fabián, un andaluz de Los Palacios. El capitán de la tropa, el brasileño Marquinhos, es el único de la plantilla junto a Kimpembe que jugó y perdió la final de 2020 contra el Bayern.

Parece que fue ayer, la pandemia. Entonces Desiré Doué tenía quince años y era un irredento seguidor de Neymar, que lloró aquella derrota en Oporto. Cinco años después, en el nuevo intento de llevar la orejona a la ciudad donde se forjó la idea de la Copa de Europa, Luis Enrique alineó de inicio a dos franceses. Ousmane Dembélé ejerció de facilitador del juego para sus compañeros en su nueva ubicación como falso nueve. Desiré Doué lo dinamitó con dos goles. Hijo de un exboxeador marfileño y de madre francesa, se formó en la cantera del Stade Rennais desde los seis años hasta que el pasado verano le reclutó el PSG tras pagar 50 millones de euros. Acaba de debutar con la selección francesa, con la que está convocado para enfrentarse a España el próximo jueves. Declinó la opción de jugar con su hermano Guela con Costa de Marfil.

Doué es una joya que puede jugar por dentro o por fuera, privilegiado por un físico que no parece el propio de un chico que este martes cumple apenas 20 años. Domina el uno contra uno, quizás por ese espejo de Neymar, pero también entiende el pase y la continuidad. Y se puede alinear en cualquier perfil. En Múnich, por ejemplo, empezó en la izquierda, pero no dejó de transitar por todo el frente del ataque. Doué es pura versatilidad. Es mezcla como este PSG cocinado por Luis Enrique a fuego lento y retirando la espuma, como si fuese una artesanal fabada y que acabó con la rúbrica de un gol de Senny Mayulu, un chico nacido en 2006.

Al entrenador le gusta recordar el camino de su equipo esta temporada en la Liga de Campeones, castigado por un software que determinó que un cabeza de serie del sorteo debía cruzarse en la nueva fase de liguilla con Girona, Arsenal, PSV, Atlético, Bayern, Salzburgo. Manchester City y Stuttgart. Decimoquinto con tres derrotas en esos ocho partidos, apenas encontró oleaje en la ruta a la orejona el PSG, que tras liquidar al Brest en la primera eliminatoria se encontró con el Liverpool, el primer clasificado de la fase inicial de la competición. Aston Villa, de nuevo el Arsenal e Inter tamizaron un camino intrincado que acabó con la mayor goleada registrada en la final de una Copa de Europa, un 5-0 histórico en un partido rodeado de cabo a rabo en el que el campeón remató 23 veces, dominó la posesión de la pelota sin acapararla (60%) y apenas erró el 13% de los pases.

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