Pasaba los días entre el sofá y la cama, entre innumerables partidos de fútbol que veía por televisión y alguna que otra serie. El mundo se le echaba encima porque nunca había parado de perseguir a la pelota, de disfrutar con las botas puestas. Así que Marash Kumbulla (Véneto, Italia; 25 años) comenzó a conocer días largos y oscuros. “Caí un poco en depresión. De jugar con el balón pasé a las muletas. No podía ni caminar. Fue muy duro”, confiesa. Hasta que se decidió a buscar ayuda. “Soy introvertido y me guardo siempre las cosas, pero necesitaba hablar con alguien, con un psicólogo que pudiera escucharme y aconsejarme”, reflexiona desde la Ciudad Deportiva Dani Jarque. Desde entonces entiende la vida desde otra perspectiva, positivo y con la voluntad de mejorar. Como ha hecho en este curso con el Espanyol, central intocable para el técnico Manolo González, rival esta noche del Barcelona en un derbi en el que se podría cantar el alirón azulgrana o lograr la salvación blanquiazul (21.30, Movistar).

La vida de Kumbulla no se puede entender sin retroceder en el tiempo, sin atender al viaje forzado que su padre realizó con 24 años y en barco desde Albania a Italia, cerca del Lago di Garda. “Se marchó solo, alejándose del comunismo y buscando una vida digna”, cuenta Marash; “comenzó a trabajar de albañil y cuando reunió dinero, se juntó con mi madre. Luego, nacimos mis hermanos y yo; somos una familia muy unida”. Tanto, que Kumbulla, atornillado en la élite del fútbol, compró un hotel (K Modern) para que lo gestionase su padre, Lin, junto con su hermano, Giuliano, y para que su madre, Mimosa, siguiera con su pasión entre fogones para dar desayunos. Ya se verá qué hace la pequeña Silvia, todavía estudiando, del mismo modo que piensan que Giuliano, tal vez tiene futuro como árbitro. Porque el fútbol es intrínseco a los Kumbulla.

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Barcelona  07/05/2025 
Entrevista a Marash Kumbulla, futbolista del Espanyol, en la ciudad deportiva Dani Jarque.
Foto: Gianluca Battista

Marash ya corría tras el balón con cuatro años, orientado por su padre. Bien en el parque de Cavalcaselle (Peschiera di Garda), donde tienen la casa; bien en el equipo del barrio. Aunque pronto destacó y con nueve años fue fichado por el Hellas Verona, donde se formó hasta llegar al primer equipo, que defendió por tres cursos. Antes llegó la llamada de Albania, selección que defiende desde los 14 —“Italia me buscó con 18 años, pero mi elección fue jugar con el país de mi familia porque el albanés es muy patriótico”, aclara—, y después llegó la Roma, que pagó 30 millones. “Sentí orgullo porque son muchos millones, ¿no? Aunque no pensaba en eso ni en mi salario, sino en jugar”, reflexiona. “Allí descubrí que ya no bastaba con sudar la camiseta, que la exigencia pasaba por ganar siempre, cosa que no ocurría en el Verona”, cuenta; “y también entendí con Mourinho que el fútbol no solo es divertimento, que esto es muy serio y que los detalles son muy importantes”. Pero no contó con la rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha.

Sesión a sesión, Kumbulla viró su pensamiento, del no puedo al volveré más fuerte. “Me enseñó a pensar en positivo, a disfrutar de otras cosas que no fueran el fútbol. Me ayudó mucho y por eso seguimos haciendo videollamadas, aunque ahora ya vuelva a desahogarme con el balón en los pies”. Y a disfrutar. Porque en el Espanyol, después de apenas jugar en los dos últimos cursos (19 encuentros), se ha hecho con el puesto: central con 34 partidos jugados. “Me seduce la manera de pensar de la Liga. En Italia, puedes hacer todo bien y encajar un gol, que entonces la puntuación será muy mala. Aquí la gente entiende que se puede fallar, no es tan opresiva. Además, hay más visión ofensiva que defensiva”, conviene. “Pero un defensa tiene que defender”, interrumpe; “si luego tiene buena salida de balón, goles, pues mejor”. Y, tras citar a Chiellini como su referente, añade: “Aunque aquí he mejorado la visión de juego, leer las situaciones y la salida de balón. También a defender a gente técnicamente más fuerte”. Pocos como el tridente azulgrana: Raphinha, Lewandowski y Yamal. “Pararles es trabajo de todos. Te pueden superar, pero si te hacen la cobertura, puedes volver al sitio”.

Quizá gane la Liga el Barcelona o el Espanyol logre el salvoconducto para seguir en Primera. “Es un derbi y la gente me dice que vamos a ganar. Puede, ya lo hicimos contra el Madrid”, señala. Pase lo que pase, Marash lo verá con optimismo. “Yo no he sufrido mucho; he disfrutado todo lo que me ha pasado este año tras una lesión tan larga”, cierra, al tiempo que reconoce que le gustaría seguir en el Espanyol —difícil porque no tienen dinero— o en la Liga, aún jugador de la Roma.



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