Miraba hacia arriba Osasuna, esperanzado en atrapar el salvoconducto a Europa, y ponía los ojos hacia abajo y con cierta inquietud el Espanyol, preocupado por la amenaza del descenso. Pero todas las miradas acabaron por centrarse en Budimir, un gigante al cuadrado porque no solo desafía a las defensas con sus centímetros, sino que las descascarilla con sus goles. No fue distinto ante el Espanyol, que acumula cinco derrotas consecutivas y se muerde las uñas porque se jugará la permanencia en el último envite liguero frente a Las Palmas en Cornellà, y fue más de lo mismo para Osasuna, que tiene Europa a tiro de piedra porque Budimir no falla a su cita con el gol.

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Sergio Herrera, Alejandro Catena, Enzo Boyomo, Jesús Areso, Juan Cruz, Aimar Oroz, Pablo Ibáñez (Iker Muñoz, min. 59), Rubén García (Kike Barja, min. 59), Bryan Zaragoza (Jon Moncayola, min. 72), Lucas Torró y Ante Budimir (Raúl García, min. 77)

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Joan García, Marash Kumbulla, Omar El Hilali (Álvaro Tejero, min. 82), Carlos Romero, Fernando Calero, Urko González (Alex Král, min. 82), Javi Puado (Jofre Carreras, min. 74), Edu Expósito, Pol Lozano (Alejo Véliz, min. 54), Antoniu Roca (Pere Milla, min. 45) y Roberto Fernández

Goles
1-0 min. 16: Ante Budimir. 2-0 min. 90: Raul García de Haro

Arbitro Francisco José Hernández Maeso

Tarjetas amarillas
Marash Kumbulla (min. 29), Jesús Areso (min. 80)

Era un duelo de alto voltaje, ambos equipos con la gazuza por atrapar el reto de la temporada y validar el esfuerzo de todo el curso. Era, también, claro, un fútbol de alharacas, donde una falta se protestaba con ahínco y un córner se celebraba con entusiasmo, como si de la Premier se tratara. Tensión, tarde de apretar las mandíbulas y también de transistor —o de móvil y App, que el fútbol sigue pero el tiempo pasa—, ese que advertía que el Leganés se adelantaba en su encuentro para desconsuelo blanquiazul y el Celta hacía lo propio para nerviosismo rojillo. Aunque poco duró el suspense porque a Budimir se le caen los goles del bolsillo: casi siempre con un remate de primeras en el área, apoteósica cabeza la suya; en ocasiones habilidoso con la zurda; y esta noche con un golpeo involuntario y de trébol de cuatro hojas. Suficiente.

Resulta que al Espanyol le costaba horrores hilvanar fútbol y a Osasuna no le quedaba holgado el traje de gobernador del balón y del encuentro, por más que no sea un fino estilista en la construcción, muy al estilo de Vicente Moreno, balones a la banda y desde ahí surtidor de centros para el área, para el talludo Budimir. Una fórmula que le ha ido de perlas al conjunto rojillo y que también hizo fortuna frente al Espanyol. Si bien fue Puado el que advirtió primero, después de recoger una pared de Edu Expósito —futbolista que se ha hecho grande con el paso de los encuentros—, el balón no encontró portería y desde entonces pasó a pies de Osasuna, que pronto replicó con un remate de Torró que solo el travesaño se atrevió a escupir. Era, en cualquier caso, el principio del fin del Espanyol porque así lo quiso Bryan Zaragoza, un pájaro carpintero, que no loco, que absorbía el esférico y el protagonismo, cualquier ataque con sentido desde la banda izquierda. Bola atada a la bota derecha, baile de cadera que descomponía por una vez a Omar El Hilali, y centros de todos los colores. En una de esas, Bryan encontró a Aimar Oroz, el verdadero termómetro de Osasuna, que le pegó con el empeine desde fuera del área en busca de la portería. Y lo que se encontró fue el cuerpo de Budimir para desviar la trayectoria, para pillar a contrapié a Joan García y, de paso, subir los decibelios de El Sadar, dichoso por el nuevo tanto del delantero, esta vez sin querer. Pero es lo que tiene el ariete y sus rachas, olfato y momentos, prolongado como nunca el de Budimir, que ya suma 21 goles en el curso para resquebrajar el récord de Vergara en la temporada 1935-36, ya no solo un delantero de época el croata sino de historia.

Necesitado y exigido, el Espanyol recobró nuevos bríos en el segundo acto, comprometido al fin con el fútbol al abordaje, ya sin remilgos ni preocupaciones por lo que podía ocurrir a sus espaldas, intérprete con el balón en los pies y no detrás de él. Apareció por el tapete Pere Milla, jugador más vertical que Roca, una ayuda para Puado porque era el único que probaba el disparo, otro alto y uno más repelido por el cuerpo de Herrera. Pero Manolo González quería más madera, Véliz como segundo punta a cambio de un medio como Pol Lozano. Era rojo o negro, par o impar. Salió cruz.

El Espanyol inclinaba la ruleta hacia su costado, atornillado en campo contrario, ahora un disparo seco de Edu Expósito que Herrera despejó a tiempo; luego otro a la virulé de Roberto que de nuevo el portero rojillo pudo desviar a tiempo. Tan abocado estaba al ataque el equipo perico que de un córner a favor se llevó la bofetada definitiva. Y adiós muy buenas. Porque la tarde era de Budimir. Una en la que el Sadar reafirmó los sueños europeos, a un solo punto de la Europa League, y pudo despedir con vítores al técnico, que tomará las de Villadiego, además de a Unai García (25 años en el club), Areso, Pablo Ibáñez —se marchó con lágrimas del campo—, Arnaiz, Bryan Zaragoza y Peña; una, también, en la que el Espanyol se metió en serios apuros, ahora con la exigencia de vencer a Las Palmas en Cornellà en la clausura del torneo si no quiere darse un batacazo de alcantarilla.



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