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Pocas personas representan como María de los Ángeles Matienzo Puerto (Luyanó, La Habana, 45 años) la máxima de que lo personal es político. Para esta periodista, escritora y activista por los derechos humanos lesboafrofeminista, “no hay literatura ni escritura sin política”. Desde su exilio en Madrid, a donde llegó hace dos años tras una breve estancia en Argentina después de verse obligada a abandonar su isla, Matienzo articula una denuncia constante al racismo estructural y a la homofobia arraigada en la sociedad cubana.

En el contexto cubano, Matienzo asegura que tuvo que construir su identidad como mujer negra y lesbiana en un entorno donde los referentes afro eran escasos o invisibilizados, incluso dentro de su propia familia. “He llegado a este entendimiento sobre mi identidad evadiendo una formación y una intelectualidad, que en Cuba es totalmente blanca”, explica en una cafetería del barrio La Latina, en el centro de Madrid. Y lamenta que, en su país, las expresiones culturales y religiosas de raíz africana hayan sido históricamente criminalizadas. Un ejemplo elocuente es el término “asere” (amigo, compañero) —saludo común derivado de las cofradías Abakuá—, cuya popularización contrasta con la estigmatización que sufren en la isla los grupos que practican religiones sincréticas de matriz africana.

El camino profesional de Matienzo comenzó con estudios en pedagogía, una opción limitada por el espectro restringido de oportunidades que, en sus palabras, se ofrece a las cubanas como ella, a quienes el imaginario popular les reserva el ámbito de los cuidados. “Las mujeres negras en Cuba pueden escoger entre ser maestras o enfermeras”, afirma. No obstante, su deseo de escribir la llevó a encontrar referentes entre pequeños libreros y figuras disidentes afrodescendientes que, sin pertenecer explícitamente al campo intelectual, le ofrecieron las claves iniciales para construir su propio discurso. “Ellos me enseñaron a romper con el mito del negro inculto todavía tan presente en la isla”, señala.

María quería escribir, pero sabía que eso tampoco se esperaba de alguien como ella. “El periodismo en Cuba tenía nombre, apellido y color, y yo no encajaba con estos criterios”, afirma. Pese a no estar entre las personas alineadas al partido, su talento y determinación la llevaron a escribir en la revista cultural oficialista La Jiribilla. En su primera columna, en 2003, habló del racismo en Cuba. Ese texto marcó el inicio de un camino lleno de tensiones, pues su postura crítica la colocó rápidamente bajo vigilancia del partido único. Posteriormente, se desvinculó de los medios estatales y transitó hacia el periodismo independiente —ilegal en Cuba—, escribiendo para medios como Havana Times, lo que la llevó a ser objeto de crecientes represalias por parte del aparato de seguridad del Estado.

“A los 27 años, decidí decir que era lesbiana y esto lo cambió todo”, detalla María, explicando cómo esto le confrontó aún más con las normas sociales, patriarcales y heteronormativas del país. “Cuando llegó una mujer a mi vida, mi madre insistió en que debía tener un trabajo oficial”, recuerda. En el imaginario colectivo cubano, dice, las mujeres lesbianas siguen siendo vistas como marginales. Esta presión la condujo a ocupar cargos editoriales en Cubaliteraria y Letras Cubanas, hasta que el ejercicio del periodismo libre volvió a situarla en la mira del régimen.

En 2013, se consolidó como periodista independiente escribiendo para el Diario de Cuba. Su participación en medios opositores terminó por cerrarle los espacios oficiales. El punto de inflexión llegó en 2019, cuando el régimen intensificó la represión contra el Movimiento San Isidro (donde se encontraban varios amigos suyos, como Luis Manuel Otero Alcántara) y otros colectivos disidentes. María, junto a su pareja Kirenia Núñez, permaneció bajo acoso constante hasta que, en 2022, se vio obligada a abandonar el país, pese a haber sido beneficiaria de medidas cautelares otorgadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) desde 2021. Las dos mujeres llegaron a Argentina y, después de ocho meses en Buenos Aires, viajaron a Madrid. Volver hoy significaría muy probablemente un proceso judicial arbitrario y la cárcel. Varios observatorios independientes han denunciado que Cuba presenta una de las tasas de encarcelamiento más altas del mundo, con miles de personas privadas de libertad sin garantías procesales ni defensa adecuada.

Desde su exilio español, Matienzo sigue denunciando las violaciones de derechos humanos en Cuba, particularmente las condiciones de las mujeres encarceladas por razones políticas. A través de su trabajo en medios (es autora de la columna Mujeres de Alas en la revista feminista independiente Alas Tensas) y en espacios multilaterales —como su participación ante el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW) en Ginebra en 2024— ha documentado casos de tortura psicológica, falta de atención médica, violencia sexual y discriminación por orientación sexual e identidad de género. Su documental Thais, que narra la historia de una prisionera política, y sus artículos en medios independientes son reflejo de esta labor comprometida que la sitúan entre las voces imprescindibles para comprender la realidad cubana contemporánea desde una mirada interseccional que entrelaza género, raza, sexualidad, disidencia política y derechos humanos.

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