La conexión entre la Casa Blanca y el aeropuerto de Barajas es tan poderosa que una firma en Washington puede empujar a miles de personas a Madrid. La cacería del presidente Donald Trump contra los inmigrantes —con los venezolanos en el punto de mira— ha provocado un efecto mariposa: en apenas unos meses, miles de ellos han llegado a España y las peticiones de asilo de ciudadanos venezolanos han alcanzado un récord histórico. “El sueño americano se convirtió en una pesadilla”, dice Saray Díaz, una venezolana que aterrizó en España el 15 de abril, procedente de Miami, después de recibir un correo electrónico amenazante en el que las autoridades estadounidenses le ordenaban que abandonase el país. La victoria de Trump y su política antimigratoria están en el corazón de este éxodo, avivado por la fallida investidura del líder opositor venezolano Edmundo González, que fulminó la última esperanza de cambio a la que se aferraban miles de sus compatriotas.

Saray Díaz, de 33 años y madre soltera de una hija de siete, ingresó en Estados Unidos en junio de 2024 a través de la aplicación CBP One, una herramienta que permitía agendar citas para solicitar asilo en la frontera con México y obtener un permiso humanitario para entrar legalmente mientras se tramitaban sus casos. Cuando Donald Trump asumió la presidencia seis meses después, tenía su documentación en regla y trabajaba limpiando casas. Pero pronto empezó a caminar con miedo. “Veía las patrullas de migración en todos lados; iba al supermercado y estaban ahí; hasta en la escuela podían llegar en cualquier momento, había demasiada tensión, todas las madres la sentíamos cuando íbamos a recoger a nuestros hijos”, cuenta.
Ante la persecución —y con familiares en España—, decidió comprarse un billete con destino a Madrid. Lo hizo a tiempo. El 11 de abril, recibió un correo del Departamento de Seguridad Nacional (DHS, por sus siglas en inglés) que le anunciaba la revocación de su permiso y le daba siete días para irse. “Es hora de que abandone Estados Unidos”, comenzaba el mensaje. “No intente permanecer en Estados Unidos. El Gobierno federal la encontrará”. Tres días después estaba abordando su vuelo a Barajas. Lo cuenta ahora desde un centro de acogida en el sur de Madrid, donde permanece junto a su hija, tras haber solicitado asilo en el aeropuerto.

Los datos este año revelan un récord trimestral sin precedentes: 23.724 venezolanos pidieron asilo en España, un aumento del 54% respecto al mismo periodo del año pasado. El Instituto Nacional de Estadística (INE, que contabiliza a los empadronados independientemente de su estatus migratorio) aún no ha publicado datos trimestrales que completen la fotografía, pero expertos y abogados constatan la tendencia. “No hay ese incremento de venezolanos en ningún otro lugar; no lo estamos viendo en Colombia, ni en México, ni en ningún otro país”, afirma Andrew Selee, presidente del Instituto de Política Migratoria, con sede en Washington. El repunte de venezolanos solicitantes de asilo no se explica por un crecimiento generalizado. De hecho, contrasta con la caída de las solicitudes de otras nacionalidades. En el caso de Colombia o Perú, emisores de un importante porcentaje, las peticiones se han reducido a la mitad, en principio por los cambios en el reglamento de extranjería, que no les resultan favorables.
Hace años que cientos de miles de venezolanos eligen España como destino de exilio, en parte gracias a su política de brazos abiertos. Desde 2018, quienes solicitan asilo reciben casi automáticamente un permiso de residencia por razones humanitarias. Los números ya eran llamativos —la población nacida en Venezuela ha pasado de 255.000 personas en 2018 a casi 600.000 en 2024—, pero las estadísticas de asilo muestran una nueva ola de llegadas. Desde 2018, las solicitudes de ciudadanos venezolanos en España representaban entre el 30% y el 40% del total; en lo que va de año, alcanzan casi el 60%. Ana María Diez, directora de Coalición por Venezuela, una federación que agrupa a un centenar de ONG de migrantes y refugiados venezolanos en 23 países, confirma la dinámica: “Después de las decisiones de Trump, todo el mundo ha dejado de perseguir el sueño americano para tratar de perseguir ahora el sueño europeo, y obviamente la puerta de entrada es España”.

Adriana Rondón, venezolana de 43 años, atiende la llamada desde un centro de acogida en Valencia gestionado por la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). Aterrizó en España el 5 de noviembre del año pasado, el mismo día en que Trump ganó las elecciones. Rondón había emigrado a Estados Unidos en mayo de 2024 a través de la figura del parole humanitario, que le permitió entrar al país legalmente y trabajar, pero pocas semanas después comprobó cómo Trump tomaba ventaja en su carrera presidencial con un discurso contra los inmigrantes. Cuando vio que se complicaba poder llevarse a ese país a sus hijos —que todavía esperaban en Venezuela—, corrigió el rumbo: los envió junto con su marido a España y después ella misma tomó un avión a Barajas. “Estados Unidos ya no es una opción”, dice.
La de Trump es una batalla contra los inmigrantes en general, pero el impacto de varias de sus decisiones revela quiénes han sido su blanco predilecto: los venezolanos. Un ejemplo de su estrategia es, por ejemplo, la supresión, nada más sentarse en el Despacho Oval, del parole humanitario con el que entró Rondón. Este permiso temporal se creó en 2022 para los venezolanos, aunque luego se ampliaría a solicitantes de Cuba, Haití y Nicaragua. Su revocación dejó a medio millón de ciudadanos —entre ellos, casi 120.000 venezolanos— al borde de la deportación. El mensaje fue aún más directo cuando Trump revocó el Estatus de Protección Temporal (TPS, por sus siglas en inglés) a 348.000 venezolanos que lo habían obtenido en 2023, una medida suspendida poco después por un tribunal federal. O cuando ha enviado a cientos de ellos a la peor cárcel de El Salvador, acusándolos sin juicio de ser delincuentes.
El discurso de Trump también ha alimentado la hostilidad hacia los venezolanos, una diáspora que alguna vez lo apoyó por representar la antítesis de Nicolás Maduro, pero que hoy se ha convertido en su principal blanco. Su Gobierno equipara, sin matices, a inmigrantes venezolanos con miembros de la banda criminal Tren de Aragua. La propia secretaria de Seguridad Nacional, Kristi Noem, dijo en Fox News al anunciar el fin del TPS, refiriéndose indistintamente a venezolanos y a miembros de la banda: “La gente de este país quiere que esta escoria se vaya”. “A diferencia de su primer mandato, Trump ya no habla de mexicanos indocumentados; ahora habla solo de venezolanos”, explica Andrew Selee, del Instituto de Política Migratoria. Y lo hace, añade, porque ya muchos mexicanos son parte de su base electoral, mientras que atacar a los venezolanos no le cuesta nada políticamente.
El refugio Las Caracolas
Los tres hijos de Magjhonnia Cedeño no se le despegan. Sebastián, de 15 años, Abraham, de 12, e Isaías, de dos, se mueven con ella por el pequeño módulo prefabricado que les sirve de hogar en el refugio Las Caracolas, en Madrid. Aunque la familia tiene parientes en Estados Unidos, para ellos ese país nunca fue una opción. Nunca atravesarían la bestial selva del Darién para entrar en él. Por eso, a ellos no los ha empujado Trump, sino la fallida investidura de Edmundo González, la constatación de que el cambio en Venezuela tampoco se iba a producir esta vez. Cuando el 10 de enero, tras unas elecciones marcadas por acusaciones de fraude, Maduro asumió un nuevo mandato, la esperanza de Cedeño se esfumó, vendió todo y 15 días después estaba en un vuelo rumbo a Madrid con su esposo y sus hijos. “Se acabó la poquita esperanza que teníamos”, cuenta.

La familia aterrizó en Barajas el 25 de enero con 1.500 euros y las maletas. Los primeros días se alojaron en casa de un conocido de la familia, pero después alquilaron una habitación para los cinco por 450 euros. El matrimonio dormía en un colchón con el hijo menor, y los otros dos hijos en una cama individual. El padre se las arregló para trabajar como repartidor de kebab, pero el dinero se agotaba demasiado rápido y su casera no les dio margen. Se vieron en la calle. Pasaron dos días y sus noches en un parque en Alcalá de Henares, con un frío que les helaba los huesos. Y después, otra más en la acera frente al refugio municipal de Madrid, donde viven ahora, a la espera de que se desocupara una plaza. Se liberó, aunque ahora esperan a que el Ministerio de Migraciones, que tiene la competencia de la acogida, los lleve a un lugar menos precario.
Ellos son quienes ya han llegado, los que ya aparecen en las estadísticas, pero hay muchos que están por venir. Robert Tigrera, de 54 años, esperaba en Quito (Ecuador) junto a su esposo, su madre, su suegra y la tía de su pareja su traslado a Estados Unidos en un programa de reasentamiento. El pasado octubre estaba casi todo listo —habían pasado todas las pruebas, hasta una revisión corporal por si tenían tatuajes—, y vendieron sus cosas. Pero Trump ganó las elecciones. “Nos comenzó a atacar la ansiedad”, recuerda Tigrera. Estados Unidos, el principal patrocinador de la iniciativa de reasentamiento, la suspendió. Tigrera aún tiene mucho que procesar, pero en su horizonte ya ha aparecido un nuevo destino. “España es un país que, a pesar de muchísimas cosas, tiene una estabilidad económica que es lo más importante. Se habla nuestro mismo idioma, respeta la diversidad y además tengo amigos allá”.

Las solicitudes de asilo son solo la punta del iceberg. “Hasta que Venezuela no se estabilice va a seguir saliendo gente”, advierte Bárbara Puglisi, abogada experta en migraciones y derechos humanos. “Veremos llegar a aquellos de clase más baja que están en Venezuela y que ya no cruzarán la selva para encontrarse con una frontera cerrada. Y en el futuro, a los que tienen más recursos, a los que ya están radicados en Norteamérica, pero temen perder su estatus legal”. De momento, los abogados de extranjería están desbordados de consultas porque miles de venezolanos —en Venezuela, en Estados Unidos y en varios países de América Latina— están viéndose obligados a rehacer sus vidas. Y en los nuevos planes, muchos miran al mismo lugar.
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