En la soleada mañana de la tardía primavera madrileña fue como si una extraña luz se hubiese colado también en el salón de plenos del Congreso. Allí, después de tantas y tantas semanas oyendo hablar de prostitutas, de informaciones escandalosas y de sumarios judiciales, se obró este miércoles un pequeño milagro: Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez debatieron sobre economía. Fugazmente, en el estrecho formato que permite la sesión de control al Gobierno. Pero sonó como todo un acontecimiento que en el duelo entre Feijóo y Sánchez se oyesen referencias a los impuestos, a la pobreza infantil, a las desigualdades, al precio de la fruta… Y el inaudito fenómeno no se agotó tras el turno del líder del PP, sino que continuó hablándose de vivienda, de leyes sociales, de los enfermos de ELA. De todas esas cosas materiales que tanto afectan a los ciudadanos y que tanto parecen aburrir a los diputados, a los periodistas, a los usuarios de las redes sociales, siempre al acecho de temas de conversación mucho más truculentos.

Quién lo iba a decir viendo el texto de la pregunta de Feijóo al presidente: “¿Cree que usted y su Gobierno pueden hacer lo que quieran?”, lo que parecía prefigurar otra dosis de corrupción, caos y democracia moribunda. Vaticinio errado. Meses después, el líder de la oposición habló de economía. Por supuesto de su tema favorito, los impuestos, y de esa particular cuenta que hace el PP para asegurar que con este Gobierno se han aprobado “97 subidas”. Pero también de las personas sin hogar que duermen en el aeropuerto de Barajas, de los cuatro millones de españoles que “sufren carencias materiales severas” y de que el país continúa en los puestos de cabeza en los índices de pobreza infantil dentro de la UE.

Sánchez se agarró a dos habituales muletas defensivas. Una, vincular las desigualdades a la herencia de los recortes sociales en la etapa del PP. Y otra, los datos, como las fuertes cotizaciones de las empresas del Ibex o un reciente informe de la OCDE que sitúa a España como el segundo país desarrollado con mayor crecimiento de las rentas personales. Todo ello aderezado con el oportuno reproche al PP por no apoyar medidas sociales del Gobierno: “Ustedes, siempre en contra de España”.

“El PIB no se come”, repuso Feijóo. Y siguió arrojando cifras: sobre el precio de la fruta o sobre la falta de perspectivas de los jóvenes. Lo nunca visto en los dos últimos años. Hasta que dio un volantazo y reemprendió el camino de vuelta al territorio familiar. Como si todo lo anterior hubiese sido solo un modo de justificar el corolario que traía preparado: “Están vaciando las neveras de los españoles y llenando el bolsillo de los corruptos”. Ya de nuevo en el barro, Sánchez repelió el ataque acusando a Feijóo de “tapar la corrupción” de Isabel Díaz Ayuso. Y descerrajó: “Para lo que ha quedado, señor Feijóo. Salir de Galicia para acabar gobernado desde un ático de Chamberí”. Luego le afeó que no condene las matanzas israelíes en Gaza y culminó: “Menuda talla política, menuda falta de humanidad”.

Concluido Feijóo, las sorpresas continuaron. La siguiente en preguntar era Míriam Nogueras, la portavoz de Junts. Y también ella se olvidó del guion de costumbre. Esta vez no habló del “president Puigdemont” ni del “expolio fiscal” a Cataluña, sino de vivienda. Acusó al Gobierno de “vender humo” con sus anuncios en época electoral de miles de pisos que “nunca se construyen” y tachó de “fracaso absoluto” su política en la materia. Sánchez le respondió aludiendo a las diferencias ideológicas entre ambos partidos para sentenciar: “Aquí el mercado no funciona, necesita la intervención pública”.

El siguiente turno fue el de Mertxe Aizpurua, de EH Bildu, que presionó al presidente para que desbloquee leyes sociales y apostilló: “Limitarse a resistir con grandes números económicos no vale”. Ya ante la vicepresidenta María Jesús Montero, llegó Teresa Jordà, de ERC, para interesarse por los problemas de financiación de los ayuntamientos. Y a continuación, Cristina Valido, de Coalición Canaria, que planteó el mismo problema en el servicio de Correos. Y hasta la popular Ester Muñoz, siempre presta a derramar las acusaciones más bombásticas o hacer campaña por Israel en las redes, y que este miércoles tomó la palabra para exigir que el Gobierno cumpla de una vez el plan de apoyo a los enfermos de ELA.

La mayor sorpresa de la jornada, con todo, corrió a cargo de la diputada socialista valenciana Marta Trenzano y la ministra de Ciencia y Universidades, Diana Morant. En el Congreso se ha abandonado desde hace tiempo aquella costumbre de preguntar a miembros del Gobierno desde su mismo grupo político. Más que preguntas eran masajes que producían bochorno en no pocos diputados. Lo de este miércoles tuvo además otra particularidad: aunque la supuesta pregunta iba formalmente dirigida a la ministra de Ciencia, en realidad su destinataria era la líder del PSOE valenciano, que, casualmente, son la misma persona. Porque Trezano no preguntaba por nada relacionado con la ciencia o las universidades. De lo que quería saber era de la gestión de la dana. O sea, disponer de cinco minutos entre diputada y ministra/secretaria general para ver quién le arreaba más duro a Carlos Mazón.

Por si alguien extrañaba la salsa rosa habitual, aún quedaba Miguel Tellado para medirse al ministro de Presidencia y Justicia, Félix Bolaños. Tras decir que España tiene un “Gobierno de forajidos”, el portavoz del PP formuló una extraña pregunta:

—¿Sabe qué tienen en común Angola, Botsuana, Costa de Marfil, Trinidad y Tobago, Papúa Nueva Guinea, Afganistán y Somalia?

—Me da pena su pregunta— repuso el ministro tras mostrar su “respeto” a la contribución del PP a la democracia española.

Tellado se aclaró en la dúplica: ninguno de esos países tiene tratado de extradición con España. Y echó a volar la imaginación fabulando una huida del país a bordo del Falcon con Sánchez, su esposa, su hermano y los demás “corruptos”. “Deberían ser más cautos”, le recomendó Bolaños. “Ustedes han sido el partido más corrupto de Europa”.



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