Entre 2006 a 2019, Bolivia vivió la etapa de mayor prosperidad de su historia: el tamaño de su economía aumentó cinco veces, un boom de tal proporción que se denominó “el milagro boliviano”. Luego la golpeó la pandemia, después vino la debacle de su industria de extracción de gas y ahora el país está al borde de la quiebra. Todas las agencias de calificación de activos han llevado su deuda a niveles de casi impago, mientras que el indicador de su “riesgo país” supera los 2.000 puntos, solo por debajo de Venezuela, que sufre sanciones internacionales. Esta grave crisis marcará el proceso electoral que acaba de comenzar y que concluirá el 17 de agosto en las urnas.
El primer síntoma político de la situación económica es la probabilidad mínima que, según las encuestas, tiene el presidente, Luis Arce, de ser reelecto, pese a que se ha quedado con la sigla política que hasta hace poco era la más poderosa de la política boliviana, la del Movimiento al Socialismo (MAS), gracias a una maniobra judicial durante su “divorcio” del expresidente Evo Morales.
Hoy Morales se ha convertido en uno de los grandes críticos del manejo económico de Arce, que decidió no ajustar las finanzas nacionales tras la volatilización de las reservas de dólares en febrero de 2023: ni devaluó, ni eliminó las subvenciones a los combustibles ni acudió al Fondo Monetario Internacional en busca de ayuda, justamente para que no le impusieran medidas de ajuste. En cambio, se lanzó a ”industrializar para sustituir importaciones”, de modo que el país necesitase menos dólares.
La creación de nuevas empresas estatales, como una siderúrgica, industrias de alimentos y una farmacéutica, en un contexto de escasez aguda de dólares, ha sido el blanco de las críticas de los demás políticos.

Morales escribió en X que Arce “traicionó al pueblo, se derechizó, destruyó la institucionalidad, la democracia y la economía”. El expresidente se ha propuesto para “salvar la economía” del país. También ha planteado “planes y estrategias que reducirán el déficit fiscal” y cerrar empresas estatales que “no generan utilidades ni benefician al pueblo”, es decir, las creadas por Arce. Esta última propuesta ha sorprendido a los bolivianos, porque Morales fue el autor de la renacionalización de todas las empresas privatizadas en los años noventa y siempre había defendido la expansión del Estado.
El expresidente tiene muy buen olfato político y sabe que ahora soplan vientos liberales. Incluso está intentando reinventar su imagen presentándose como un empresario dedicado a la piscicultura. Según las encuestas, los empresarios, rechazados por la población en el periodo anterior, ahora son vistos como un antídoto al “fracaso” de los políticos estatistas.
Morales cuenta con un apoyo menor al que tenía en el pasado, pero todavía importante, concentrado en el campo. Al mismo tiempo, es el político más rechazado por las clases medias urbanas. Y no puede participar en las elecciones si se cumple una sentencia del Tribunal Constitucional, impulsada por el oficialismo, que reinterpreta la Constitución para limitar las reelecciones. Al mismo tiempo, Evo Morales está acusado de estupro y en este momento seguramente estaría detenido si no viviera protegido por sus incondicionales cocaleros en su baluarte del Chapare, una zona selvática en las estribaciones de la cordillera oriental de los Andes.

El momento es favorable para los políticos de la oposición, que han criticado el llamado “modelo económico social productivo comunitario” desde su invención por Morales, Arce y otros líderes del MAS a principios del siglo. El empresario Samuel Doria Medina, el expresidente Jorge Quiroga y el alcalde de Cochabamba, Manfred Reyes Villa, proponen diferentes formas de sustituir este modelo fuertemente estatista y liberalizar el país. Según el economista Gonzalo Colque, que está haciendo un seguimiento de sus planteamientos electorales, quieren reequilibrar las finanzas nacionales usando “fondos de estabilización” formados con recursos extranjeros, recortar el gasto fiscal y darle más espacio al mercado. Dentro de este consenso, hay diferencias en las medidas concretas que han diseñado y en la credibilidad de quienes se ofrecen a ejecutarlas. De estos matices dependerá la votación que obtenga cada uno.
El otro candidato de la izquierda, el presidente del Senado, Andrónico Rodríguez, todavía no ha hecho saber sus intenciones, pero sí su crítica. “El modelo del MAS ha fracasado”, ha declarado. “El Estado debería estar enfocado en las grandes empresas estratégicas y no en empresas de pasta de dientes o de papas fritas”. Así que solo Arce defiende el viejo modelo que, según él, durante su gestión ha sufrido “sabotaje” político, en referencia a que el oficialismo nunca ha tenido el control del Parlamento.
Los consultores políticos internacionales que van llegando al país para asesorar las diferentes campañas han definido que “el tema” de esta elección será la crisis. Ganará el que persuada a los bolivianos de que es el más capacitado para resolverla.
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