La japonesa Junko Tabei, en lo alto del Everest, el 16 de mayo de 1975.

Si todos recuerdan con asombro extraordinario el 23 de mayo de 1953 como la fecha de la primera ascensión al Everest, convendría recordar con idéntico o mayor estupor y regocijo el 16 de mayo de 1975. Aquel día, Junko Tabei, diminuta escaladora japonesa (1 metro y 48 centímetros) se coló en la cima del mundo, estrenando allí la presencia femenina. Para muchos, fue la segunda conquista del Everest. Las avalanchas que sufrió de camino a lo más alto, el frío o la incertidumbre de una cima sin domesticar aún, apenas erosionaron su determinación. Su pelea verdadera tuvo que ver con paredes invisibles, muros de incomprensión, torres de machismo. Los registros oficiales la señalan como una ‘ama de casa’, pero fue mucho más: fue el rompehielos que abrió de par en par las puertas de la igualdad en las montañas más elevadas de la tierra. Las fotos de la época muestran un cuerpo fibroso, un piolet demasiado grande, un ser ligero y en apariencia demasiado frágil como para soportar los rigores del viento, la hipoxia, la crueldad de las altas cimas. Su imagen remite a la de un ave quebradiza transportada por el capricho del viento a un lugar inesperado y peligroso. Pero las imágenes de hace medio siglo también la recogen sonriendo, feliz, demostrando que estaba allí porque quería, porque debía.

También se celebra estos días la fecha en la que Edurne Pasaban se convirtió, hace 15 años, en la primera mujer en escalar los 14 ochomiles del planeta: la guipuzcoana cerró un sueño que Junko Tabei jamás pudo llegar a plantearse, aunque plantase una semilla para el futuro contradiciendo tanto a machistas como a escépticos.

Tabei, en un retrato de 1975.

Como tantos otros antes que ella, Tabei quedó fascinada por el alpinismo no tanto por su práctica directa como por el poder evocador de la literatura. Graduada en literatura inglesa en 1962 por la universidad para mujeres de Japón (donde creó el Ladies Climbing Club solo para que no la acusasen de unirse a clubs masculinos buscando marido), se empapó de los grandes relatos clásicos de montaña que prendieron un motor que ya nunca se apagaría. Junko no se quedó en el Everest, siempre contempló esta cima como un trampolín desde el que afianzar su trayectoria alpinística reivindicando de paso un sitio preferente para las mujeres en la escena.

Escaló cimas de todos los continentes, regresó a los ochomiles (éxitos en el Shisha Pangma y en el Cho Oyu), escaló sietemiles en el Pamir y alcanzó una gran notoriedad como conferenciante en su país. Víctima de un cáncer en 2016, Tabei nunca dejó de escalar, ni de militar a favor de la presencia de las mujeres en cualquier ámbito social o a favor del medio ambiente, demostrando que la pasión genuina por el alpinismo no entiende de sexos. Según sus biógrafos, para acercarse al Everest, Tabei decidió lanzar la idea de organizar una expedición exclusivamente para mujeres que nació más como un brindis al sol que como un proyecto sólido. Sin embargo, contra todo pronóstico, la televisión japonesa y un periódico de prestigio decidieron financiar la apuesta. A principios de mayo de 1975, quince mujeres japonesas y nueve porteadores de la etnia sherpa alcanzaron el campo base de la vertiente sur o nepalí, dispuestos a seguir los pasos de Edmund Hillary y Tenzing Norgay. Días después, mientras descansaban a 6.300 metros, una avalancha barrió el campo y Tabei fue rescatada inconsciente. Quince días después, alcanzó la cima acompañada por el sherpa Ang Tsering: nunca ocultó el papel fundamental de su compañero de cuerda.

Junko Tabei, junto a un 'sherpa', durante su escalada al Everest.

Con todo, su ejemplo y su esfuerzo no siempre resultó fácil de imitar: las cifras en lo más alto del planeta siguen revelando un enorme desequilibrio entre las cimas masculinas y las femeninas. Según Himalayan Database, hasta diciembre de 2024, 7.269 personas habían puesto los pies en la cima del Everest, de las cuales solo 870 eran mujeres. Esta primavera, 372 hombres y 84 mujeres buscan su sitio en la cola para auparse hasta el techo del planeta, cifra que triplica las estadísticas del año 2000, justo el año en el que explotó la imparable masificación que ahora conoce la montaña.

Tabei fue el primer gran modelo a imitar en las cimas más elevadas, como después lo fueron la británica Alison Hargreaves, la polaca Wanda Rutkiewicz, la francesa Chantal Mauduit y, más recientemente, Nives Meroi, Gerlinde Kaltenbrunner, Edurne Pasaban y Lhakpa Sherpa, que exhibe diez ascensiones al Everest. Los referentes femeninos existen, la información fluye en cualquier sentido y está al alcance de (casi) toda la población, muchas barreras psicológicas se han derrumbado y si las actitudes machistas no han desaparecido totalmente, si que han sido contestadas por muchos hombres.

La brecha abierta por Junko Tabei hace medio siglo parece lo suficientemente lejana en el tiempo como para haber generado una presencia femenina mucho más natural y generosa de la mujer en la alta montaña. Seguramente, Tabei podría identificar hoy día con gran facilidad aquellas limitaciones aparentemente invisibles que frenan la paridad en las faldas del Everest. Serían las mismas que impiden el desempeño femenino en todos los ámbitos de la sociedad de consumo. Pero también podría concluir que muchas mujeres, con el viento a favor, no le ven la gracia a escalar ni grandes ni pequeñas montañas.



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