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Axel tiene cinco años y ya conoce el sabor de las zanahorias que siembra y cosecha. Camina entre las camas de cultivo de la escuela Cuauhtémoc, donde cursa tercero de preescolar, con una regadera que apenas puede sostener para mojar sus favoritas: las flores de cilantro. Allí cerca, colocó sus primeras semillas y regresó todos los días para ver cómo se convertían en plantas. “Me gusta regar porque siento que van a nacer las zanahorias”, dice. Su escuela está en El Limón, una localidad de Jalisco con poco más de 5.500 habitantes, en el occidente de México, que en 2021 se convirtió en el primer municipio agroecológico del país. Desde entonces, uno de sus pilares para proteger el medio ambiente ha sido la introducción de huertos en las escuelas. El 60% de ellas tienen uno. Niños y adolescentes aprenden, entre las clases de español y matemáticas, a sembrar hortalizas y árboles endémicos sin químicos.

Víctor Castillo Parra, director de Agroecología y fomento agropecuario del municipio, explica que la alcaldía apoya los huertos escolares con capacitaciones y dona insumos como tierra, semillas y herramientas. “La manera más efectiva de cambiar la forma de pensar de una sociedad es iniciando con los más pequeños”, dice Nelson González Figueroa, presidente municipal de El Limón. “Los aprendizajes sobre que hay una manera saludable de producir alimentos se quedarán grabados en ellos para siempre”.
En la escuela de Axel crearon el huerto hace dos años, cuando los padres llevaron madera y tierra para construir las camas de cultivo, donde ahora crecen calabacitas, rábanos y zanahorias, cuenta Jessica Covarrubias Villa, la directora del preescolar. Ahí, entre letreros que indican el nombre de cada planta y una albahaca casi tan alta como ellos, los estudiantes descubrieron que no es bueno arrojar muchas semillas en un solo lugar, porque las plantas no crecen bien, sino que es mejor sembrarlas ordenadas en líneas.

Cuando los niños cosechan las hortalizas, en la cocina escolar las utilizan para preparar los alimentos o tienen la opción de llevarlas a sus casas. Los alumnos han probado taquitos con el cilantro que sembraron y sopa hecha con sus propios tomates. La guía para cuidar que todo lo que crece en la escuela no tiene ningún químico es Ángela León González, quien enseñó a profesoras y alumnos a preparar la tierra con una primera capa de hojarasca y a hacer abono con plátano, huevo y café. “Mientras más saludable sea nuestra alimentación, tendremos menos enfermedades en nuestro cuerpo. Hay que cuidar la tierra porque hay mucho contaminante y es necesario cambiar ese estilo de siembra y llevar uno de la forma más natural posible”, dice. La salud de los niños fue una de las principales razones para declarar el municipio agroecológico. Un estudio realizado en 2019 por investigadores de la Universidad de Guadalajara y del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología reveló la presencia de herbicidas como el glifosato en la orina de estudiantes de El Mentidero, una comunidad cercana a El Limón.
Del huerto al aula
A unas cuadras del preescolar, en la primaria 316, algunos alumnos toman una carretilla para transportar hojas al hoyo donde hacen la composta, otros sacan palas y rastrillos de una bodega y los más tranquilos cortan las hojas secas. “Lo que más me gusta es que podemos cosechar nuestra propia comida sana”, dice uno de los alumnos, Diego, de 10 años. “Es importante que todos se fijen en la naturaleza para que no contaminen tanto, que no utilicen químicos porque, sin químicos, pueden salir frutos muy buenos”, añade su compañera Heymi.

Según el profesor Raúl Morán Fonseca, los conocimientos que adquieren los niños en el huerto les ayudan a desarrollar habilidades científicas, matemáticas y literarias. “Ven tiempos para la cosecha y costos, hacen gráficas de barra, toman medidas de las camas (de cultivo). Pueden desde escribir un poema a algún producto hasta conocer el proceso de producción y todo es parte de los contenidos que ven en los libros de texto”, explica. Para los docentes, los huertos también implican nuevos conocimientos. Él, por ejemplo, tuvo que investigar cómo combatir plagas con una mezcla de cáscaras de naranja, limón y vinagre y aprendió que sembrar plantas aromáticas también ayuda a espantarlas.
En la primaria vecina, la 315, los niños se agachan cerca del huerto para ver los brotes que salen de las semillas que plantaron hace semanas. Los alumnos de quinto y sexto grado cuidan las hortalizas, mientras que los de cuarto tienen un proyecto de plantas medicinales. Una de las experiencias más gratificantes que tuvieron fue durante la última cosecha, cuando regresaron después de vacaciones, y se encontraron que las plantas de maíz que habían sembrado estaban cargadas de mazorcas.
“¿Qué hacemos con los elotes?”, preguntó un alumno. “Queremos tamales”, respondieron los niños después de pensarlo un poco. El profesor Juan Carlos Corona Acosta les explicó que el maíz debía estar más macizo para ello. Entonces, les tocó trabajar la paciencia. Pasado un tiempo, el maestro desgranó las mazorcas. Un grupo de niños usó un molino eléctrico para triturar los granos y otro separó las hojas, donde colocaron la masa. La cosecha fue tan abundante que a cada alumno le tocaron dos tamales.
Preparatoria modelo
A unas cuadras de las primarias, después de subir una colina, la Escuela Preparatoria Regional de El Grullo Módulo El Limón recibe al visitante con la consigna Sembrar, cultivar y educar es aprender a respetar la vida. El centro, que recibió el año pasado la certificación Eco School por parte de la Fundación para la Educación Ambiental (FEE) de México, tiene un huerto de hortalizas en forma de mandala, donde hay un papayo con frutos, berenjenas listas para cosechar, plantas utilizadas para remedios como el estafiate y otras ornamentales.

El coordinador de la preparatoria, Alberto Darío González Hinojosa, cuenta que decidieron convertir la escuela en un espacio agroecológico hace casi seis años. Y no solo cultivan hortalizas y plantas medicinales, sino que reproducen árboles endémicos, hacen capacitaciones y se preocupan por la salud mental de los adolescentes. Aquí el huerto también lleva a aprender sobre las materias más tradicionales. Pedro Figueroa González, el profesor de geografía y física, explica que los estudiantes elaboran composta en cubos de madera y en tambos para aprender sobre las materias que imparte. Los de física observan el calor en compostas con materia orgánica o estiércol, mientras que los de geografía aprenden sobre la composición del suelo al usar el humus de lombrices para germinar semillas de árboles endémicos.

Cerca de las compostas, la alumna María Magdalena Acosta Robles seca prototipos de su invento: macetas hechas con cartón de huevo impregnadas con un repelente de clavo de olor, canela y laurel que remplazarán las bolsas de plástico que se usan para cultivar árboles, ya que se degradan por completo. Los estudiantes también han creado sales que nutren las plantas a base de aguas residuales procesadas y un jabón ecológico a partir del aceite del comedor escolar.
Y tienen un vivero donde crecen árboles regionales como guamúchil y tabachín. Para cultivarlos, recogen semillas, las siembran en charolas y, después, las trasplantan a bolsas. Con esa vegetación, han reforestado áreas de la escuela y un camino que conecta El Limón con otros municipios. Finalmente, está El refugio de la semilla, un aula donde guardan semillas de la Sierra de Amula en un proyecto nacido con apoyo de la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad (Conabio). Campesinos de la zona y estudiantes llevan semillas desde rancherías para intercambiarlas o donarlas y ya han resguardado 40 tipos, como maíz y caoba.
Un jardín para la salud mental
El coordinador toma una hoja de una planta que llama Vaporub por su olor similar al ungüento, la frota entre sus dedos y la huele para explicar que eso lo pueden hacer los estudiantes cuando van al Sendero de la paz, un camino rodeado por plantas de olor, árboles y letreros con palabras como felicidad o amor que culmina en una banca, donde los estudiantes pueden pasar tiempo a solas o platicar con una orientadora escolar sobre sus problemas.

Es un espacio destinado a la salud mental de los estudiantes. “Después de la pandemia, nos dimos cuenta de que nuestros jóvenes tienen mucha ansiedad. En lugar de recibir una terapia psicológica en un cubículo, lo hacen aquí, al aire libre, rodeados de plantas aromáticas y hortalizas”, explica el coordinador.
Ahí, entre los cultivos, también hacen encuentros agroecológicos, festivales pedagógicos en los que reciben a estudiantes de otras preparatorias de Jalisco y activistas e intercambian conocimientos y experiencias. “Lo que hacemos puede replicarse en muchos espacios”, afirma González Hinojosa. “Se trata de hacer las cosas y compartirlas, a la mejor de 100 que vengan, tres o cinco se llevarán la espinita, y lo replicarán”.
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