Mientras el planeta celebra la llegada de una nueva promesa de un Papa bueno, en México, para donde se voltee, los fogonazos de la violencia hacen pensar que Dios pasa de largo frente a las mortificaciones de los más indefensos de estas tierras.
Dos niñas, una activista y una enfermera. Cuatro almas enviadas en las horas de esta semana infausta al limbo de la impunidad mexicana que mes a mes registra dos mil homicidios. Y se supone que esa es la buena noticia. Que ya son solo dos millares de asesinatos mensuales.
Hijas y madres asesinadas.
En Badiraguato, dos chiquillas cosidas a balazos en un paraje de ese infierno que en los mapas aparece con el nombre de Sinaloa. Culpan de tal absurdo al fuego cruzado entre militares y delincuentes. No puede quedar espacio a la duda de si la milicia tiene responsabilidad.
En Jalisco, en el amanecer de este viernes en esa canícula que siempre es mayo en ese estado, a la mitad de su vida una mujer que curaba gente recibe dos disparos: muere en un charco de sangre, su sangre, en su enfermería. Quién cuida a los que cuidan en este país.
La anterior interrogante se debe reformular para incluir a otro feminicidio de estos días. Apareció muerta luego de semanas desaparecida una defensora comunitaria en Jalisco. ¿Quién defiende a los defensores? En México, ni dios ni el César.
Vidas rotas por una guerra normalizada. Dejen ustedes los narcocorridos, prohibamos la naturalidad con que se asume la bestialidad de que unos desalmados tengan en su puño regiones enteras y les dé lo mismo matar niñas, madres, enfermeras, activistas.
Aquí mandamos nosotros, es el mensaje en Jalisco, en Sinaloa, y en tantas regiones más (la burla que es el gobernador de Sonora, ex secretario de Seguridad para más señas, al que se le escapó esta semana un criminal peso pesado, por ejemplo). Qué desgobierno hay.
O más bien, los que gobiernan están en otra parte: aquí mandamos nosotros, dicen al matar. Ni las y los alcaldes. Ni los gobernadores. Ni la presidenta ni su secretario estrella. Aquí mandamos los criminales, y sobre nosotros, entiéndanlo ustedes, pobres diablos, ni dios.
La muerte golpea diario a México. La promesa de la paz es menos creíble que nunca: pues las estadísticas de Palacio Nacional son esos otros datos autocomplacientes que no le dan tranquilidad al pueblo, un universo paralelo frente a una realidad que tiene rostro de Teocaltiche.
Hay que revisar las frases hechas.
Ni “fuego cruzado” ni “víctimas colaterales” explican algo cuando la muerte violenta es lo normal y la gente a merced de los criminales también. El fuego cruzado se instaló tan de lleno en la rutina que los niños aprenden el pecho a tierra junto con la tabla del dos.
A ese ritmo, lo milagroso será una vida cotidiana donde sea raro enterrar niñas asesinadas, madres ejecutadas en su trabajo, defensoras muertas porque en su inocencia creyeron que es posible defender una comunidad sin dibujarse en la frente una diana.
En Sinaloa no puede haber víctimas colaterales si de mañana y noche, en ciudades y pueblos, en terracerías y autopistas, a su antojo los sumos pontífices del crimen decretan que llueva fuego, muera quien muera. Todos los sinaloenses son hoy víctimas potenciales. Eso.
En Jalisco tampoco hay que tomar en serio los lugares comunes del lamentamos, condenamos, investigaremos, nos solidarizamos, llegaremos a las últimas consecuencias, denme 45 días para resolver el problema…
Porque cuando las palabras se vacían de contenido, es menester buscar otras, más precisas, menos gastadas, así resulten más altisonantes o extremas; porque si las palabras no son creíbles, ni conmueven, o pierden su significado, muere la cultura, eso que nos civiliza. Si no sirven para entendernos, ni ayudan a buscar una solución, son entonces una señal más de que estamos en la selva.
Es pura barbarie, la tierra jalisciense.
Una enfermera de nombre Cecilia Ruvalcaba fue ejecutada la noche del jueves en su puesto del hospital comunitario de Teocaltiche. Ella era además regidora municipal en esa misma comunidad que semanas atrás vio cómo asesinaban al secretario del Ayuntamiento.
¿Cómo explican desde la presidenta Claudia Sheinbaum hasta el gobernador Pablo Lemus que hayan matado a una regidora de Teocaltiche así como así cuando gobierno estatal y federal anunciaron que se coordinan para pacificar ese poblado? Fácil: no lo explican.
Una activista de nombre Karina Ruiz Ocampo, de 47 años, y como Cecilia Ruvalcaba madre de tres hijos, fue asesinada. La desaparición de Karina se reportó desde mediados de abril, y su cuerpo fue localizado hace unas semanas: ella demandaba agua para su comunidad. En Arenal, Jalisco, muy cerca de la capital, muy cerca de Teuchitlán. Muy cerca del peligro que simplemente tratar de vivir con dignidad.
Y solo son dos de los múltiples asesinatos semanales de Jalisco, esa tierra donde hará pronto 32 años un cardenal fue enviado al cielo en el mismito aeropuerto: si pasan gobiernos y años y la justicia no mejora, los criminales, que no son blancas palomas, solo empeoran.
Pura barbarie es Sinaloa, donde toda la semana, incluso la madrugada de este sábado, el estado ha estado bajo fuego. ¿Cómo explica la presidenta y el gobernador Rubén Rocha que no puedan controlar esa guerra? Fácil: no lo explican.
No explican ni dan prioridad a la muerte de Alexa de 7 años de edad y Leydi de 11, el martes en Badiraguato por balas originadas en un presunto choque entre criminales de ese estado y fuerzas armadas. Dos niñas, las nuevas —porque por desgracia no se puede decir que las últimas— víctimas de la guerra que desde septiembre ha matado al menos 39 menores de edad, según un reporte de la comisión de derechos humanos sinaloense citado por la prensa.
En el sexenio pasado el presidente reconoció uno de esos días en que le daba por dejar el cinismo y ser cándido que sin seguridad no habría transformación. En el nuevo sexenio Sinaloa y Jalisco, y Guanajuato y Guerrero, y tantas otras regiones, desmienten el optimismo de estadísticas delincuenciales consistentemente a la baja desde octubre.
O si se quiere, hacen que se replantee la pregunta. Muy bien presidenta, dados por buenos los otros datos de la mañanera, cuándo llega la paz a Sinaloa, cuándo podrá la gente de Jalisco no temer que maten a sus buscadoras, cuándo los criminales tendrán temor de ese dios que es una justicia real y una pena puntual a sus barbaridades.
A saber si llega esa respuesta; lo que sí ocurrirá es que los ruegos de la presidenta serán escuchados: en un cosa de meses iniciará su apropiación del Poder Judicial federal, de ése que esta misma semana en Palacio culparon de liberar delincuentes. Su deseo se habrá cumplido: ya solo de ella será la responsabilidad total de la justicia.
En su primer informe de gobierno, rumbo a su primer año en el poder, la presidenta podrá presumir en septiembre que todo lo lograron: cambios legales a modo y secretaría de seguridad empoderada, delitos en prisión preventiva oficiosa como si fuera la multiplicación de los panes, tiene guardia nacional reforzada y —seguramente— estadísticas a la baja, y tendrá la Corte a su disposición y por si fuera poco el fuete del tribunal de disciplina judicial. Y un fiscal obsequioso, como se vio en el caso Teuchitlán. Todo para la presidenta Sheinbaum.
Ojalá también tenga conciencia de que todo eso es nada si vuelve a haber semanas como esta: donde niñas que no tendrían que haber muerto ya han sido enterradas, donde dos madres no pudieron festejar este sábado y sus hijos, y la sociedad, pueden esperar del futuro todo, menos una paz pronta.
Y ni rezar parece buena idea, porque dios anda distraído en lo del nuevo Papa mientras en México las balas criminales impidieron que llegaran todas a este diez de mayo: nos faltan Karina, Cecilia, Alexa y Leydi, para empezar.
Comentarios