Que saber idiomas es importante lo repiten a diario profesores, padres y responsables de recursos humanos. Pero quizá no lo sea tanto. Al menos no para He Lifeng (China, 1955), segundo viceprimer ministro y principal negociador económico del Gobierno chino, que acaba de acordar con Estados Unidos una tregua arancelaria de 90 días, pese a tener –según los medios– un dominio bastante limitado del inglés.

La cita en Ginebra, los días 10 y 11, era mucho más que una reunión bilateral. China y EE UU llegaban con tensiones acumuladas y un largo historial de desconfianzas. Allí, sin cámaras y con el tono serio que imponen estos encuentros, He se reunió con Scott Bessent, secretario del Tesoro estadounidense, para intentar detener la última escalada arancelaria. Lo lograron. El acuerdo, aunque temporal, implica una rebaja sustancial de tarifas: del 125% al 10% en el caso chino, y del 145% al 30% en el estadounidense. Una tregua de 90 días, al menos sobre el papel.

En el comunicado conjunto, ambos Gobiernos hablaron de “conversaciones sinceras” y de la importancia de mantener el diálogo. También se anunció la creación de un mecanismo permanente para gestionar las diferencias comerciales. Nada especialmente novedoso, pero sí significativo por el momento.

He no es un rostro nuevo, aunque su figura haya empezado a adquirir visibilidad internacional solo en los últimos años. Desde 2023, dirige la Oficina de la Comisión Central de Asuntos Financieros y Económicos del Partido Comunista, el centro neurálgico donde se toman las decisiones clave sobre el rumbo económico del país. Antes de él, ese cargo lo ocupaba Liu He, una figura reconocida por su capacidad de interlocución con Occidente, y estudiante de Harvard. Con la salida de Liu, He ha asumido la función de zar económico del Gobierno chino. No con el mismo estilo, pero con el mismo nivel de influencia.

Su perfil responde a otro tipo de liderazgo: menos visible, más burocrático, profundamente alineado con la visión del presidente, Xi Jinping. Su relación se remonta a los 80, cuando ambos trabajaron en la provincia de Fujian. Xi era entonces vicealcalde de Xiamen; He, un joven funcionario recién graduado. Desde entonces, su carrera ha ido en paralelo a la del presidente, con ascensos constantes, siempre ligados al aparato económico del Partido.

He nació en un condado rural de Fujian, en una familia de la etnia hakka. Como tantos de su generación, vivió la reeducación en el campo durante la Revolución Cultural. Después ingresó a la Universidad de Xiamen en 1979 y se formó en Finanzas. Completó su educación con un doctorado en Economía, y entró oficialmente en el Partido Comunista en 1981.

Tras años en la administración local y la provincial –incluidas etapas en Xiamen, Fuzhou y la portuaria ciudad de Tianjin, donde se ganó el apodo de He el Demoledor por sus ambiciosos proyectos de renovación urbana–, su carrera dio el salto a nivel nacional en 2014, cuando fue nombrado subdirector de la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma. En 2017 pasó a dirigirla, asumiendo la responsabilidad de trazar las políticas macroeconómicas del país. Desde ahí impulsó planes estratégicos como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, y consolidó un modelo basado en el liderazgo del Estado sobre el mercado.

En 2023 fue nombrado segundo viceprimer ministro, encargado del área económica. También se incorporó al Buró Político, el principal órgano de poder del Partido. Con ello, se convirtió en la principal figura técnica detrás de la estrategia económica de Xi, a quien ha acompañado durante décadas y con quien mantiene una confianza personal poco habitual en las altas esferas del poder chino.

Su estilo, sin embargo, no ha convencido a todos fuera del país. En sus primeras apariciones internacionales, se le percibió como un negociador rígido, muy formal, rodeado de asistentes y con escasa soltura comunicativa. En un evento con empresarios en 2024, algunos de los presentes lo describieron como “demasiado técnico” y falto de carisma. Un inversor llegó a compararlo con “una inteligencia artificial que contesta con respuestas programadas”.

Aun así, esa imagen parece estar cambiando. En estos últimos meses, varios diplomáticos y empresarios que se han reunido con él le han notado una actitud distinta: más seguridad, mayor capacidad para concretar acuerdos, menos rigidez. Un alto ejecutivo de EE UU resume la impresión general: “Ahora sabe hablar con los interlocutores occidentales”. Algunos medios han comenzado a referirse a él como “el solucionador” de Xi, alguien que, sin hacer ruido, logra destrabar negociaciones y cumplir encargos.

En lo ideológico, He representa continuidad. Su visión es plenamente estatista: considera que el Estado debe marcar el rumbo de la economía, y no cree que la apertura al mercado exterior deba ir en detrimento del control político. En esto difiere claramente de figuras como Liu He, más reformistas y con mejor recepción en los círculos financieros globales. He encarna el perfil que prefiere el presidente: disciplinado, leal y sin ambiciones propias, más allá de ejecutar la estrategia del Partido.

No tiene el brillo de un reformista ni el carisma de un diplomático nato. Tampoco lo necesita. Su papel no es el de encantar a los mercados, sino el de ejecutar con precisión la hoja de ruta económica de Xi. En un sistema donde la lealtad pesa más que la creatividad, su figura encarna el tipo de poder que no se exhibe, pero que se impone. He representa una China que no busca adaptarse al mundo, sino enseñarle las reglas de su propio juego.

Un político solicitado

Según Reuters, en el último año, He ha sostenido al menos 60 reuniones con líderes empresariales y diplomáticos extranjeros. 15 más que el año pasado. Estas interacciones han sido parte de los esfuerzos de China por estabilizar las relaciones económicas internacionales y atraer inversión extranjera.



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