Las guerras culturales, decía Ayn Rand, pueden parecernos incruentas, pero nadie en su sano juicio debe permitirse el lujo de perderlas. Los discípulos contemporáneos de Rand, que son muchos y muy ilustres, no pierden de vista la lección de la madre del objetivismo y el narcisismo fértil. Para ellos, cualquier oportunidad es buena cuando se trata de imponer tu agenda y captar nuevos prosélitos, ya sea el color de la piel de las princesas Disney, el sexo, la identidad de género o la tendencia sexual de los iconos de la gran pantalla o el óptimo nivel de bronceado que cabe exigirle a los testículos de un hombre de bien.
En Estados Unidos la efervescente manosfera, los círculos patrióticos y demás reductos de guerreros culturales de sesgo beligerantemente trumpista consideran que nada de lo humano les es ajeno y que cualquier querella trivial o controversia frívola puede servir a sus propósitos. Miren si no lo que está ocurriendo estos días con Blake Lively y Harvey Weinstein, convertidos en epicentro de una conflagración cultural cuya virulencia no deja de sorprendernos.
Lively, actriz y modelo californiana de 37 años, se está consolidando como diana preferente del odio de las redes ultraconservadoras. En paralelo, el exproductor neoyorquino Weinstein, condenado en 2020 a 23 años de prisión, exonerado en 2024 por errores procesales pero pendiente aún de nuevos juicios, cuenta ahora mismo con la adhesión incondicional de los que denigran a Lively y ven en él a un mártir inocente de la histeria #MeToo y de los “excesos” de la corrección política.
A por ella
Ayn Rand tenía una manera muy personal de terciar en las guerras culturales de su época. Se encerraba en su apartamento de Park Avenue pertrechada de cantidades industriales de tabaco, bombones y anfetaminas y escribía sin descanso, en febriles sesiones de hasta 20 horas que solo interrumpía para ducharse a media mañana. Candace Owens consigue con mucho menos esfuerzo que sus intervenciones bélicas tengan un impacto muy superior. La activista católica y vloguera ilustre ha mencionado hasta en 30 ocasiones a Blake Lively en su videopodcast y su canal de YouTube.
En opinión de Owens, Lively se ha convertido en un síntoma de la decadencia espiritual que padecen los Estados Unidos, una de las impulsoras de esa tiranía woke que, en opinión de Owens, habrá perdido el control de la Casa Blanca, pero conserva el poder fáctico, social y mediático. Estos días, Owens ha vuelto a referirse al confuso pleito que enfrenta a Lively con su antiguo socio, Justin Baldoni. Para la comentarista, está claro que la actriz está haciendo un uso ilegítimo de su posición de poder, como integrante de la alta aristocracia progresista de Hollywood, para obtener beneficios empresariales, aunque eso suponga arrastrar por el fango el buen nombre de “un pobre diablo” como Baldoni.
Ya en enero dejó dicho que Blake Lively, obviamente, “no es una buena persona”. Y que esa incontrovertible maldad puede atribuirse a su militancia en “la causa del feminismo moderno”. Los que escuchan a Owens con cierta asiduidad ya saben lo que implican estas palabras. El feminismo es, para ella, una corriente de pensamiento digna y legítima hasta que le añades el adjetivo “moderno”. En ese caso, se convierte en una ideología perversa y nociva.
Medios de comunicación como Evie apoyan sin fisuras a Owens en su cruzada contra Lively. Nicole Dominique, redactora de la revista, considera que “liberales y conservadores” ya comparten un veredicto definitivo sobre Lively y su “infame” querella contra Baldoni: ella es una oportunista sin escrúpulos. Sus acusaciones (la actriz alega que su compañero de reparto en la película Romper el círculo contribuyó un clima hostil contra ella durante el rodaje, la acosó sexualmente y se propasó en las escenas de sexo ignorando incluso las indicaciones de los coordinadores de intimidad) son, para Sheridan, “obviamente” falsas, además de cínicas y del todo desprovistas de ética.
¿Nadie sabe nada?
La guinda del pastel, en opinión de gran parte de los comentaristas de sesgo conservador, ha sido la decisión de citar a Taylor Swift como testigo de cargo contra Baldoni. Swift habría pedido a Lively de manera insistente que la mantuviese al margen, que no la convirtiese en daño colateral de un asunto tan turbio y confuso. Pero, al menos en opinión de Janelle Ash, de Fox News, Lively ignoró sus peticiones y acabó involucrándola, en una muestra más de que el asunto Baldoni se ha convertido en una guerra sin cuartel en la que ya no se hacen prisioneros.
Dicen que quien pierde una amiga pierde un tesoro. Y todo apunta a que Blake Lively, que no anda muy sobrada de amigos últimamente, acaba de perder a una aliada tan ilustre como Taylor Swift, madrina de los cuatro hijos que Lively tiene con el también actor Ryan Reynolds.
¿Y qué opina Joe Rogan de todo esto? El responsable de uno de los podcasts más escuchados del planeta ha dedicado varios capítulos de The Joe Rogan Experience al pulso Lively-Baldoni. En el último de ellos, para sorpresa de nadie, Rogan y su invitado de turno, Brendan Schaub, coincidieron en que Lively y Ryan Reynolds son un par de individuos “muy jodidos” que se han empeñado en “enterrar” a “un buen tipo, un trozo de pan” como Justin Baldoni.
“Quisieron hacerse con el control creativo de la película y de la franquicia”, bramaba Rogan con su habitual estilo, entre la beligerancia y la ironía cómplice. “Es todo un despropósito. Justin no ha tenido más remedio que denunciar a The New York Times [por su cobertura del pleito, que Rogan considera “escandalosamente” favorable a Lively]. Y creo que puede ganar. Fue ella quien pidió a Justin que entrase en su camerino mientras le daba el pecho a su hijo y luego le denuncia a él por no respetar su intimidad. Ahí hay un intercambio de mensajes entre ellos que lo prueba todo. Pero Lively y Reynolds no pensaron que alguien fuera atreverse a ir a un tribunal a enseñar las facturas. Porque todo el mundo les tiene miedo. Son serie A, muy poderosos”.
Marcados por el odio
Amber Raiken, corresponsal en Nueva York del diario británico The Independent, se sorprende de lo poco consistentes que resultan en realidad las acusaciones contra Lively de Rogan, Owens y compañía. Después de todo, ¿qué se le reprocha a la actriz exactamente? La respuesta rápida sería que se le echan en cara muchísimas cosas, pero casi ninguna de ellas sustancial. Que es antipática. Que es arrogante. Que es una actriz “mediocre” y más bien “sobrevalorada”. Que su marido y ella forman parte de una estrecha élite con un poder excesivo en las industrias culturales. Que en cierta ocasión respondió con un exabrupto a la pregunta de una periodista que ella juzgó ofensiva, inapropiada o de mal gusto.
La escritora y periodista independiente Ariella Steinhorn repasaba hace algunas semanas en Substack las razones por las que “odiamos” a Blake Lively y no encontraba ninguna de verdadero peso. Después de todo, ni la antipatía, ni la arrogancia, ni el éxito, ni el poder ni la hostilidad puntual hacia una periodista en concreto son delito. Pueden justificar el rechazo, pero no un odio visceral, ni afirmaciones tan grandilocuentes como que la californiana en la encarnación del mal en la tierra.
En cuanto al pleito contra Baldoni, cabe argumentar que se trata de una cuestión harto compleja y de la que resulta muy difícil formarse una opinión categórica con la información que ha trascendido a los medios. Algo parecido a lo que ocurría con los enfrentamientos judiciales entre Johnny Depp y Amber Heard, sobre los que todo el mundo opinaba a pesar de que casi nadie manejaba información fidedigna y contrastada. Tal vez, especula Steinhorn, algunos de los que odian a Lively son hombres “que han sufrido en alguna ocasión relaciones abusivas con mujeres y proyectan esos sentimientos en famosas como ella y como Amber Heard”. Una vez más, los famosos como síntoma. El star system como proyección de nuestros propios traumas. Como voluntad y representación.
El gran héroe americano
Comparen este rechazo visceral y sin matices por una mujer que ni siquiera acumula multas de tráfico con la creciente simpatía que despierta entre los conservadores estadounidenses Harvey Weinstein, un hombre que aspira a obtener la libertad pero sigue bajo custodia (en un hospital penitenciario de Manhattan al que ha sido trasladado desde la prisión de Rikers Island).
No es una comparación arbitraria. Los detractores de Lively suelen ser partidarios de Weinstein. Son vasos comunicantes. Identificarse como hater de Blake implica de manera casi automática ser integrante del team Harvey. Joe Rogan lo dejó claro el pasado mes de marzo: “Reconozco que durante mucho tiempo creí a pies juntillas en la culpabilidad de Harvey Weinstein. Pensé que había cometido crímenes horrendos, pero en cuanto empiezas a prestar verdadera atención al tema te dices a ti mismo: “A ver, espera un momento. ¿Qué está pasando aquí?”.
¿No será, se pregunta Rogan de manera no del todo retórica, que el tipo es inocente y la conjura woke nos ha llevado a todos a aceptar, en un acto de pasividad indigna, que fuese condenado sin pruebas? Los mismos que te mintieron sobre las vacunas, concluye el comunicador, te están mintiendo ahora sobre Weinstein, un nuevo caso de falso culpable, otra víctima de la tiranía que el sistema ejerce contra los individuos que le resultan incómodos.
Rogan no entra en el fondo de la cuestión. No alude en ningún momento a que Weinstein fue objeto de múltiples denuncias, recibió una condena en firme, fue exonerado por errores procesales y tiene aún muchas acusaciones pendientes. Joe ha saltado la zanja. Antes le consideraba culpable y ahora le defiende. También acaba de hacerlo Candace Owens: “Weinstein ha sido el chivo expiatorio [fall guy] del movimiento #MeToo. Fue condenado de manera errónea”. Tras afirmar de manera rotunda que, en su opinión, el exproductor convicto es inocente de los abusos que se le imputan, Owens se permite una pequeña concesión dialéctica, algo extraño en su manera de abordar las guerras culturales: en cualquier caso, merece el beneficio de la duda. Weinstein sí. Blake Lively no.
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